Un desafío colosal

Por María-Ángeles Durán, catedrática de Sociología y profesora de investigación en el Departamento de Economía del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (EL PAIS, 05/09/04):

Como las palabras no son neutrales, antes de hablar sobre la conciliación entre trabajo y vida familiar habría que especificar qué entendemos por conciliación, trabajo y familia. Según la Real Academia de la Lengua, conciliar es "componer y ajustar los ánimos de los que estaban opuestos entre sí". Más que en los hechos, esta idea de conciliación radica en las actitudes.

Generalmente se utiliza el término trabajo para referirse al empleo, que es el trabajo remunerado; pero en esta acepción quedan fuera tanto el trabajo doméstico no remunerado, como el de voluntariado, además de las actividades complementarias imprescindibles para el desarrollo del trabajo (formación, transporte, gestión). Para evitar la excesiva amplitud del término trabajo cada vez se utilizan más en este contexto las expresiones "relación laboral" o "vida profesional", que se refieren exclusivamente al empleo.

Si conciliar o trabajar son palabras de múltiples significados, "familia" lo es todavía más. Algunos hablan de "La Familia" en mayúsculas, como si sólo hubiera una, y otros prefieren "las familias", para restarle solemnidad y destacar que no hay un modelo único, sino variado y cambiante. Sobre este mar de fondo del concepto de familia cada vez es más frecuente el término "vida familiar", que desplaza el interés hacia los aspectos subjetivos y la vida cotidiana de los familiares, en lugar de resaltar los de la propia familia como institución social.

La Ley de 5 de noviembre de 1999 sobre conciliación se titula "Ley de Conciliación de la Vida Familiar y Laboral de las Personas Trabajadoras". La referencia a "las personas trabajadoras" refleja por omisión el malestar que en este tema hubiera provocado la referencia a "los trabajadores" debido a su carga semántica, asociada con los asalariados varones.

La vida familiar es rica y compleja. Por sus conexiones con el empleo, hay que diferenciar al menos dos aspectos: los afectivos o de la vida sentimental, y los productivos o relacionados con la oferta y consumo de servicios dentro del hogar.

Cuando se plantea la necesidad de conciliar el trabajo con la familia, rara vez se especifica qué modelo de conciliación, trabajo y familia se tiene en mente; si se trata de garantizar el afecto familiar para todos los trabajadores o si lo que se pretende es mantener el nivel de producción de bienes y servicios que ahora recae sobre la familia.

La conciliación se ha producido tradicionalmente en España por dos vías. La primera ha sido, al menos sobre el papel, la división del trabajo y separación de papeles entre hombres y mujeres. Los varones han asumido el trabajo remunerado de puertas afuera y las mujeres el no remunerado de puertas adentro. Su mejor expresión legal es la sociedad de gananciales, que concede igual valor al trabajo desarrollado dentro y fuera del hogar. La segunda vía de conciliación ha sido la acumulación de tareas, y sigue utilizándose por muchas mujeres que no encuentran otra solución para resolver la antítesis entre el mundo laboral y la familia. La población de las sociedades desarrolladas rechaza tanto la segregación al ámbito doméstico como la sobrecarga de la doble jornada. Por ello se están generalizando otras estrategias de ajuste: la reducción de objetivos, la delegación, la secuencialización, la derivación hacia el mercado y las instituciones, y el reparto de tareas.

La reducción de objetivos afecta tanto a la vida familiar como a la laboral. Es, por ejemplo, el adiós a la calidad culinaria y a los ascensos. La delegación consiste en interrumpir la producción de un servicio para trasladarlo a otra persona o grupo social. En España, la delegación colectiva de funciones más espectacular de los últimos años es la de reproducción, que se ha trasladado en buena parte a los países en vías de desarrollo. Los trabajadores no se producen, sino que se importan cuando ya han alcanzado la edad de incorporarse al mercado laboral, o se producen localmente por las mujeres inmigrantes. La secuencialización consiste en alternar la producción para la familia y para el mercado, de modo que no coincidan en el tiempo. Éste es el tipo de conciliación que buscan las excedencias y permisos parentales. A corto plazo son eficaces, pero resultan poco atractivas para los empleadores, desempleados o trabajadores precarios y para los que tienen aspiraciones profesionales elevadas, porque dañan sus expectativas a medio plazo.

La derivación hacia el mercado sigue en auge: guarderías, transporte escolar, residencias para familiares ancianos, empleados de hogar, uso intensivo de servicios de alimentación, limpieza y gestión. Pero sólo está al alcance de las familias con suficiente poder adquisitivo. En cuanto a la derivación hacia las instituciones no mercantiles, sólo es posible en la medida en que existan servicios públicos y voluntariado; pero las familias no pueden decidir unilateralmente las prioridades presupuestarias de los gobiernos ni el alcance de los servicios garantizados. Por mucho que mejore la eficiencia en la Administración de los recursos públicos, en la práctica en España ya se ha tocado techo respecto a los servicios que pueden ofrecerse a la población sin modificar al alza el nivel de tributos.

Finalmente, queda como vía de conciliación el reparto de tareas, reparto que habría de producirse no sólo entre hombres y mujeres, sino intergeneracionalmente. Por ahora, el reparto de las tareas que tradicionalmente se hacían en el hogar ha variado muy poco. Según la encuesta de uso del tiempo realizada en el CSIC en 2003, las mujeres siguen haciendo el 78% del trabajo no remunerado. La gestación de nuevas vidas y el cuidado de los niños ya no consumen tantas horas como antes en los hogares españoles, pero en cambio aumenta imparablemente el número de horas dedicadas a la población discapacitada por razones de edad. Para el año 2050, los mayores de ochenta años se habrán triplicado y ni el modelo actual de familia ni el actual sistema de pensiones, organización sanitaria y servicios sociales están preparados para hacer frente a este colosal desafío.