Un fenómeno de psicosis colectiva

Finales de los años 20. Cerca de Estella, al pie del Ega, el automóvil de Alfonso XIII circula en dirección a Madrid. El monarca siente sed y manda que paren el coche. Desciende del automóvil y dirige sus pasos, bajando por una pendiente, hasta la ribera del río. Se encuentra allí con una muchacha que lava la ropa y que va provista de comida y bebida para pasar el día. El Rey le pide que le dé de beber. La presencia de un extraño intimida a la joven que, como acto reflejo, se niega a complacer la petición. Alfonso XIII le espeta con solemnidad: «¿Sabes quién te lo pide?». La chica niega con la cabeza. El Rey imposta la voz para informarle. «Te lo pide el Rey de España». La muchacha se echa a reír, salpica con agua al impostor y le replica divertida: «¿El Rey de España? ¡Y yo que me lo crea! Lo he visto en el periódico y es mucho más guapo». Al día siguiente, en un periódico regional, aparecía este titular a toda página: «El Rey tratado de feo».

Por aquellas fechas, el monárquico José María de Areilza vio por primera vez y saludó a Alfonso XIII. Lo describe como un hombre de «cabeza pequeña, nariz prominente, prognatismo no muy acentuado, boca sensual bajo el negro bigote, y unos ojos vivísimos que lo inspeccionaban todo». Relata también el político de Portugalete: «En las nuevas generaciones, la Monarquía tenía pocos partidarios y la hostilidad al Monarca era grande, reflejada en chistes, caricaturas y canciones».

El 14 de abril de 1931 -hoy hace 80 años- se proclamó la II República española. Dos días antes se habían celebrado elecciones municipales que ganaron los partidos monárquicos. El resultado, traducido en actas de concejales, fue de 40.324 votos monárquicos y 36.282 republicanos y socialistas. En las grandes ciudades, Madrid y Barcelona entre ellas, los concejales republicanos se triplicaron y cuadriplicaron. Una curiosa hermenéutica de aquellos resultados interpretó el voto rural como caciquil y conservador y el urbano como consciente y libre. Su triunfo urbano animó a los republicanos a echarse a la calle con entusiasmo desbordante y proclamar la República.

Esto permite calificar los hechos de golpe de Estado. No en un aspecto técnico, porque no hubo violencia ni coacción; pero entonces, como ahora, unos comicios municipales tienen como objetivo la constitución de ayuntamientos, no un cambio en la forma de Estado. Habría sido necesario para ello la convocatoria de un referéndum, pero la voz de la calle fue estruendosa, con tantos decibelios que hizo añicos los cristales de las urnas. El propio Rey entendió que el vocerío, la explosión popular, expresaba un rechazo a su persona, y defenderse exigiendo la aplicación de la ley podría acabar en derramamiento de sangre. Los sucesos del 14 de abril de 1931 hay que encuadrarlos en un fenómeno inédito de psicosis colectiva.

Un factor que contribuyó a la unidad de las fuerzas opositoras fue el crack del 29 y su repercusión en España. El progreso económico de los felices 20 dio la vuelta como un calcetín. La Gran Depresión supuso que los inversionistas extranjeros retirasen su dinero de España, que los bancos estuvieran al borde del descubierto y que la peseta se devaluara. Del pleno empleo se pasó a una situación de catástrofe.

La dictadura primoriverista (de signo conservador más que fascista) cayó en enero de 1930 y la Monarquía un año y tres meses después. La coincidencia en el tiempo hace fácil la sospecha de que una y otra se necesitaban mutuamente. Su destino fue común: el Rey y el dictador acabaron en el exilio. Alfonso XIII había apoyado en un principio al general. Demasiado tarde le retiró la confianza.

Se crearon estados de opinión en contra de la Monarquía. Ortega, Marañón o Pérez de Ayala auspiciaron el advenimiento de la República. Fue el banderín de enganche para limpiar las impurezas de la realidad. Ortega, en un artículo publicado en El Sol con el título de El error Berenguer, y a manera de posdata, escribió una consigna demoledora: Delenda est Monarchia. Pero el filósofo no tardó mucho en advertir la demagogia republicana y, junto con Marañón y Pérez de Ayala, le dio la espalda al nuevo régimen y acuñó la celebre expresión «No es eso, no es eso». Ante la quema de iglesias y conventos y otros desmanes, los tres intelectuales rectificaron su posición y rechazaron «la imagen de la España incendiaria, la España del fuego inquisitorial».

La República que se inició hoy hace 80 años no cuenta ni siquiera como dato histórico para las nuevas generaciones. Algunos, sin haber vivido aquellos años, se muestran nostálgicos de una etapa que desembocó en la pesadilla de la Guerra Civil.

Avanzada la madrugada del día 14, el Gobierno provisional se enteró de la marcha al exilio de Alfonso XIII. Salió por la puerta del Campo del Moro, casi por la gatera, lugar que debió abrirle las carnes porque en Madrid había calado el dicho de que «hasta los gatos se han hecho republicanos».

En el manifiesto que dictó antes de su marcha, y que sólo publicó ABC, el Rey sintetiza su sentir desde la primera frase. «Las elecciones celebradas el domingo me revelan claramente que no tengo el amor de mi pueblo».

Por José Joaquín Iriarte, periodista.

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