Un ejercicio de responsabilidad

Cuando Mohamed Bouazizi, aquel tunecino vendedor ambulante de frutas y verduras, se quemó a lo bonzo frente a la sede del gobernador, no podía siquiera sospechar que su acción, en un disparatado efecto mariposa, pudiera pasar, de desencadenar la revuelta en su país, a poner patas arriba el mundo árabe y finalmente causar la emigración de millones de individuos hacia Europa. Tiempo atrás había ocurrido algo parecido, cuando aquel periodista le preguntó a F. Miterrand si algún día acabaría la Guerra Fría. El presidente francés, al que es fácil imaginar engolando la voz y frunciendo un ceño de pretensiones proféticas, contestó que quizá su generación pudiera ver la caída del Muro de Berlín. Un Muro que, para general sorpresa, cayó tan solo 24 horas después de pronunciadas sus premonitorias palabras.

Viene esto a cuento de la necesidad de confiar más en la teoría del caos que en las bolas de cristal, y estar preparados para que llegada la necesidad sea la reacción un reflejo que no precise de preguntas, que no se pierda en dudas, que llegue firme, serena y segura, y responda al dislate de un escenario imprevisible. Alguien dijo que al estallido de un conflicto los planes de un Estado Mayor no resisten más allá de los diez primeros minutos. Puede ser verdad. Pero también lo es que esos diez minutos son de oro, porque permiten trazar nuevos y más ajustados planes. Nada se improvisa. Todo requiere un adiestramiento tenaz y reiterado. Vence quien permanece organizado en el caos.

La importancia del ejercicio OTAN denominado Trident Juncture, desarrollándose en octubre y noviembre, involucrando a treinta mil hombres de 28 países, esencialmente en España, también en Portugal e Italia, se fundamenta en esa necesidad. Tras escenarios exigentes, como el de Afganistán, la OTAN debe asegurarse de que la maquinaria no se oxida, que el mando y control es eficaz, que los sistemas de combate se «hablan», que los hombres de esa torre de Babel aliada se entienden, que los medios materiales se integran, que los cronogramas se cumplen, que la logística es puntual... O, dicho de otra manera, que el dinero del contribuyente es correctamente utilizado en la garantía de su defensa, de sus intereses, sus derechos y libertades, su forma de vida en una Europa –una España– que quiere permanecer próspera y democrática.

Es un ejercicio de defensa colectiva, y también un ejercicio de disuasión. Esta palabra, cargada como está de sombrías perspectivas, constituye sin embargo la penúltima fortaleza de nuestras libertades antes de desencadenarse el uso de la fuerza. Es suma de unas capacidades militares suficientes y de la voluntad de usarlas, de ser ello preciso. O, más exactamente, de la credibilidad de esa voluntad.

Trident Juncture es, en ese sentido, un ejercicio de disuasión, un mensaje de la preparación de las FF.AA. de 28 países para combatir juntos si acaso nuestra ciudadanía es de alguna manera agredida. Se trata –medido en número de participantes– del mayor ejercicio desde la caída del Muro, y es un ejercicio necesario. Lo es porque, asomados al Mediterráneo, vivimos una enredada madeja de incertidumbres de la que debemos ser conscientes y ante la cual debemos permanecer vigilantes. La generación nacida en los años 80 ha vivido un mundo donde triunfaron las tesis del final de la historia, la americana, la crepuscular finitud de las ideologías y la imparable expansión del ideal democrático. Todavía en 2003 la Estrategia de Seguridad Europea se refería a esos tiempos como «un periodo de paz y estabilidad sin precedentes en la historia» del continente. La prevención y gestión civil de crisis, la aproximación omnicomprensiva a estas, el énfasis en la resolución de las causas, adquirió entonces una fuerza necesaria, convirtiéndose en el valor añadido de una Europa humanista y reflexiva. Fue para bien. Y debe continuar.

Sin embargo, lo militar sigue siendo absolutamente preciso en un mundo imperfecto. Y más al cambiar el escenario de aquel lejano 2003, advertido ya antes del giro que se avecinaba el día en que contemplamos boquiabiertos cómo unos energúmenos estrellaban sus aviones en las Torres Gemelas. Apenas una década después ya nada es igual, y no solo por la crisis, de cuyas consecuencias geopolíticas no acabamos de ser totalmente conscientes. Cuando a las puertas de nuestros hogares millones de hombres huyen, centenares de miles mueren, cuando vuelven degollamientos y crucifixiones, o cuando se rompen los equilibrios, las leyes no escritas del concierto europeo, tan optimistas reseñas no pueden seguir manteniéndose sin más. Sería irresponsable. Como lo sería no reflexionar acerca de la pérdida de centralidad de Europa y de su ideal democrático en un mundo que pudiera tomar otros derroteros.

En este escenario, la preocupada mirada de España hacia su inmediato horizonte se ha vuelto la mirada de todos; el reconocimiento general del problema –primer paso para su resolución– es contribución de España a la fortaleza de Europa; el propio desarrollo de Trident Juncture pone de relieve nuestro papel, nuestra situación geoestratégica y la interdependencia aliada; y, finalmente, que España vaya a liderar la nueva Fuerza Conjunta de Muy Alta Disponibilidad de la OTAN en 2016 prueba que no es fruto de la casualidad. España asume su responsabilidad porque está capacitada, porque así lo exigen sus aliados y por la seguridad de su ciudadanía.

Ese es el mensaje de Trident Juncture, que por firme no deja lugar al dramatismo, por calculado es previsible y por conjunto produce confianza. Que sea España un país puente entre dos mares, dos continentes, dos niveles de desarrollo, dos religiones, dos culturas, dos cosmovisiones, el país huésped, constituye un innegable mensaje de cercanía de los socios en la Alianza.

Alejandro Alvargonzález, secretario general de Política de Defensa.

6 comentarios


  1. El tal Alvaro González San Martín debe haber plagiado el artículo a su autor original, que se llama Alejandro Alvargonzález San Martín. Lo digo porque tengo el ABC delante y mejor evitar el error, no?

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    1. Es cierto. Se trata de un error tipográfico que ya hemos corregido. Por cierto, no entiendo muy bien a qué fin tanto sarcasmo...

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  2. No es preciso que publiquen el comentario, pero hombre, corrijanlo. Todos cometemos errores...

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    1. ¿Tú te crees que estamos las 24 horas pendientes de los mensajes? ¿no te has dado cuenta de que te aparecía pendiente de moderación?

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  3. Lamento que se hayan tomado ustedes el asunto a la tremenda. Solo actué de buena fé. Y si les dije que no era necesario que publicasen el comentario era porque, realmente, no era necesario. Solo quería echarles una mano. En cuanto al "sarcasmo", no es tal. Es tan solo una manera de hacerles ver lo cotidiano de ver un error y ponerles sobre aviso.
    Pero observo que no se es bienvenido. No se preocupe, la próxima vez no diré nada.

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