Un escándalo por fases

Estamos ahora en la tercera fase del escándalo de la interceptación de mensajes. En la primera fase, los líderes gubernamentales, incluyendo la canciller Angela Merkel, el presidente François Hollande, Enrico Letta y probablemente también Mariano Rajoy, fueron informados por sus propios servicios de inteligencia de que la NSA interceptaba sus llamadas telefónicas y correos electrónicos, incluidos, por supuesto, sus teléfonos móviles personales. Desde luego en un primer momento reaccionaron encogiéndose de hombros y preguntaron a continuación si al menos podía saberse algo que fuera novedoso, pues difícilmente podían sentirse estupefactos o sorprendidos; no era el caso, por supuesto, de la canciller Merkel, cuyos mensajes y comunicaciones, como hija de un pastor luterano de la Alemania oriental comunista, fueron interceptados desde la infancia. En cuanto al presidente francés, sabe naturalmente que los servicios franceses interceptan las comunicaciones estadounidenses a gran escala, por razones comerciales o para ayudar a las empresas francesas a conseguir contratos frente a competidores estadounidenses (ciertamente no se oyó entonces tal acusación en relación con la NSA, pero es que la economía estadounidense no tiene un Gaz de France, una Électricité de France, etcétera).

Merkel, Hollande y compañía supusieron, indudablemente, que el asunto de la interceptación no tardaría en estallar, para ser sustituido a continuación por otros temas en los medios de comunicación. Lo que sucedió después, sin embargo, no fue el final de la historia, sino una segunda fase en la cual una cascada de información adicional sobre la enorme escala de las interceptaciones generó una indignación creciente, desde luego entre los analistas y comentaristas de los medios de comunicación y probablemente también en amplios sectores sociales.

La situación creada, a su vez, dio paso a la fase tres, en la que los mismos dirigentes que no se quejaron en la primera fase se vieron entonces obligados a hacer públicas sus duras protestas y a exigir enérgicamente explicaciones a los desventurados embajadores estadounidenses (que, por supuesto, sólo saben lo que leen en los periódicos porque la NSA es mucho más reservada y hermética que la CIA).

Todo esto es representación y pose, por supuesto, pero existe una causa legítima de resentimiento dado que a Merkel y compañía se les ha recordado que no son aliados de primera línea para Estados Unidos si de lo que se trata es de interceptaciones electrónicas, el núcleo de la inteligencia de los negocios y las empresas, porque este papel privilegiado se limita a Canadá, el Reino Unido, Australia y Nueva Zelanda, cuyas comunicaciones o mensajes EE.UU. no intercepta, porque todo el aparato de antenas receptoras y relés de comunicación funciona en común.

Sin embargo, esto no significa que las revelaciones de Snowden no vayan a tener consecuencias. Por el contrario, habrá dos grandes cambios. En primer lugar, la élite política de EE.UU. se ha enterado cabalmente de las implicaciones de la fusión de datos e información; es decir, del uso actual sencillo y automático de bases de datos dinámicas para combinar toda la información digital sobre cualquier tema, incluso por ejemplo sobre una persona física. Su efecto es la destrucción de la intimidad y por tanto la eliminación de un componente esencial de la libertad personal. A menos que se adopten medidas drásticas, el uso de una tarjeta de crédito en una tienda podría bastar para que el cajero tuviera acceso en la caja registradora al historial médico y legal completo del cliente, además de sus temas o sectores de interés recopilados a partir del historial de su acceso a internet, etcétera, mientras que los funcionarios gubernamentales obtendrían por supuesto toda la información relativa a todas las secciones y departamentos del Gobierno. Este descubrimiento conducirá en breve a nuevas leyes –leyes al estilo estadounidense, drásticas, terminantes, que prevean largas condenas de prisión– que prohíban de modo absoluto toda conducta o acción consistente en compartir datos e información por parte de cualquier persona en el sector privado y que requerirán una orden específica de un juez para autorizar la fusión de datos e información por parte de las distintas partes del Gobierno.

La segunda consecuencia de las revelaciones de Snowden será un drástico recorte en el presupuesto de la NSA. El argumento de que hay que gastar muchos miles de millones de dólares para detectar e interpretar las comunicaciones terroristas en el flujo planetario de billones de comunicaciones provocó unas sencillas preguntas de los congresistas estadounidenses de ambos partidos: muy bien, lo entendemos; así que ¿cuántos terroristas se han encontrado? ¿Cuántos millones de dólares –o se trata de miles de millones– hay que gastar para encontrar a un terrorista? La respuesta a la primera pregunta registró índices demasiado bajos, mientras que en el caso de la segunda pregunta fueron demasiado altos. La consecuencia será una reducción drástica en la interceptación de las comunicaciones por teléfono y correo electrónico. Los contribuyentes de EE.UU. tendrán motivos para estar agradecidos al señor Snowden. Si esto acabará con la interceptación de los mensajes y comunicaciones de los líderes extranjeros amigos es otra cuestión, por supuesto...

Edward N. Luttwak, Centro de Estudios Estratégicos e Internacionales de Washington. Traducción: José María Puig de la Bellacasa.

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