Un futuro de robots y personas

Cuando en 1818 Mary Shelley escribió 'Frankenstein', una genial alegoría sobre el miedo a lo desconocido y sobre los límites del poder humano, la primera revolución industrial estaba cambiándolo todo. Una transformación que fue percibida por algunos de sus contemporáneos como un enemigo que iba a destruir el trabajo y que incluso desafiaba el poder creador de Dios. Sin ir más lejos, podemos consultar en los manuales de historia lo que supusieron en su momento fenómenos como el ludismo: un movimiento encabezado por artesanos ingleses que en el siglo XIX protestaron contra las nuevas máquinas que destruían sus empleos. Los telares industriales o la máquina de hilar industrial amenazaban con reemplazarles por trabajadores menos cualificados y que cobraban salarios más bajos.

Tras las sucesivas revoluciones industriales históricas del carbón, del petróleo y de la informática, el Foro Económico de Davos nos advierte ahora de la llegada de la cuarta revolución industrial, la de la robótica, y pronostica pérdidas millonarias de empleos durante los próximos años.

La principal novedad de esta nueva revolución tecnológica es su efecto en sectores de actividad tan resguardados hasta ahora de las máquinas como los servicios o la atención a las personas, haciendo de muchos trabajos algo superfluo e innecesario. La otra cara de la moneda es que se vislumbra la creación de nuevas oportunidades laborales en ámbitos como la ingeniería y la propia robótica, pues se necesitará mano de obra para diseñar, fabricar e integrar a los robots en muchos sectores de actividad nuevos.

Ante la nueva revolución de los robots se pueden argumentar dudas económicas, éticas y sociales que guardan similitudes con las que ya se plantearon en el siglo XIX: ¿abocará irremediablemente a parte de la población a la pobreza? ¿Se sobrepasarán los límites morales y éticos en medicina o biotecnología? ¿Ayudará la robótica a mejorar nuestra calidad de vida o nos convertiremos en meros esclavos de la tecnología?

Teniendo en cuenta el evidente escenario de cambio en el que ya nos encontramos actualmente, cabe cuestionarse por ejemplo qué supone para los puestos de trabajo de menor cualificación: la formación y el desarrollo profesional cobran aún mayor trascendencia y se hacen necesarios importantes cambios sociales, educativos y en la distribución de las cargas de trabajo para que no queden excluidas amplias capas de la población.

En relación a conceptos tecnológicos como la inteligencia artificial o la robótica se nos han planteado en muchas ocasiones posibles futuros utópicos o distópicos. Según mi opinión, y hablando en nombre del Consejo Asesor de la Fundació Factor Humà formado también por Victòria Camps, Manel del Castillo, Josep Santacreu y Salvador Alemany, debemos ser optimistas y acoger sin miedo el proceso imparable de la robotización, apreciando más sus oportunidades que sus riesgos. Como dijo Eduardo Galeano, la utopía siempre queda en el horizonte pero intentar llegar a ella nos sirve para caminar.

Pensamos que tendrá efectos positivos a partir de la generación de nuevas oportunidades y de la obtención de mejoras para los trabajadores ya que, por ejemplo, las máquinas nos liberarán de las tareas más pesadas para poder dedicarnos a aquello que realmente se nos da bien o que nos motiva.

Creemos en el poder actual y futuro de las habilidades humanas, pero debemos ser capaces de propiciar entornos de trabajo menos rígidos y autoritarios donde fluyan la autonomía, la capacidad de análisis, la creatividad, la inteligencia emocional o el compromiso. Precisamente ese compromiso y la confianza necesaria para lograrlo han sido dos aspectos muy castigados durante los años de recesión económica que nos han tocado vivir.

Es responsabilidad de todos, tanto de los empleados como de la dirección de las organizaciones, lograr restaurar unas condiciones propensas a la implicación y a la alineación de los trabajadores con los valores de las organizaciones de las que forman parte, de manera que su rendimiento vuelva a ir más allá de la noción estrictamente contractual de relación laboral: esa será una de las mejores maneras de darle valor añadido a la persona con respecto a la máquina. La importancia del factor humano y saber hacerlo tangible en forma de resultados empresariales es lo que propugna nuestra fundación.

En definitiva, la robótica ya no es parte de una novela de ciencia ficción, es un cambio que ha llegado para quedarse y de nosotros como seres humanos depende que su adopción sea social y humanamente viable, porque la eficiencia no puede ser el único valor asociado a esta revolución.

Núria Basi, presidenta de Basi y miembro del consejo asesor de la Fundació Factor Humà.

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