Un currículum nacionalista

Nuestro deber como políticos, especialmente el deber del Gobierno, ha de ser el de crear las condiciones para que todos los vascos -pensemos como pensemos y sean cuales sean nuestros sentimientos de pertenencia- podamos sentirnos como en casa: aquéllos que prefieren definirse sólo como vascos y los que preferimos sumar identidades y definirnos como vascos cuando nos expresamos dentro de España, como españoles cuando lo hacemos dentro de Europa y como europeos cuando lo hacemos en el mundo. La complejidad de nuestra propia sociedad debe ser aceptada, no como lastre, sino como riqueza a preservar, evitando toda pretensión de asimilacionismo o de distorsión de nuestra propia realidad.

Esta actitud, exigible en todos los ámbitos de la vida política, se hace especialmente pertinente a la hora de establecer nuestro currículo educativo, porque la Educación es el carné de identidad de un país, su mejor acreditación. Por ello, fijar los contenidos y la metodología que servirán para establecer el nivel educativo básico de una sociedad es una cuestión crucial y estratégica para cualquier país consciente de que su prestigio se mide por el nivel educativo de sus gentes y por su compromiso con la excelencia. El currículum vasco ha de ser, pues, una pieza cuidada con esmero; y no sólo porque sus contenidos sean distintos a aquéllos que puedan fijar la Comunidad de Madrid o la de Extremadura, sino porque su elaboración ha de ser un acto consciente, amplio e incluyente, además de ser legal y obviamente científico.

Y aquí es donde el Gobierno vasco empieza a fallar. Afirmar, como hace el decreto del Departamento de Educación sobre el currículum, que «el euskera será la principal lengua vehicular en el ámbito escolar» desaloja del consenso a todos aquellos que tienen y sienten el castellano como su lengua principal: un 80% de la población vasca. Niega, además, nuestra propia realidad sociolingüística; y contribuye a restar, y no a sumar, afirmando el objetivo de un bilingüismo equilibrado a cultivar en la escuela. Porque Euskadi tiene dos lenguas oficiales y propias. Imponer una de ellas, el euskera, como lengua principal es un despropósito cultural y pedagógico. O no se menciona ninguna o se mencionan ambas. En caso contrario, se produce un agravio innecesario que contraviene el principio del bilingüismo y atenta contra la autonomía pedagógica de los centros.

Si, además, se habla del castellano sólo como «lengua de pertenencia», para evitar nombrarlo, se está produciendo una ofensa indebida que sólo sirve para aumentar la ficción de un currículum mítico. Nadie que respete su lengua materna debería tolerar la falta de respeto hacia la lengua materna de sus conciudadanos. Por exigencia democrática, pero también por razones de tipo práctico; porque un ataque a la lengua materna de la mayoría generará inevitablemente un enfrentamiento lingüístico que el euskera no podrá soportar.

Más grave aún es la utilización de la escuela y la educación como herramienta de adoctrinamiento nacionalista. El decreto que fija el currículum educativo deja constancia de que está elaborado, y cito textualmente, «a partir de la visión propia y específica de Euskal Herria, entendiendo por tal el ámbito territorial referido al conjunto de Álava, Bizkaia, Gipuzkoa, Lapurdi, Navarra (Baja y Alta) y Zuberoa». Nada que objetar al término en sí mismo. Euskal Herria existe. Es la Euskal Herria de los territorios del euskera a la que podemos referirnos desde una perspectiva cultural y lingüística. Y es también el País Vasco del Estatuto de Gernika. Pero no existe la Euskal Herria de los siete territorios que, a modo de entidad política diferenciada, el Gobierno vasco introduce en su currículo, y desde cuya perspectiva se fijan las bases del sistema educativo de aplicación en la Comunidad Autónoma Vasca.

Es inaceptable que un currículum que se dirige a la pluralidad de los vascos asuma una perspectiva nacionalista tan singularizada como ésa, que sólo sirve para algunos y que no se corresponde con la realidad vasca. Utilizar la escuela como una herramienta para el adoctrinamiento la prostituye. La función de la escuela no es otra que la de 'educere', educar, sacar lo mejor de cada criatura, al margen de cómo quiere ésta organizar su pensamiento en libertad. Por eso, nuestro sistema educativo no debe marcar como objetivo último de la educación básica -como lo hace este currículo recién nacido- el de «identificarse como ciudadano vasco» en términos exclusivos, sino como algo más: como ciudadano consciente y crítico.

Ya somos vascos y nos identificamos como tales, incluso sin ir a la escuela; y sin que nuestros sentimientos de pertenencia tengan por qué recogerse en un decreto gubernativo. Lo que nos aporta la educación no es el nacimiento, no es la identidad, no es un juego de espejos para seguir contemplándonos en nuestra mismidad. Lo que nos aporta la educación son conocimientos, capacidad de análisis y apertura al mundo para valorarlo críticamente. Ése es el valor añadido de la educación. Y eso es lo que falla en el currículum dictado por el Gobierno vasco. Falla la perspectiva plural. Más que un currículum vasco, es un currículum nacionalista que se sirve de la educación para el adoctrinamiento político. Nace sin nuestro apoyo político. No merece, pues, nuestra confianza. Y no merece tampoco la confianza de una gran parte de la sociedad vasca. Ése es su fracaso.

Isabel Celaá