Un desarrollo para las personas

La epidemia de ébola en el África occidental está destruyendo vidas, diezmando comunidades y dejando huérfanos a niños a un ritmo que no se había visto desde las brutales guerras civiles de esa región que se acabaron hace más de un decenio. En Liberia, el 60 por ciento de los mercados están cerrados ahora; en Sierra Leona, sólo una quinta parte de los 10.000 pacientes de VIH que están en tratamientos antivirales siguen recibiéndolos y el Gobierno de Guinea está comunicando un desfase financiero de 220 millones de dólares debido a la crisis. Si no se contiene pronto el brote, la mayoría de los beneficios económicos y sociales logrados desde que se restableció la paz en Liberia y Sierra Leona y desde que se inició la transición democrática de Guinea podrían perderse.

Los tres países siguen frágiles, divididos y, como pone de relieve la crisis actual, excepcionalmente propensos a las sacudidas. En sentido más amplio, la crisis actual de la región debe inspirar reflexiones sobre el apoyo que el mundo da al desarrollo y lo hace avanzar.

Una razón importante para la vulnerabilidad de esos países es la constante falta de inversión en sus poblaciones, que ha impedido a los ciudadanos de a pie recoger los beneficios del crecimiento económico. De hecho, mientras que las economías de Guinea, Liberia y Sierra Leona crecieron rápidamente en los diez años anteriores al brote de ébola –a unas tasas anuales medias de 2,8 por ciento, 10 por ciento y 8 por ciento, respectivamente–, sus poblaciones han visto pocas mejoras en su vida diaria. Más del 65 por ciento de la inversión extranjera directa ha ido destinada a la minería y a la tala de árboles, que son tristemente famosas por crear pocos puestos de trabajo y concentrar la riqueza en manos de unos pocos.

Asimismo, aunque los servicios de salud de Liberia y Sierra Leona mejoraron después de que se acabaran sus guerras civiles, su calidad y su cobertura han seguido estando muy por debajo de los niveles del África occidental. Cuando estalló la epidemia de ébola, Liberia tenía tan sólo 120 médicos para sus cuatro millones de ciudadanos. Si a ello se suman unos suburbios urbanos que se extienden sin cesar –semigobernados, atestados y con un saneamiento deficiente–, no resultará sorprendente que a esos países les haya resultado tan difícil contener la epidemia.

La amenaza que representa el ébola en los tres países no se limita a la atención de salud. En toda la región, una historia de conflictos y un legado de gestión deficiente de los asuntos públicos han creado una profunda desconfianza respecto de los gobiernos y las instituciones, como lo indicaba una encuesta de opinión del Afrobarómetro de 2012. De hecho, la carencia en esos países de un contrato social establecido ha sido el obstáculo principal para crear una autoridad política y una gestión pública eficaz.

Además, ese ambiente ha creado unas condiciones fértiles para la propagación de teorías descabelladas, incluida la de que el Gobierno y los agentes encargados de prestar la ayuda están conspirando para infectar a los ciudadanos. Muchas personas niegan que exista el virus del ébola y afirman que lo han inventado sus gobiernos para recaudar fondos suplementarios –que nunca verán– entre la comunidad internacional.

Semejantes dudas y temores mueven a las familias a ocultar a sus muertos y celebrar los entierros por la noche y algunas comunidades han llegado hasta el extremo de atacar a los agentes de salud. Todo ello está dificultando extremadamente la tarea de detener la propagación de la enfermedad.

Cuando un virus letal y muy contagioso está devastando a sociedades pobres y fragmentadas, que desconfían de sus dirigentes, no basta con recuperar la normalidad. La única forma de poner coto a la epidemia actual de ébola y prevenir epidemias similares es la de abordar las vulnerabilidades políticas y sociales fundamentales que han permitido que prosperara el virus.

La clave es colocar a las personas en el centro de las medidas en pro del desarrollo, aumentando las inversiones en la atención de salud, la educación y otros servicios públicos. Al mismo tiempo, se deben adoptar medidas sólidas para reforzar la creación de puestos de trabajo. Con una estructura de apoyo fiable y oportunidades económicas adecuadas, las familias –y, a su vez, los países– se vuelven más resistentes.

Quienes están en la vanguardia de la lucha contra el ébola –incluido el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo– han estado movilizando a las comunidades contra la enfermedad, apoyando a los equipos médicos y ayudando a los supervivientes y a las familias de los infectados a afrontar la tragedia. Si bien esas medidas no pueden ser más importantes, deben estar respaldadas por una estrategia a largo plazo para fortalecer las frágiles defensas de esos países.

El ébola será derrotado, pero las vulnerabilidades que este brote ha revelado deben provocar un cambio fundamental entre las autoridades. El planteamiento del desarrollo que predomina actualmente en el pensamiento mundial hace hincapié en el crecimiento económico y la solidez del Estado más que en el progreso social, pero la única forma de impulsar la capacidad de resistencia y su confianza en las instituciones impersonales de una sociedad es la de brindar a las personas que la componen los instrumentos –y la confianza– que necesitan para prosperar.

Abdoulaye Mar Dieye is the United Nations Development Program’s Director of the Regional Bureau for Africa. Traducido del inglés por Carlos Manzano.

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