Un «error» de Cervantes

Por Arturo Pérez-Reverte, de la Real Academia Española (ABC, 26/02/05):

No hay libro, excepto la Biblia, que haya sido tan estudiado y discutido como el Quijote. Todavía hoy, cervantistas de todo el mundo discuten y se apasionan en torno a una preposición, un adverbio, una nota erudita. Todo parece dicho ya sobre la obra de Cervantes; y sin embargo, ésta permanece inagotable en su grandeza, llena de pasajes oscuros, emboscadas fascinantes, sonrisas inesperadas, pequeñas y gratas sorpresas. Ese placer no es privilegio reservado a los especialistas. Cualquier lector se convierte en uno de ellos al proyectar en las páginas inmortales su imaginación, sus sueños, sus conocimientos. Y así, de la forma más personal e inesperada, cada uno de nosotros enriquece la obra y a veces pone alguna cosa en su sitio.

Acabo de reparar, por casualidad y al hilo de otro asunto, en un punto polémico y curioso de la narración del Cautivo: esa pequeña novela casi autobiográfica inserta en la primera parte del Quijote, que Clemente Cortejón, en su edición crítica de 1905, consideró precedente del género de novela histórica que popularizaría Walter Scott. La del Cautivo es también una novela marinera, pues abunda en terminología náutica -el viaje está cartografiado por Francisco Rico en un interesante mapa que figura en su edición del Quijote de Castilla La Mancha-. Ese rigor de Cervantes no sorprende en absoluto, si consideramos que fue cinco años soldado en las galeras de Levante, embarcó en Nápoles, peleó en Lepanto, corseó y escaramuzó en las costas griegas, fue apresado a bordo de la galera Sol cerca de Marsella, y vivió mucho tiempo -otros cinco años- en un activo puerto corsario del norte de África.

El relato del Cautivo aporta datos interesantes sobre algunos lugares mediterráneos de la época. Además de Argel, donde transcurre parte de la historia de amor con Zoraida, menciona Tabarca, isla situada a media legua de la costa norteafricana, a poniente de la entrada del golfo de Túnez. También habla de un puerto de embarque comercial de higos secos llamado Sargel. Se trata del actual Cherchell, que figura en las cartas náuticas antiguas como Cercelli o Serseli: un puerto corsario y comercial repoblado con moriscos españoles.

La costa griega también la conoció Cervantes, y aparece detallada en esas páginas: Lepanto, Constantinopla y el golfo de Navarino. En el capítulo 39 de la primera parte del Quijote, el Cautivo afirma:

Lo cierto es que, cuando se consultan los portulanos y cartas costeras antiguas y modernas, la ciudad de Modon y su fortaleza veneciana -o las murallas de ésta, que es lo que se conserva hoy- aparecen siempre situados en tierra firme. En su minucioso Derrotero universal escrito a principios del siglo XVII, el capitán Alonso de Contreras, que navegó por aquellas aguas sólo tres décadas después que Cervantes, parece confirmar esto cuando asegura: «no pueden pasar nuestras galeras entre Modon y la isla de la Sapiencia, porque la artillería de Modon las alcanza». Y en 1829, el Nouveau Portulan de la Mediterranée señala: «sobre este cabo está construida la fortaleza de Modon, que se encuentra en la extremidad sur de la ciudad (...) La isla Sapienza está a poco más de una milla al sur». Parece evidente, por tanto, que la ciudad de Modon y la fortaleza se encontraban en tierra firme, que la isla está lejos, que Clemencín tenía razón, y que la afirmación de Cervantes era inexacta.

Pero no es así, o al menos no lo es del todo. En el Recueil des principaux plans des ports et rades de la mer Mediterranée de Roux (primera edición, 1764) figura la carta número 52, que describe la costa de Morea: Navarino, Modon y la isla Sapience o Sapienza. En el grabado puede observarse con detalle la topografía del Modon de la época, inalterada en los casi dos siglos transcurridos desde que Cervantes anduvo por allí. La ciudad se aprecia, en efecto, en tierra, lo mismo que la fortaleza; y la isla Sapienza, que en el portulano de Roux aparece un par de millas al sur, se ve despoblada y sin fortaleza alguna. Pero también es verdad que, muy pegada a la fortaleza principal de Modon, al sur y separada de ésta por un estrecho canal, hay una islita con una restinga que se adentra en el mar; y sobre ese islote se aprecia perfectamente una torre o atalaya fortificada lo bastante alta como para figurar en el portulano a modo de referencia para la navegación. Esa torre existe todavía, se la llama Torre Turca, se encuentra exactamente a nueve cables -poco más de mil seiscientos metros- del faro de la isla Sapienza, y sirve de referencia para los barcos que se acercan al puerto de Methóni; que, como en tiempos de Cervantes, resguarda la bahía de los vientos dominantes del este-nordeste. En la última publicación actualizada de que dispongo, el Greek Waters Pilot de 2004, hay una foto de la torre y un plano del puerto donde el islote aparece unido a tierra por un puente y conserva su forma primitiva.

El error cervantino, por tanto, sólo fue parcial: Modon no era una isla, pero allí también había una pequeña isla. Pudo ocurrir, quizá, que, cuando escribía su Quijote, el antiguo soldado de Lepanto acudiese a sus recuerdos de treinta años atrás, cuando pasó navegando frente a la costa de Morea -recordemos que, según el derrotero de Contreras, sólo habría podido hacerlo navegando por la parte de afuera, al sur de la isla Sapienza, viendo Modon a lo lejos- y en el recuerdo se le hicieran uno solo el pequeño islote con la elevada torre turca, la isla grande y la ciudad con la fortaleza veneciana avistadas en la distancia. «Aquella es la isla de Modon», oyó tal vez decir a alguien. Y así quedó registrado en su memoria. Lo que sí es un error, y éste se encuentra en el mismo capítulo 39, es llamar hijo de Barbarroja a Mehmet Bey, capitán de la galera La Presa, cuando en realidad era nieto del famoso corsario y almirante turco. Pero ésa es otra historia; y sobre ella, además, ningún erudito discrepa. Lo que está claro es que al viejo Cervantes, como a todo el mundo, también lo traicionaban los recuerdos.