Un crimen desdibujado

Los sangrientos sucesos de la semana pasada en Francia han generado en los medios de comunicación un alud tan grande como variado de reacciones, comentarios y análisis. Bienintencionados los más, sesgados algunos; pero, en conjunto y a mi modesto juicio, manifiestamente incompletos o parciales en su campo de visión. Trataré de explicarme.

El asesinato colectivo de periodistas y caricaturistas perpetrado el miércoles 7 en la redacción de Charlie Hebdo dio lugar desde aquel mismo día a cientos de glosas acerca de la libertad de expresión o de prensa atacada, los valores republicanos pisoteados o la cultura occidental amenazada. Ha habido también lamentables insinuaciones sobre el supuesto mal uso que los responsables del semanario satírico hacían de aquellas libertades, sobre su “humor deliberadamente ofensivo” y tal vez demasiado provocador... Pero, en general, se han impuesto con creces los sinceros y justos homenajes a Charb, a Wolinski, a Cabu, a Tignous y los demás.

Dado que en la matanza del miércoles habían caído también dos policías, y que al día siguiente fue fríamente abatida una agente municipal en prácticas, este segundo grupo de víctimas fue objeto en seguida de un tratamiento propio: conocimos sus caras y sus nombres, supimos que eran un francés musulmán, uno blanco y una martiniquesa; colores de piel y religiones distintas —incluido el islam—, pero los tres sacrificados en la defensa de los derechos de todos. Corrección política al máximo.

Y entonces, el viernes 9, llegó el tercer acto de la tragedia: el asalto de un terrorista solitario al establecimiento de comestibles de la Puerta de Vincennes. Desde el primer momento, la identidad del objetivo y de las víctimas —tan clara en las dos fases anteriores de la crisis— apareció confusa en portadas y titulares de apertura: “un supermercado kosher” (adjetivo indescifrable para muchos ciudadanos a este lado de los Pirineos), “cuatro rehenes muertos”. Había que leer la letra pequeña para hacerse cargo de que la tienda Hypercacher donde Amedy Coulibaly culminó su carrera criminal era un comercio judío. Saber que no lo había elegido al azar, sino “para defender a los musulmanes oprimidos, especialmente en Palestina”, verificar que los cuatro asesinados eran judíos haciendo sus compras en víspera de shabbat, conocer cómo se llamaban y quiénes eran, todo eso requirió bastantes días más. La individualización de las víctimas —fundamental para hacerlas merecedoras de empatía— ha sido, en este caso, insólitamente lenta e imprecisa.

De cualquier modo, si la matanza en Charlie Hebdo provocó un instantáneo reflejo de condena del fanatismo y defensa de la libertad de expresión, ¿no debería la matanza del hiper judío haber suscitado una simétrica abominación del antisemitismo bajo todas sus formas? La ha habido en la política institucional francesa, desde luego, pero mucho menos en la calle, y menos todavía en nuestros medios de comunicación.

Si las redes sociales son un espejo siquiera deformado de la realidad, en ellas el Je suis Charlie, incluso el Je suis Ahmed —en alusión al policía musulmán asesinado el día 7—, han barrido al Je suis Juif français. Las gigantescas y catárticas manifestaciones del domingo en París y provincias tuvieron como vector absolutamente dominante el merecido apoyo a Charlie Hebdo, como si el rechazo de la vesania antisemita concerniese sólo a los miembros de la comunidad judía... y a las autoridades.

En una curiosa inversión de roles, estos días la prensa española se ha referido mucho más al potencial ascenso de la islamofobia que a la realidad palmaria de una judeofobia mortífera. Se ha especulado incluso con el riesgo de un maccarthismo antimusulmán; pero al menos yo no he sido capaz de leer ningún análisis serio sobre en virtud de qué asociaciones o mecanismos mentales un puñado de judíos practicantes que estaban comprando comida en los confines de París son responsables de la situación política en Oriente Próximo o del drama palestino. A no ser, claro, que para Yohan, Yoav, Philippe, François-Michel y todos sus correligionarios siga siendo válido aquel viejo y amargo chiste de la década de 1930: “¿Sabes que han ordenado encarcelar a los judíos y a los ciclistas? ¿Pero, por qué a los ciclistas?”.

Mientras aguardamos que otro descerebrado sostenga, como hizo uno a propósito del café de Sydney hace un mes, que en realidad a los cuatro rehenes los mató la policía, pues el tal Coulibaly no tenía intención de causar daños, permítanme que proceda a una breve y macabra contabilidad. En marzo de 2012, el yihadista Mohammed Merah asesinó entre Montauban y Toulouse a siete personas, cuatro de ellas judías (incluidos tres niños). La semana pasada, en París, tres yihadistas causaron 17 muertos inocentes, cuatro y medio de ellos judíos (Georges Wolinski era medio judío). Los judíos representan hoy el 0,7% de la población francesa.

El jueves 8 de enero, el escritor franco-marroquí Tahar Ben Jelloun publicó un artículo titulado ¡No es buen momento para ser musulmán en Francia! Y para ser judío en Francia, ¿le parece buen momento, monsieur Ben Jelloun?

Joan B. Culla i Clarà es historiador.

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