Un dique a la marea azul

Inmenso tropezón el sufrido ayer en Andalucía por el PP. Una vez más, y van nueve, los electores andaluces le han negado a ese partido el apoyo que Mariano Rajoy, Javier Arenas y el resto de sus dirigentes daban como seguro y que necesitaban como el comer para poner a punto una política de duros ajustes sin que ninguna región de España se le rebelara.

No ha sido así y el PP ha ganado las elecciones pero se ha quedado lejos de la mayoría absoluta, el único resultado que le habría permitido gobernar. Por lo tanto, ha perdido. Ese es uno de los grandes inconvenientes que este partido padece en España: que tiene muy escasas posibilidades de alianzas, lo cual otorga al PSOE una libertad de movimientos extraordinaria, aun en condiciones de precariedad como las que ahora padece. Y ayer se vio: los socialistas han perdido apoyos en grandes cantidades. Muchos de sus votantes se han quedado en su casa. Pero otros muchos, que han negado su papeleta al PSOE se la han entregado a Izquierda Unida, su socio natural. Es un traspaso de voto fácil, no traumático, del que IU se ha beneficiado muy largamente esta vez. Con todo eso se asegura la izquierda el gobierno de la comunidad más grande de España y con eso también se asegura el PSOE el servicio de respiración asistida sin el cual habría muerto de pura asfixia política a las puertas de los colegios electorales andaluces.

Al final, los ciudadanos de esta comunidad han decidido darle otra oportunidad, una más, a un partido que ha quedado arrasado en toda España en las tres últimas convocatoria electorales. Las previsiones se han equivocado. Los sondeos de intención de voto han patinado. Los dirigentes del PP han calculado rematadamente mal. Y los dirigentes del PSOE también lo han hecho porque la inmensa mayoría de ellos, por no decir todos, contaban con su derrota en este domingo de marzo.

Un monumento tendrán que ponerle socialistas y comunistas a los electores andaluces porque sin ellos, sin su rescate de última hora, la izquierda estaba condenada a la inanición política y al destrozo interno durante por lo menos los próximos cuatro años.

Hay mucho más que examinar tras esta jornada de elecciones y nada de lo que hay es fácil. Andalucía es desde ayer por la noche el foco de resistencia por el que clamaba Felipe González en sus mítines de cierre de campaña. Andalucía ha resistido al empuje de la derecha y eso le va a complicar la vida al presidente Mariano Rajoy. Porque aquí se votaban muchas otras cosas además de la composición del gobierno de la Junta.

Se votaba la hegemonía política de la derecha sobre el país. Y tal hegemonía se ha demostrado imposible.

Se votaba el respaldo a la política económica del Gobierno, recortes y ajustes incluidos. Y a ese respaldo mayoritario se le ha abierto ayer un roto de dimensiones enormes en el sur del país.

Se votaba la conformidad con unos Presupuestos Generales del Estado que se van a presentar en esta misma semana. Y esos presupuestos se van a encontrar de mano con la oposición y la rebeldía de la comunidad más grande de España.

Se votaba la aceptación de la reforma laboral. Y ahora es seguro que surgirá desde Andalucía una oposición cerrada a los contenidos de esa reforma.

Se votaba también la influencia de los sindicatos sobre los trabajadores, unos sindicatos que han llamado a la huelga general con poca confianza en que una respuesta arrolladora. Y Andalucía va a inyectar a UGT y a CCOO la potencia necesaria para que la huelga pueda ser un éxito.

Se votaba para saber si los andaluces iban a propinar un castigo a la corrupción o quizá a la incompetencia socialista para afrontar la crisis. Y ni la incompetencia de ZP ni la corrupción en los altos niveles de la Junta han sido razón bastante para que el PSOE perdiera el apoyo ciudadano.

Se votaban 30 años de poder socialista sin interrupción en la comunidad andaluza. Y los resultados han dicho que el elector prefiere estar cansado del PSOE antes que que le gobierne el PP.

Nadie podrá decir que éste no ha sido un voto consciente. Lo ha sido en términos mayúsculos. Andalucía no ha querido sumarse al resto de España y no le ha puesto la alfombra roja al partido que gobierna ahora mismo en casi todo el país.

Javier Arenas, Mariano Rajoy y toda la cúpula del PP deberán ahora estudiar las razones por las que, con todos los triunfos en su mano, se acaban de estrellar contra las urnas. Ahora empieza para el Gobierno una etapa complicada en la que sus políticas de ajuste van a encontrar la resistencia activa y la oposición estratégica de un PSOE que ha logrado ponerse en pie en el último instante, en los minutos de descuento del combate.

Es evidente que la victoria de la izquierda en Andalucía inyecta optimismo, seguridad y fuerza moral al PSOE. Además de a IU, por supuesto. Pero eso no significa que vaya a resolver los problemas internos que en este momento atenazan a los socialistas. La batalla por el control del partido sigue abierta y no se va a cerrar, sino todo lo contrario, con el éxito electoral de José Antonio Griñán, que ahora se sentirá fundadamente fortalecido para enfrentarse a quienes han buscado desde dentro apartarle del mando efectivo del PSOE.

Vamos ahora con Asturias. En esa comunidad han perdido votos los tres principales partidos y los han ganado IU y UPyD, que obtiene un escaño por primera vez en esa comunidad. Algo más de 200 papeletas han decidido el escaño número 13 de Foro. Los socialistas sueñan con que el recuento de los residentes en el extranjero les otorgue ese diputado, el número 17, y dejen a los de Cascos con tan sólo 12. Eso cambiaría la relación de fuerzas y el partido de Rosa Díez volvería a tener la llave del gobierno. Pero con los datos oficiales de hoy, está claro que sólo el pacto entre PP y Foro permitirá una gobernación estable en Asturias.

No es imaginable siquiera que el partido de Cascos, que ha perdido votos y escaños, siga empecinado en no pactar con los populares, que han seguido una senda parecida aunque menos negativa: menos votos pero conservan sus 10 escaños. El mapa se ha movido ligeramente en esa comunidad, pero no lo bastante como para alterar las líneas obligadas que conducen inexorablemente al acuerdo. Dados los resultados, se ve que los asturianos no querían ni necesitaban esta convocatoria electoral y que, con evidente hastío, se han acercado otra vez a las urnas para acabar dejando el mapa casi en los mismo términos en que estaba antes. Cascos querrá presidir el Principado porque tiene más diputados que el PP. Y el PP tendrá que admitir de una vez que su organización en esa comunidad no concita precisamente el entusiasmo de sus electores. Y es improbable que los asturianos estén dispuestos a tolerar nuevas escaramuzas entre estas dos facciones del mismo tronco familiar, y exigirán seriedad de una vez por todas para defender las necesidades de esa tierra.

En términos internacionales, el Gobierno de Rajoy va a tener que administrar una situación mucho más incómoda que la que los sondeos le auguraban. Habrá que esperar para ver qué clase de relación establecen los responsables de la nueva Junta andaluza con el gobierno central a la hora de aflorar el déficit real, sacar las facturas pendientes, reconocer la deuda y, sobre todo, aceptar y defender los recortes que a partir del día 30 les serán impuestos a todas las administraciones. Porque, al final, la suma de todas las cuentas se acaba llamando España y es ésa cuenta, la de España, la que se presenta ante el mundo.

Por Victoria Prego, adjunta al Director de El Mundo.

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