Un espectro visita a la fiscal Magaldi

Perdona que te despierte en medio del sueño de los justos, compañera Anna Magaldi, pero aquí en el éter hay buena conexión de internet y cuando vi el vídeo en el que explicabas lo que te había ocurrido a la salida de la Audiencia me di cuenta de que nadie, ni entre los vivos ni entre los muertos, puede sentirse más identificado contigo que yo. De hecho, soy el único al que, en el mismo sitio, le hicieron algo peor que a ti.

Además me enganchó doblemente tu apellido porque en mi época los aficionados al tango eran de Gardel o de Magaldi y a mí me caía mejor Magaldi. Pero no habría venido a visitarte esta noche si no fuera por la espectral indignación que me han producido los argumentos de Artur Mas contra ti. Hay cosas que por muy muerto que uno esté, no se pueden pasar por alto.

Un espectro visita a la fiscal MagaldiVerás por la toga y por la insignia que soy de la carrera. Me llamo Manuel Sancho y fui el fiscal que ejerció la acusación pública el lunes 10 de septiembre de 1934 en el mismo Palacio de Justicia de Barcelona contra un abogado separatista llamado Josep María Xammar, dirigente de Estat Catalá. Era un caso de desobediencia, por lo menos tan de libro como el de Mas, pues en un juicio anterior el tal Xammar había arremetido contra el tribunal por estar formado por jueces que no hablaban catalán, ridiculizándoles al tener que recurrir a un intérprete y haciendo caso omiso de sus requerimientos y advertencias.Yo pedía que se le impusiera una multa de mil pesetas o subsidiariamente dos meses de arresto. La vista se desarrolló en un ambiente muy caldeado. Era lo que venía ocurriendo a lo largo del verano, conatos de asalto e incendios incluidos, desde que el Tribunal de Garantías Constitucionales de la República se cargó la ley catalana de Contratos de Cultivo. La sala en la que, como sabes, caben unas doscientas personas, estaba atiborrada, y al menos seiscientas más se quedaron en los pasillos y espacios adyacentes. Muchos de los congregados tenían la misma actitud agresiva y decían las mismas cosas que los que se encararon contigo.

Xammar contestó a mis preguntas con evasivas, alegando que había tanto ruido en la sala que no había escuchado las reconvenciones del tribunal. Los testigos tampoco aportaron demasiado y los tres magistrados se retiraron a deliberar. Media hora después, sobre las dos de la tarde, regresaron para leer la sentencia que era condenatoria, aunque rebajaba a un mes el arresto sustitutivo. Acababan de hacerlo cuando un letrado gritó: “¡Visca Catalunya lliure!” y el público no sólo le secundó sino que comenzó a lanzar mueras a España.

En medio de un gran pandemonio un grupo de exaltados invadió el estrado, golpeó al presidente del tribunal, Luis Emperador, con un pisapapeles de cristal y lanzó un tintero contra un ujier que vio embadurnada su camisa. Pese a que el presidente dio orden a los guardias de asalto de despejar, los agentes allí destacados -habría una docena en la sala y treinta más en el edificio- permanecieron impávidos mientras eran los magistrados quienes se veían obligados a marcharse de forma bastante indecorosa.

Fue entonces cuando me dirigí al Comisario de Orden Público de la Generalitat, Miquel Badía, allí presente. Era un treintañero alto, de nariz recta, ojos grandes, rasgados y pelo rizado, peinado hacia atrás. Más que un policía, parecía un galán. No es verdad que yo gritara “Muera Cataluña”, como él y otros testigos de su cuerda declararon. Nunca he tenido ese tipo de sentimientos y siempre guardé las formas como hombre de leyes, aunque no fuera con la flema admirable con la que tú ibas dando caladas al cigarrillo mientras te detenías a mirar a la cara a los cafres que te insultaban.

Es cierto que recriminé con vehemencia a Badía la pasividad de sus hombres ante los actos de violencia contra el tribunal. Es posible que dijera algo parecido al "¿qué coño hace aquí esta policía de mierda de la Generalidad?", que Badía hizo constar en el atestado, aunque yo no recuerdo los tacos. Pero aquel tampoco era un hombre cualquiera.

Por su arrojo y chulería le llamaban el Capitá Collons. Había sido condenado a doce años de cárcel por participar en el complot del Garraf, encaminado a asesinar a Alfonso XIII, poniendo una bomba en el túnel al paso del tren real. Después había creado los escamots del Estat Catalá, a imagen y semejanza de los camisas negras de Mussolini, y se decía que había sido amante de una rubia explosiva llamada Carme Ballester, que militaba en ese grupo y que habría pasado de sus brazos a los del presidente de la Generalitat Lluis Companys, ya cincuentón. Además, y esa clave me sublevaba, Badía era íntimo amigo de Xammar.

El altercado fue sonado pero pensé que todo quedaría ahí. Sin embargo, poco después, cuando salía del recinto, tres agentes de los Mossos se acercaron y me comunicaron que estaba detenido y que tenían orden de trasladarme a comisaría. Si tú te sentiste ofendida en tu dignidad como representante del Estado cuando te increpaban, imagínate mi estupor y el del personal del Palacio.

La conmoción fue enorme en Barcelona y en Madrid. El jefe del Gobierno, Samper, convocó un gabinete de crisis. No había precedentes de la detención de un fiscal en el desempeño de su cargo, aunque, claro, tampoco había precedentes de que un fulano como Badía pasara poco menos que de la cárcel a la jefatura de Orden Público de la Generalitat, una vez amnistiado por el débil gobierno Berenguer. Cuánta razón tenía, por cierto, Ortega con lo del "error Berenguer".

Yo no sólo defendía la legalidad republicana sino que me identificaba con sus valores, pero tengo que reconocerte que aquel régimen fue muy estúpido o muy ingenuo. Mi detención sólo duró cinco horas porque el juez de guardia me puso en libertad tras tomarme declaración esa misma tarde. Badía tuvo que dimitir porque los fiscales se pusieron en huelga y los magistrados amenazaron con pedir masivamente el traslado fuera de Cataluña. Pero a los pocos días le tributaron un acto de desagravio en el Palau de Bellas Artes al que asistieron el propio Companys y el conseller de Justicia Lluhí.

Imagínate que los Mossos identificaran al energúmeno de la cara de odio que se lanzó a la carrera hacia ti y que ese Puigdemont que tenéis ahora le recibiera con todos los honores o acudiera a un homenaje que le tributara su propio partido. Aunque tengo que reconocerte que lo que hizo Puigdemont, encabezando la marcha que acompañó a Mas y los demás justiciables hasta la puerta del tribunal para intimidaros y encima haceros esperar, como se trata a un subalterno, fue casi peor. Por eso es tan importante que los gobernantes de hoy aprendan las lecciones de lo que yo viví.

Es cierto que a Companys le salió el tiro por la culata, pues el sector más radical del partido -Estat Catalá estaba integrado entonces en Esquerra- le abucheó en Bellas Artes apenas comenzó a hablar por entender que había entregado la cabeza de Badía a Madrid para aplacar el agravio que siguió a mi detención. La verdad de fondo es que el president y el Capitá Collons eran dos gallos que no cabían en un mismo corral y la rivalidad personal se mezclaba con la política.

Ya entonces se comentó que los dos hombres se habían reunido para tratar de zanjar sus diferencias. Companys le propuso que asistiera a un mitin en el que él fingiera reconocerle entre el público y tras una exclamación del estilo de "¡Catalanes! Acabo de ver entre nosotros a un gran catalán, Miquel Badía.."., subiera al escenario y se fundieran en un abrazo. Pero Badía rechazó la farsa y sacó a relucir, al parecer, su relación con Carme Ballester. No quiero entretenerte con detalles morbosos pero aquella discusión fue la que, según veo que ya cuentan los historiadores, desembocó en la llamada "misa negra en la cama de Maciá", con el president requiriendo amor eterno a su novia sobre el lecho de su antecesor en la Casa dels Canonges.

Al margen de todas estas chafarderías, la verdad es que no me extrañó nada que Miquel Badía reapareciera a las tres semanas de esa dimisión como jefe de los pistoleros que secundaron, junto al consejero de Gobernación Dencás, el golpe del 6 de octubre, cuando Companys declaró unilateralmente la independencia. Tampoco que fuera uno de los que se fugaron por las alcantarillas cuando aquello acabó como acabó. Tampoco que Companys le achacara en público y privado gran parte de la culpa del fracaso. Ni tampoco que año y medio después los anarquistas de la FAI lo cosieran a tiros, junto a su hermano, en plena calle Muntaner, en venganza por los excesos de su etapa policial.

Era un momento en el que el sindicalismo más radical tenía estrechos lazos con Companys y no faltaron las murmuraciones. Sobre todo cuando a los pocos meses el president se casó con Carme Ballester. Había estallado la guerra civil y Barcelona era ya esa ciudad sin ley en la que a un jurista no le quedaba sino cubrirse la cara de vergüenza con la toga.

Entenderás que me haya acordado de todo esto cuando escuché el jueves a Mas acusarte nada menos que de contribuir a "identificar" el separatismo con la "violencia", para crear un clima que propicie la "intervención" del Estado en Cataluña. Su argumento de que a él también le insultan y no lo denuncia no podía ser más cínico, teniendo en cuenta que los que te gritaban "¡fascista!", "¡mierda!", "¡vete de Cataluña!" estaban allí porque los había movilizado él, azuzándolos contra vosotros, jueces y fiscales, como se azuza a los perros de presa.

La violencia siempre ha sido parte de lo que Gaziel denominó, poco después de la tragicomedia del 6 de octubre, "el cuadro clásico de la conocida anormalidad de Cataluña". Los separatistas saben que sólo mediante la violencia podrán alcanzar la independencia y tratan de endosarle al Estado la responsabilidad de la espiral que pretenden desatar. Imagínate simplemente que los guardias civiles de Manresa hubieran utilizado el otro día sus armas reglamentarias cuando eran atacados por el centenar de energúmenos que lanzaban todo tipo de objetos contra la casa cuartel.

Recuerdo bien ese artículo de Gaziel en La Vanguardia. Nos impresionó mucho a todos. Te lo recomiendo si no lo has leído ya: "Cataluña está enferma desde hace siglos. Es el tumor de España, que a veces dormita y a veces estalla..".. Y fíjate en esto: "El único método de sanar a Cataluña -si su curación es posible- en todo caso no puede ser otro que el empleo de las autovacunas, buscando y extrayendo del propio organismo catalán las antitoxinas capaces de renovarlo".

Está claro que el referéndum de este año no tendrá lugar. Rajoy se equivocó al permitir la consulta de 2014, con la excusa de que no generaba efectos jurídicos, porque todo proceso revolucionario comienza por su ensayo general. Pero ahora la resolución del Constitucional no le deja margen alguno para mirar para otro lado.

Si no dan marcha atrás, a Mas, Puigdemont, Forcadell y Junqueras sólo les quedará elegir si salen por las alcantarillas o lo hacen por el tejado, camino de la inhabilitación o tal vez de algo peor. Y cuando la nueva representación teatral se acabe, harán falta esas "antitoxinas" de las que sois portadores los funcionarios con sentido de la legalidad y del deber, los catalanes íntegros como tú, que llevas ese pitillo desafiante entre los dedos y esa sonrisa serena, diamantina en su dignidad, rematada por el corindón amarillo de tu pelo. Amiga Anna, bona nit i bona hora.

Pedro J. Ramírez, director de El Español.

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