¿Un crimen islámico?

Los franceses están unánimemente indignados por el asesinato de un profesor universitario de los suburbios de París, perpetrado el 16 de octubre por un adolescente checheno «en nombre del islam». El Gobierno ha contraatacado arrestando a destacados portavoces del islam radical y cerrando mezquitas que difunden prédicas incendiarias contra la impía Francia. Una ley anunciada por el presidente Macron confirmará rápidamente el carácter laico de la nación y facilitará el arresto, e incluso la expulsión si son extranjeros, de quienes atenten contra el laicismo. No podemos sino aprobar esta guerra contra la barbarie. Pero, en mi opinión, esta descripción de los hechos crudos no nos permite comprender las causas y las consecuencias profundas de este crimen. Si es necesario reaccionar en caliente, debe permitirse también, a riesgo de disgustar a algunos, analizar la compleja situación del islam en Europa y lo que realmente significa el término laicismo.

El islam en sí mismo no existe. No es una religión organizada según el modelo de la Iglesia católica, excepto entre la mayoría chií de Irán, que tiene su propio clero. Solo hay musulmanes, y cada uno de ellos puede relacionarse con Dios a través del Corán. Y como cada musulmán es libre de interpretarlo -el Libro es complejo-, ninguno compromete al islam en sí. Por lo tanto, un asesino que dice representar al islam es ante todo y únicamente un asesino.

Además, el asesinato de Samuel Paty, el profesor de instituto, fue condenado sin vacilación por todos los imanes de Francia y, sin duda, en el fondo de sus corazones, por los cerca de cuatro o cinco millones de musulmanes franceses. Por lo tanto, atribuir este crimen al islam en sí no tiene sentido. Yo añadiría que en Francia los musulmanes practican poco su religión (el 10 por ciento de ellos es un cálculo razonable) y se laicizan rápidamente, como los cristianos. Por último, las prácticas culturales procedentes de los países de origen de los inmigrantes (Mali, Argelia, Siria) se confunden a menudo con el islam. Estas costumbres, que son variables, reflejan una nostalgia común por sus orígenes y no tienen nada de islámico.

La misma ambigüedad, o ignorancia, es válida para la noción de laicismo: en Francia, el principio no corresponde a la práctica. El laicismo da por sentada la neutralidad del Estado hacia todas las religiones, pero esta no es la historia del laicismo en Francia, donde ha sido siempre una ofensiva contra todas las religiones, convirtiéndose en una religión nacional de sustitución, atea y republicana. El laicismo, desde la Revolución Francesa hasta mediados del siglo XX, fue una guerra implacable contra la Iglesia católica y los sacerdotes. Dado que el cristianismo francés ha quedado reducido al estado de patrimonio arquitectónico y su práctica se ha limitado a bodas y funerales, los militantes laicos, numerosos en la educación, han transferido su ateísmo militante a los musulmanes. Estos tienen el defecto de venir de otro lugar y, de momento, seguir siendo creyentes, mientras que los franceses originales ya casi no lo son.

Este laicismo militante avanza enmascarado. Por ejemplo, una ley prohíbe el uso del velo en lugares públicos, pero, en teoría, para proteger la libertad de la mujer. Por casualidad, solo afecta a las mujeres musulmanas. El profesor asesinado era un militante laico; la causa directa de su asesinato fue una clase sobre la libertad de expresión que impartía a adolescentes de entre doce y catorce años.

Para ilustrar sus palabras, mostró a los estudiantes caricaturas de Mahoma desnudo. Previamente, invitó a los estudiantes musulmanes a salir del aula si así lo deseaban, para evitar que se sintieran escandalizados por estas caricaturas. Esta extraña pedagogía del laicismo y de la libertad de expresión había conmocionado a sus compañeros y a algunos padres de alumnos. Parece que el profesor debía ser, si no sancionado, al menos animado por sus superiores jerárquicos a ser más discreto. Pero, desde su muerte, ha sido venerado como un mártir y el islam está aún más demonizado que antes de este crimen.

La indignación en la opinión pública es tal que la clase política solo puede añadir más leña al fuego; no es momento de análisis sutiles. A mí también, en este momento, me resulta más fácil escribir sobre este tema fuera de Francia que en Francia. Y, sin embargo, si realmente queremos lograr que el terrorismo islámico retroceda, deberíamos llamarlo de otra manera: un crimen es un crimen y debe ser castigado como tal conforme a las leyes actuales. Llamarlo «terrorismo islámico» equivale a atribuir la victoria a los criminales que tratan de legitimar su barbarie por una causa divina. Es una farsa que denuncian los imanes, pero la mayoría de los no musulmanes caen en esta trampa islamista.

Otra trampa es confundir el laicismo con la agresión a las religiones. Me parece que el laicismo se entendería y aceptaría mejor, incluso por parte de los musulmanes, si en la escuela se enseñaran todas las religiones en lugar de ninguna. Musulmanes, cristianos y judíos podrían, por ejemplo, estudiar textos que les son comunes, pero cuyas interpretaciones varían, como el Libro de Job. La educación contra la barbarie no excluye la represión policial; debería añadirse a ella. Esta educación privaría a los «terroristas» del caldo de cultivo de la ignorancia en el que prosperan.

Guy Sorman

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