Un fantasma recorre Occidente

«Si fuera un ciudadano americano, no votaría por Hillary Clinton ni que me pagarais», dijo Nigel Farage este mes de agosto en un mitin de Donald Trump. El magnate utilizó como reclamo al líder del Partido de la Independencia del Reino Unido (UKIP), gran valedor del brexit, al creer que sus electores y los votantes eurófobos comparten una visión de Bruselas y Washington como centros de poder que secuestran derechos de los ciudadanos. Así, Trump afirmó que votarle permitiría «redeclarar la independencia americana».

De hecho, Farage y Geert Wilders -líder del Partido de la Libertad holandés (PVV)- ya asistieron a la convención republicana que proclamó candidato a Trump en julio y Marine Le Pen le define como «un hombre libre». Estas asociaciones reflejan una confluencia de la derecha populista europea y estadounidense, algo que los académicos Jeffrey Kaplan y Leonard G. Weinberg señalaron en 1998 al aludir a una «derecha radical euroamericana». Los temas hoy son similares en ambos continentes: ultrapatriotismo, antinmigración, islamofobia, proteccionismo económico y denuncia del establishment por oligárquico y antinacional (Trump incluso cuestiona la ciudadanía americana de Barack Obama).

La globalización, pues, es el catalizador de una reacción populista amplia a ambos lados del Atlántico e incluso en Australia, donde el partido Una Nación captó el 4,3% de votos del Senado en los comicios federales.

La candidatura de Trump, el triunfo del brexit o el éxito del candidato del Partido de la Libertad de Austria (FPÖ), Norbert Hofer, en las presidenciales (49,7%) acreditan una normalización de la ultraderecha. Sus formaciones ganan centralidad, compiten eficazmente con la derecha conservadora, integran o condicionan gobiernos, aspiran a presidir países y su mensaje radicaliza la agenda política. Lo ha reflejado Nicolas Sarkozy con el endurecimiento de su programa sobre inmigración al proponer la suspensión del reagrupamiento familiar.

Además, en EEUU la evolución reciente del Partido Republicano ilustra el peligro de asociarse a la ultraderecha con afán instrumental. La formación se acercó al extremista Tea Party para beneficiarse de su dinamismo en las elecciones legislativas del 2010 y acabó presa del grupo ultrapatriota, que derechizó a los republicanos alejándolos del electorado moderado y favoreció la recepción posterior del agresivo discurso de Trump.

Este multimillonario se dirige a un electorado transversal, como es propio de los grandes partidos, pero comparte con la ultraderecha europea su pretensión de proteger a los de abajo del impacto de la mundialización con su deseo de renegociar tratados, contener la economía china o frenar la inmigración y erigir un muro con México. Asimismo, una gran bolsa de su electorado es semejante a la de la derecha populista europea, ya que en él está sobrerrepresentado el votante blanco de bajo nivel de estudios. Plasma lo que se ha calificado de revuelta del hombre blanco ante la competencia laboral extranjera, la deslocalización industrial y el nuevo protagonismo de la mujer que diluye roles tradicionales.

Además, con Trump la derecha radical estadounidense se aleja de su meta de reducir el peso del Estado federal, pues llevar a cabo algunas de sus propuestas requiere un Estado fuerte, de ahí su afán de que México pague el muro fronterizo que planea erigir. A la vez, su fulgurante ascenso como candidato se enmarca en una escena política parecida a la de los países europeos en los que irrumpe la ultraderecha: erosión de los grandes partidos, mayor polarización electoral, éxito de candidatos antiestablishment (como Trump y el demócrata Bernie Sanders) y fuga de voto a otras siglas (que en EEUU serían el Partido Libertario y el Verde).

Por último, el hecho de que el candidato republicano sea multimillonario tampoco desentona con la ultraderecha europea: Jean-Marie Le Pen o Jörg Haider dispusieron de un importante patrimonio, hecho que no les impidió captar el mayor porcentaje de voto obrero en sus países.

Gane o no las elecciones, el mensaje de Trump, que amalgama nacionalismo y exclusión, se normalizará socialmente, como sucedió en Gran Bretaña con las tesis del UKIP en el debate del brexit: los insultos, los anónimos amenazadores y las agresiones a inmigrantes han aumentado. Las posiciones de ultraderecha, pues, avanzan en el tablero europeo y americano, y sus discursos son cada vez más homologables. Parafraseando el Manifiesto Comunista, hoy un fantasma recorre Occidente: el de la derecha populista. Y sus consecuencias son tan inquietantes como imprevisibles.

Xavier Casals, historiador y profesor de Blanquerna.

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