Un economista para todos los tiempos

Al igual que muchas personas, conocí por primera vez al economista galardonado con el premio Nobel, Gary Becker, que murió temprano en el mes, mediante la lectura de sus escritos prominentes, Human Capital y The Economics of Discrimination. Numerosos economistas distinguidos han logrado el premio Nobel de Economía desde que el banco central de Suecia lo empezó a otorgar en 1969, pero Becker es de los pocos que han transformando de manera fundamental cómo los economistas (y científicos sociales, más generalmente) abordan una amplia lista de temas económicos importantes.

Becker aplicaba extraordinariamente sus percepciones profundas, especialmente en lo que se refiere a incentivos económicos, en temas que en gran parte no se habían explorado desde el lente del análisis económico. Esto incluía considerar la educación como una inversión o preguntar quiénes son los ganadores y perdedores de la discriminación, analizar cómo las familias distribuyen su tiempo y ofrecer una explicación sobre las decisiones de las mujeres en torno a la fertilidad.

Sus investigaciones sobre uno o dos de estos temas bien podrían haber sido suficientes para hacerle obtener el premio Nobel, por lo que sus sobresalientes percepciones sobre una amplia gama de asuntos son verdaderamente extraordinarias. Merecía con creces el elogio excepcional que le hizo su amigo de muchos años y mentor, el desaparecido, Milton Friedman (que también fue galardonado con el premio Nobel, porque al igual que Becker, transformó en muchas formas el pensamiento de los economistas). Becker, decía Friedman, ha sido “el científico social más importante que haya vivido y trabajado de la última mitad de siglo.”

La idea central constante de Becker tenía que ver con las fuerzas motoras que guiaban la conducta humana y las interacciones de las personas en las actividades dentro y fuera del mercado. En el periodo temprano de su carrera, su trabajo recibió numerosas críticas por depender mucho del análisis económico para abordar cuestiones que tenían que ver con grandes problemas sociales, que algunas veces afectaban susceptibilidades, sobre asuntos muy delicados.

Por ejemplo, la noción de modelar los niños como un bien durable parecía grosero para algunos pero condujo a Becker a analizar la asignación de tiempo y recursos financieros de los padres. Mostró cómo esta observación podía pronosticar tendencias de la participación de la fuerza laboral femenina y las tasas de natalidad, y llevó a la conclusión en el diseño de políticas que la mejor manera de disminuir la tasa de natalidad en países pobres era mediante la educación  de las mujeres. Una mejor educación aumentaría el salario de las mujeres, por lo que quedarse en casa sería más costoso, y conduciría a una mayor participación de la fuerza laboral femenina y una disminución voluntaria de las tasas de natalidad.

Este análisis reflejó la profunda creencia de Becker en el poder de incentivos para conducir a las personas, en la búsqueda de su propio interés e interactuar dentro y fuera de los mercados, al logro de cosas importantes con un mínimo de contribución del Estado. En este sentido, su pensamiento se inscribía mucho en la tradición del gran economista escocés del siglo XVIII, Adam Smith, cuyos trabajos significaban para Becker una de las influencias más importantes de su carrera.

Para algunos era igualmente desalentadora la noción de que la educación era una inversión  –por ejemplo, que una razón importante para continuar con una educación secundaria era aumentar los ingresos futuros propios. El sector educativo lo rechazó por considerarlo una razón poco noble para proseguir con estudios superiores.

Y la idea de que se puede hacer un modelo de la economía de la discriminación racial como una conducta racional, aunque deplorable, y delinear las implicaciones, a veces se malinterpretó como una falta de atención suficiente a las deficiencias morales y de conducta de quienes discriminan.

La verdad acaba por descubrirse, como nos recuerda Shakespeare, y al final incluso los críticos más duros de Becker acabaron por valorar su pensamiento y sus conclusiones lúcidas. Por ejemplo, el sector educativo ahora pregona el valor económico de un grado universitario. Asimismo en todas partes los gobiernos llevan a cabo enormes encuestas sobre la forma de utilizar el tiempo de los hogares.

Actualmente, pocos economistas trabajan en estos problemas sin basarse en Becker o sin estar fuertemente influenciados por él. A nivel personal, algunas de mis primeras investigaciones sobre la mejor forma de gravar a las familias y los efectos de los impuestos en la inversión en capital humano tuvieron como fundamento las ideas de Becker.

Becker era un caso raro entre los economistas en décadas recientes. Frecuentemente analizaba tendencias y datos amplios y sobre periodos largos, y comparaba cosas como la estructura de las familias, el número de hijos y el papel de las mujeres en el hogar y el mercado a través de muchas décadas e incluso entre un siglo y el siguiente o entre sociedades muy distintas.

Acumulativamente, su trabajo dio como resultado conclusiones poderosas que no solo explicaban las tendencias de las tasas de nacimiento sino también demostraban que las prácticas discriminatorias que tenían impacto negativo sobre las ganancias. Los trabajadores que no se enfrentaban a la discriminación en sectores donde reinaba la animadversión ganarían, mientras que los perdedores incluirían no solo a los que sufrían discriminación directa sino también a los trabajadores que se veían obligados a competir cuando aquellos buscaban empleo en otros lugares.

Becker de basaba en normas rigurosas al evaluar las políticas públicas. Sabía y documentó que las soluciones gubernamentales a las fallas de los mercados podían, a su vez, fallar, en cuyo caso el remedio era peor que la enfermedad. Buscaba comparar el programa, impuesto o reglamentación real del gobierno con el problema que debía resolver, no las soluciones idealizadas de libro de texto que los académicos prefieren pero que rara vez se adoptan.

La base del análisis económico de Becker se podía aplicar en cualquier situación y periodo. En el contexto de los Estados Unidos del siglo XIX y avanzado el siglo XX –o en Norteamérica y Europa o en Asia, África y América Latina en desarrollo– podía ser distinto, pero los mismos modelos económicos se podían usar para entender los acontecimientos y circunstancias cambiantes.

En este sentido, Becker era un gran economista y un extraordinario científico social. Sus trabajos son como un estamento del poder del análisis profundo y el valor que tuvo para continuar hasta llegar a conclusiones lógicas. Esto parece especialmente relevante en el mundo actual, en el que la tecnología nos incita a ver solo la superficie de muchos temas. Fue un extraordinario colega de la Institución Hoover, amigo solidario y genuino, y de una humildad admirable a pesar de su increíble influencia intelectual. Se le extrañará mucho.

Michael J. Boskin is Professor of Economics at Stanford University and Senior Fellow at the Hoover Institution. He was Chairman of George H. W. Bush’s Council of Economic Advisers from 1989 to 1993, and headed the so-called Boskin Commission, a congressional advisory body that highlighted errors in official US inflation estimates. Traducción de Kena Nequiz.

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