Un economista de secano

Dice Sigfrido, ese viejo conocido nuestro a quien por lo florido en el hablar le llaman el «angiospermo», que Sánchez es un «economista de secano» y que para que nadie le preguntara por su licenciatura, la camufló encargando una tesis doctoral.

A mí, lo que me agobia de la anécdota es que lo que se seque sea nuestra economía, tema postergado en estas elecciones, porque al presidente le incomoda. Hace mucho que sabemos que Sánchez carece de formación económica sólida y por eso rara vez habla de la materia o acepta una entrevista si no se la hace un amigo. Lo preocupante es que muchos creen que con un doctor en Economía al frente del país, nada malo nos puede acontecer. Creencias así se favorecen cuando las universidades regalan los cum laude de manera irresponsable. Claro que las universidades en el pecado llevan la penitencia; en la de Sánchez, los cuarenta doctorandos del año pasado han caído a catorce.

El progreso es fruto de una buena economía y lo mismo cabe decir de los altos sueldos o los trabajos de calidad. La igualdad como concepto es deseable pero menos natural que la libertad. Si Picasso, un comunista, no hubiera aspirado con su pintura a la desigualdad, no se habría hecho millonario. Por lo tanto, la economía y su profeta, que es la libertad de emprendimiento, presiden el éxito y no permiten frivolidades. Cuando para ir a Granada desde Madrid en tren, se hace parte del trayecto en autobús, es que algo falla en la economía. Lo probable es que tenga que ver con dinero utilizado de manera improductiva, toda vez que es más colorista subvencionar ideas delirantes, como una renta básica para todos, que colocar nuevas traviesas en un tren de cercanías.

A Sánchez se le llena la boca con la investigación y la innovación, como si fueran consustanciales al pensamiento económico de la izquierda, cuando es un hecho que a los países socialistas no se les recuerda por sus avances tecnológicos. Todo lo contrario, investigación e innovación son el corazón del capitalismo y bombean la creación permanente de empresas, requiriendo cantidades ingentes de dinero. Ese dinero se obtiene, por lo general, del mercado de capitales y no de subvenciones estatales, impuntuales y escasas como acabamos de comprobar, y menos aún de palabrería sobre el cambio del modelo productivo. Las riadas apresuradas de jóvenes vestidos de oscuro en la City de Londres o en Wall Street no son retórica y facilitan que, a través de esos mercados, millones de personas puedan tener trabajos y seguridad social en las empresas que de continuo constituyen. De ahí que el gobernante haya de concentrarse en facilitar esa línea permanente de desarrollo, y no en entorpecerlo con una mala definición de prioridades. Bueno es preguntarse: ¿cómo doy de comer a más gente?, ¿reduciendo impuestos o exhumando a Franco? Yo creo que ambas cosas son posibles, pero Sánchez piensa que no, que lo de Franco es prioritario y ese permanente mirar atrás y perderse en lo facilón nos perjudica.

Decía Chris Argyris (1923-2013), famoso economista griego de Harvard, que a la hora de presentar una ley en el Congreso o establecer una norma de control en una empresa, había que considerar dos parámetros: uno, el del comportamiento requerido de la gente (lo que queremos que hagan) y otro, el comportamiento emergente (lo que probablemente van a hacer). Pues bien, entre ambos extremos se sitúa la esencia del acierto: la reflexión, que es lo que echo más en falta en nuestro presidente. Recordarán cuando el Gobierno chino promulgó una ley por la que ante una epidemia de ratas, subvencionaba cada ejemplar muerto con un yuan; el comportamiento requerido era acabar con las ratas y, ¿cuál fue el comportamiento emergente? Pues que la gente se puso a criar ratas. Desde luego, Sánchez no recordaba a Argyris cuando improvisó lo del Aquarius, o cuando abrazó a los golpistas catalanes en la opacidad, o cuando aumentó las cotizaciones en las empresas. En los tres casos, lo buscado era que su imagen quedara como un crack pero lo emergente ha sido la llegada incontrolada de migrantes, el desprestigio de España por las exigencias desmadradas de Torra y la desaceleración del empleo fijo.

Pero lo que decía Argyris lo decía años antes mi abuelo, que no era economista: «Hay que pensar las cosas con un poco de cabeza». Cabeza que Sánchez tiene para lo suyo: mantenerse en el poder, pero no para lo de los demás: crear riqueza. Su programa electoral de los cien puntos no la crea, la destruye. Por ejemplo: cuando un dirigente decide subir los impuestos para conseguir más dinero no puede olvidar la «curva de Laffer» (¿la conoce Sánchez, o ese día se ayudó de una chuleta?) que prueba que a partir de un tipo impositivo superior al 30%, Hacienda, lejos de recaudar más, recauda menos. Esa menor recaudación no es insolidaridad, es condición humana; Sánchez debería tener presentes realidades como esta, muy avaladas por un socialdemócrata como Keynes, para no disparar nuestros déficits, pero no lo hace

Cuando llegó al poder y la economía seguía a rebufo de las políticas de Rajoy, a Sánchez le gustó apuntarse aquellos éxitos. Presumía de que la economía crecía, pero no reconocía que era «gracias a una dolorosa política de recortes previa!. Ahora que las cosas empiezan a cambiar y será a Sánchez al que le toque hacer los ajustes impuestos por Europa, la economía dejará de existir. Su ministra Calviño ya ha iniciado el recitativo vergonzante de Solbes, en su debate con Pizarro, de negarlo todo. El comportamiento requerido en aquella ocasión era ganar el debate costara lo que costase y se olvidaron de lo emergente: que fue lo que nos costó. El problema, en el fondo, es que Sánchez mira a Zapatero y probablemente se dice: «Se puede pasar de la economía y seguir viajando en avión privado».

Iglesias vivió del pobre hasta que el pobre vio cómo vivía Iglesias; y Sánchez vivirá de los ignorantes hasta que estos perciban, con el aumento del desempleo (solo crece el trabajo temporal), que las neuronas de las que presume el presidente son como las malas companías. Otros, por el contrario, están convencidos de que votando a Vox se van a librar de Sánchez y de paso de su ministro Iglesias, pero olvidan el posible resultado emergente de su decisión: ayudar sin pretenderlo a que un «economista de secano» hunda nuestra economía o ponga las bases para que Cataluña se independice. Lo patriótico, cabría recordar a esos parlanchines de sábado noche, que anuncian por megafonía que van a cambiar de partido, no es votar lo que caprichosamente nos pide el cuerpo, lo patriótico es votar con seriedad lo que España necesita.

José Félix Pérez-Orive Carceller es abogado.

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