Un cuento de dos ciudades chinas

El 14 de octubre, el presidente chino Xi Jinping visitó la ciudad de Shenzhen, al sur del país, donde pronunció un discurso en el que celebró los cuarenta años de progreso desde que se estableció allí una zona económica especial (ZEE) que marcó el rumbo hacia el futuro. Un mes después, Xi se dirigió al distrito de Pudong en Shanghai (que treinta años antes había sido designado la primera «área nueva» de China) con el mismo objetivo. El papel central de Shenzhen y Shanghai para el desarrollo futuro de China no podría estar más claro.

Cuando China creó la ZEE de Shenzhen, algunos dudaron de que fuera buena idea. Por ejemplo, James Kai‑sing Kung, que en los ochenta era estudiante de posgrado de la Universidad de Cambridge y ahora está en la Universidad de Hong Kong, se preguntó por qué el gobierno había elegido una aldea desconocida como Shenzhen (en vez de un centro económico como Shanghai o Tianjin) como incubadora de la estrategia de «reforma y apertura» de Deng Xiaoping.

Kung concluyó que la decisión debía obedecer a motivaciones políticas: seguramente el gobierno de China se estaba preparando para el regreso de la vecina Hong Kong, que ya era un centro financiero internacional. Pero aunque es verdad que en 1997 se produjo la transferencia formal de la soberanía de Hong Kong a China, la incidencia de esta ciudad sobre el desarrollo de Shenzhen no derivó tanto de la soberanía cuanto de la proximidad.

Si uno mira una vista aérea del distrito Futian de Shenzhen y de los «Nuevos Territorios» de Hong Kong en la actualidad, los segundos, al sur del río Shenzhen, parecen despoblados. En tanto, Shenzhen, con sus hiperactivos puertos y rascacielos deslumbrantes, aparece como una ciudad densamente poblada y próspera.

No quiere decir esto que otras áreas de Hong Kong no estén floreciendo. De hecho, esa es la cuestión. El desarrollo de Shenzhen a lo largo de la frontera con Hong Kong es un ejemplo del efecto de «aglomeración urbana»: la acumulación de zonas densamente urbanizadas a lo largo de la frontera con un área más desarrollada, que permite a la región menos desarrollada aprovechar el derrame de oportunidades desde el otro lado de la frontera.

El mismo fenómeno puede verse en la frontera entre México y Texas. Una vista aérea de la región mostrará un reguero de urbanizaciones dispersas en el rico lado estadounidense (que casi parece despoblado) y ciudades dinámicas y populosas en el lado mexicano, donde un sinfín de trabajadores locales van a trabajar a plantas fabriles de propiedad estadounidense (entre otras oportunidades).

Como había predicho Deng, Hong Kong (con su desarrollado sistema financiero y su dinamismo económico) tuvo efectos derrame igualmente importantes sobre Shenzhen. El resultado es una metrópolis pujante, cuya producción económica anual pronto llegará a los tres billones de yuanes (456 000 millones de dólares), un tercio del total de la provincia de Guangdong.

De modo que Shenzhen es un importante motor del Área de la Gran Bahía, que incluye nueve ciudades situadas alrededor del delta del Río de las Perlas en la provincia de Guangdong, más Hong Kong y Macao. La región ya equivale a alrededor del 13% del PIB de China continental (y la proporción va en aumento).

En cuanto a Shanghai, su ubicación geográfica (en la costa oriental de China, cerca de la desembocadura del río Yangtsé) también ha sido crucial para su éxito. Pero en vez de subirse al dinamismo de una ciudad vecina, Shanghai siempre lideró el desarrollo de la región del delta del Yangtsé, y ha sido el alma del Cinturón Económico del Río Yangtsé (que abarca nueve provincias y dos megaciudades) desde su creación en 2016.

En los últimos treinta años, el crecimiento en el área nueva de Pudong reforzó la primacía regional de Shanghai e impulsó el desarrollo en el cada vez más integrado delta del Yangtsé. Hoy el Cinturón Económico del Río Yangtsé equivale a más del 46% de la producción total de China (y sumada el Área de la Gran Bahía, ambas regiones constituyen alrededor del 60%).

De modo que Shanghai y Shenzhen son esenciales para el futuro económico de China. Pero ninguna de las dos es más importante que la otra; a cada una le corresponde un papel exclusivo.

Como actor más maduro y desarrollado, Shanghai siempre ha sido líder en fabricación de equipamiento. Pero su estructura económica no es estacionaria: la ciudad se está transformando en un nodo de investigación y desarrollo y en un centro comercial, financiero y de servicios modernos.

Shenzhen, por su parte, va camino de convertirse en el Silicon Valley de China. En los últimos veinte años, esta joven y dinámica ciudad superó el ritmo de Shanghai en desarrollo de tecnología «dura», y muchas empresas de fama mundial (entre ellas Huawei, Tencent, Ping An, DJI, BYD y SF Express) se concentran en el área.

Es verdad que en lo referido a capacidad tecnológica general, Shanghai sigue siendo la primera. Pero en vez de reemplazar a Shanghai en las áreas donde lidera, Shenzhen se está convirtiendo en una especie de laboratorio de experimentación, no sólo en tecnología, sino también en cuanto a políticas para incentivar y facilitar la innovación. Shanghai no puede cumplir ese papel, porque debe seguir siendo un entorno comercial y financiero internacional predecible.

Guiar el desarrollo de una economía tan grande y variada como China siempre será difícil. Pero al reconocer las fortalezas de ciudades y regiones pioneras e invertir en ellas, China ha desarrollado un potente mecanismo para organizar y promover la transformación económica del país. A juzgar por el tremendo éxito de Shenzhen y Shanghai, parece claro que China seguirá cosechando los beneficios de esta estrategia por muchas décadas.

Zhang Jun is Dean of the School of Economics at Fudan University and Director of the China Center for Economic Studies, a Shanghai-based think tank. Traducción: Esteban Flamini.

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