Un económico círculo vicioso

El Premio Nobel de Economía Myrdal, en su famoso libro «The negro problem», puso en marcha una expresión que se ha consagrado entre los expertos: los males que origina un proceso de «causación acumulativa negativa» son incalculables. Poco a poco, la ironía de algunos economistas transformó esa expresión en otra, al denominarla «efecto Mateo». Se sacó de su contexto escriturístico una expresión del Evangelio que dice: «Al que tuviere le será dado, pero al que no tuviere, aun lo poco que tiene le será quitado». Lisa y llanamente es lo que se denomina un círculo económico vicioso y, en estos momentos, no cabe duda de que España ha caído en él.

Lo que contemplamos ahora mismo es un país fortísimamente golpeado por la crisis económica. Forma parte del área del euro; pues bien, en el incremento anual del primer trimestre de 2011 del PIB respecto al PIB del primer trimestre de 2010, en esa región económica se anotó la cifra del 2,5 por ciento; el español fue del 0,8 por ciento. La producción industrial en esta Eurozona en el mes de mayo de 2011 respecto a mayo de 2010 creció el 4,0 por ciento; la española, el 0,8 por ciento. El IPC también de la Eurozona se había incrementado igualmente en tasa anual un 2,7 por ciento en junio de 2011; el español, un 3,2 por ciento. Y la relación sigue por el mismo camino si contemplamos el paro, la balanza comercial, la balanza por cuenta corriente y, por supuesto, el déficit presupuestario en relación con el PIB.

Este proceso era bien visible ya en el año 2004. Se intentó dejar a un lado lo que, desde finales de 2003, en relación con una forzosa alteración de la política económica se señalaba, porque el modelo Aznar-Rato-Montoro, tal como se había estructurado desde 1996, había alcanzado sus objetivos y era preciso, ante nuestra notable apertura al exterior y por haber perdido la soberanía monetaria en áreas del euro, alterarlo a fondo. Nada de eso se hizo, a pesar de las denuncias continuas de los economistas.

Para complicar las cosas, en el verano de 2007 surgió una fuerte crisis financiera mundial. Ni se hizo caso entonces de las recomendaciones de 2003-2004, ni pareció tomarse en cuenta la fuerte crisis económica mundial, como si no atañese a España. Forzosamente hay que pensar que todo surgió de dos errores formidables de política económica que no admitió el actual presidente del Gobierno. La calidad técnica de multitud de expertos de economía que ha tenido, o tiene, impide imaginar que no le hayan aconsejado exactamente lo contrario de lo que defendió. Porque se trata de errores que cualquier economista solvente advierte y no aconseja.

El primero de ellos fue no advertir que, como siempre ha sucedido, un fuerte desarrollo de la economía española exige un notable incremento en las importaciones, por lo que es necesario que el proceso productivo sea cada vez más competitivo, o que exista un alud de capitales extranjeros a largo plazo que lleguen a España, como sucedió tras 1855 o tras 1898 o en el periodo 1960-1973. En el caso actual, hubo despreocupación y el impulso se dirigió hacia algo que nada tiene que ver con la competitividad: una creciente burbuja inmobiliaria. Fue facilitado este proceso porque esa despreocupación ante la competitividad creó una inflación mayor en España que en la media de la Eurozona, lo que generó, al disminuir el BCE los tipos de interés, que éstos fuesen negativos en España. Automáticamente, se generó una carrera para endeudarse las empresas no financieras y las economías domésticas, facilitado todo por las empresas financieras que allegaban fondos fáciles procedentes del exterior.

Cuando a partir del verano de 2007 por la citada crisis económica mundial se derrumbaron las facilidades de endeudamiento privado exterior, se optó por resolver el problema con un déficit mayúsculo del sector público, nunca alcanzado antes respecto al PIB desde 1850. Esto suponía una especie de apelación a un keynesianismo vulgar que no podía tener aval alguno de expertos. Como España, desde la suspensión de pagos de 1823, siempre había hecho honor a su deuda pública, la financiación, en principio, fue fácil. Además, la liquidación de deuda pública durante el modelo Aznar-Rato-Montoro proporcionaba una base tan espléndida para iniciar una carrera alcista, que no fue desaprovechada. Pero llegó un momento en que el ritmo de incremento de esta deuda, la muy considerable privada, y lo sucedido, por unos u otros motivos en Irlanda, Portugal, Italia y Grecia, motivó que no se ahorraran a España las dudas internacionales. La prima de riesgo española subió continuamente con fuerza y eso supuso un incremento de tipos de interés intolerable para salir de la crisis.

Esto acaba de estallar ahora mismo, en los primeros días de agosto. Los problemas que han surgido con fuerza en Norteamérica —como señaló en un agudo dibujo «The Economist», de 30 de julio de 2011—, el «Tea Party» arrastra hacia un precipicio al elefante republicano norteamericano, que a su vez tira del Tío Sam y éste, a la bola del mundo, de donde sale esta voz: «Algo está definitivamente equivocado aquí». Pero en esa bola del mundo España tiende a ser de los primeros que se van a hundir en el abismo, porque ese diferencial ahora de más de 400 supone unos tipos de interés que sobrepasan el 7 por ciento para la deuda pública. Si es así, todo prestamista normal optará por no ceder crédito más que a tipos superiores a este 7 por ciento a los empresarios normales. Tal cosa garantiza el hundimiento de multitud de negocios, lo que acentúa la crisis. Es el llamado, cuando los economistas nos ponemos pedantes, efecto «crowding out», que se traduce perfectamente al español como «efecto expulsión». Al mismo tiempo, tipos de interés tan altos hunden la Bolsa y, con cotizaciones a la baja, ¿qué empresario importante logra apoyo para sus capitales? Si puede, llevará sus actividades a otros meridianos y paralelos, pero esa fuga también hunde la economía. Pero esto también significa una subida en el gasto público por ser muy altos los tipos de interés de la deuda y una caída en los ingresos públicos. ¿Cómo atender las necesidades que se hacen más patentes en plena crisis y ahora ante una campaña electoral? Y si hay déficit, aún se hundirá más el valor de nuestra deuda y más subirán los intereses. La causación acumulativa negativa, o «efecto Mateo», o círculo vicioso está en marcha.

Como se ha señalado, desde finales de 2003 comenzó a indicar Jaime Terceiro que era preciso cambiar hacia la competitividad el modelo español de desarrollo. Desde 2004, tras llegar al poder el Gobierno de Rodríguez Zapatero, el clamor en este sentido de multitud de expertos fue creciente. Da la impresión de que en La Moncloa esto tenía que traducirse en informes, en notas, en advertencias. La sospecha de que quien cerró los oídos —ahora corroborado con ese desdén con el que replica el presidente del Gobierno a un muy lógico consejo del profesor Tamames, tal como éste muestra en su reciente libro «¿Cuándo y cómo acabará la crisis? (Tractatus logicus economicus)» (Turpial, 2011)— fue el presidente Rodríguez Zapatero parece evidente. Y también la culpabilidad de quienes, de un modo u otro, fueron sus corifeos. Parece haber ocurrido en el Palacio de La Moncloa y en el Gobierno de España eso que tan bien expuso el profesor González-Páramo refiriéndose al mundo financiero internacional en su discurso de investidura como doctor «honoris causa» por la Universidad de Málaga: «Poco pudieron hacer unas pocas casandras frente a legiones de doctores Pangloss».

Por Juan Velarde Fuertes, de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas.

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