Un espejismo en Moncloa

Jaime Ignacio del Burgo es portavoz adjunto del Grupo Popular en el Congreso (EL MUNDO, 26/06/05).

Leo en Gara los detalles del último atentado de ETA: tras dos avisos previos, ETA hizo estallar a las 19.00 horas del sábado un coche bomba en el aparcamiento del llamado estadio de La Peineta, que acogería la ceremonia de inauguración y clausura y las pruebas de atletismo de los Juegos de 2012 si le fueran concedidos a Madrid. El atentado se produce a 11 días de que el CIO decida quién organiza estos Juegos y después de que la candidatura citara a ETA en su informe de seguridad como organización en situación de «debilidad táctica». Sumergido en la Comisión del 11-M, cuya infame agonía terminará el próximo jueves, me viene al pensamiento la palabra «imprevisión». La borro de inmediato. No quiero ser acusado de utilizar de forma torticera el terrorismo para arremeter contra el adversario político. Pero cuando ETA consigue penetrar en el corazón del proyecto olímpico de Madrid y poner en peligro su candidatura, los responsables de la seguridad deberían de dar alguna explicación.

Este atentado de ETA ha incrementado mi indignación al contemplar cómo el presidente Rodríguez Zapatero ha ido desmontando uno tras otro los pilares de la lucha de nuestro Estado de Derecho contra el terrorismo, tan trabajosamente levantados en la última década.

Al parecer, alguien convenció al presidente de que ETA estaba dispuesta a disolverse. Tal vez fuera así en el momento de su investidura, pues la lucha contra el terrorismo etarra se encontraba en su mejor momento. La cooperación francoespañola tenía en jaque mate a la banda. Los ayuntamientos se habían visto libres de la presencia coactiva y subversiva de la izquierda abertzale.La kale borroka se hallaba en estado terminal porque se habían cegado las fuentes ordinarias de financiación de Batasuna. El colectivo de presos ofrecía importantes fisuras internas. Pero si hace un año podíamos pensar en un escenario de rendición, la torpe política del presidente ha permitido el rearme, al menos moral y probablemente militar, de la banda terrorista.

El balance en tan poco tiempo no puede ser más negativo. No sólo no hemos acabado con el plan Ibarretxe, sino que estamos en trance de una reedición del mismo muchísimo más radical, si cabe, a través de la mesa de partidos que el lehendakari proyecta poner en marcha como primera fase de la llamada propuesta de Anoeta, que sería la primera gran victoria de ETA en el terreno político.Los proetarras siguen en el Parlamento vasco y han regresado a los ayuntamientos. La Ley de Partidos se ha convertido en papel mojado, tras la prevaricadora decisión de no promover la ilegalización de PCTV. Se ha intensificado el impuesto revolucionario y los borrokas hacen de las suyas en el País Vasco. La izquierda abertzale se encuentra envalentonada.

El martes pasado, en el Congreso, el PP, el PSOE, UPN y CC unimos nuestros votos para reafirmar el Pacto de Pamplona de 1988 y recordar su punto quinto. En él se rechaza cualquier negociación no sólo con ETA, sino con cualquier organización respaldada por la misma. Tuvimos la impresión de que el PSOE deseaba allanar el camino para restablecer el entendimiento con el PP y demostrar a ETA que el 17 de mayo no tañeron campanas de muerto por el Pacto por las Libertades y frente al Terrorismo. ¿Será verdad?

Tal vez alguien, con la pretensión de ser el Gerri Adams del País Vasco, se puso a negociar sin tener poderes bastantes de los capos criminales de la banda, provocando así un espejismo en La Moncloa. Lo cierto es que el atentado de Madrid demuestra que ETA se ha fortalecido. Y la izquierda abertzale, al mantener como rehén a Ibarretxe, ha vuelto a convertirse en factor determinante. Más no se puede pedir.