Un futuro italiano posible

Dada la seria crisis desatada este fin de semana, parecería inverosímil ser optimista sobre Italia. Pero es posible que los mercados internacionales no entiendan lo que unas nuevas elecciones puedan lograr.

La nueva crisis llega en un momento irónico: justo cuando los indicadores económicos apuntan a una recuperación real para 2014. El Banco Central Europeo ha mejorado sus expectativas, así como muchos Gobiernos en la eurozona. Hasta el circunspecto Fondo Monetario Internacional (FMI) piensa que la situación en Europa se estabiliza. La confianza de los inversores en la eurozona está en su punto más alto en dos años y en Italia los datos son especialmente esperanzadores. Incluso existen perspectivas de cambiar la tendencia del paro —la gran deuda pendiente de la crisis—.

A corto plazo, hace tres años que Europa espera el fin de la agonía, y ahora que se avecina, se precipita una nueva crisis de Gobierno, y nada menos que en Roma. Aun cuando no sea sistémica, esta crisis puede destruir las perspectivas de crecimiento.

En el centro de la tormenta está el destino político de Silvio Berlusconi, que ha paralizado Roma desde que la Corte Suprema condenó al expremier por una corrupción. Esta es la primera vez que hay una sentencia firme contra Silvio Berlusconi y queda, por tanto, sin esperanzas de un mágico deus ex machina. Será suficiente un voto en el Senado (programado para el 5 de octubre) para que Berlusconi pase un año en arresto domiciliario.

Pero el Ejecutivo de Enrico Letta depende de los votos del ex jefe de Gobierno y su Popolo della Libertà (PDL). Por un tiempo parecía que existía una salida: el presidente Giorgio Napolitano podía perdonar a Berlusconi suspendiendo la sentencia y creando una salida política.

Hace dos semanas, sin embargo, Berlusconi actuó de manera irracional: en un vídeo amenazó al Gobierno y denunció a la justicia. La posibilidad del perdón presidencial naufragó.

Este es el Berlusconi carismático y políticamente hábil que en 1994 destruyó el corrupto y anticuado sistema político italiano prometiendo una revolución liberal que nunca llegó. Solo el Gobierno tecnócrata de Mario Monti implementó muchas de estas reformas esenciales para destruir el esclerótico sistema político y económico de Italia. Monti actuó en detrimento de su propia popularidad, pero acometió reformas que merecen el respeto de toda Europa.

Solo con un nuevo contrato social se puede proveer a los jóvenes italianos de trabajo y esperanza. Pero desde que Letta es primer ministro, la presión de Berlusconi ha deshecho mucho de estos cambios, empezando con un impuesto (IMU) impopular, pero necesario. Tanto es así que cuando Letta lo canceló el FMI se quejó porque era la manera más regresiva e injusta de reducir la carga impositiva.

Este fin de semana, Berlusconi ha retirado finalmente a sus ministros del Gabinete, poniendo en jaque al Gobierno. La posibilidad de elecciones aumenta y los mercados lo han notado, empujando la prima de riesgo italiana.

Ahora bien, muchos de los que apoyan al centroderecha de Berlusconi quieren reformas en Italia, independientemente de lo que ocurra con su líder. También quiere reformas ese 8%-10% que apoya al expremier Monti. Lo esencial, por tanto, es encontrar a un líder político que pueda implementarlas.

Mucha tinta se ha gastado tratando de comprender el fenómeno político de Berlusconi, que todavía lidera las encuestas. Así también ocurre con Beppe Grillo, el excomediante devenido en populista, cuyo Movimiento Cinco Estrellas se deleita llamando al default y a una salida del euro. Pero el consenso para las reformas difíciles pero necesarias existe, y estas implican tanto dejar atrás el pasado como darle la espalda a las peligrosas ideas de un autoritario como Grillo.

Quizá entonces sea necesario mirar hacia la izquierda para encontrar a una socialdemocracia moderna. El político más popular de Italia —el joven reformista alcalde de Florencia, Matteo Renzi— se ha lanzado por segunda vez como candidato a liderar su Partito Democratico (PD). La última vez que lo hizo, antes de las elecciones de febrero, Renzi perdió la elección primaria en contra de un candidato apoyado por los sindicatos. Fue un fenómeno clásico de moverse a la izquierda por el partido y así perder las elecciones.

Las encuestas sugieren que un PD liderado por Renzi podría obtener la mayoría necesaria para gobernar, probablemente con el apoyo de los centristas de Monti. Tal Gobierno tendría un mandato democrático para renovar Italia: luchar contra la burocracia, romper con el apartheid laboral, y restablecer el balance intergeneracional hoy perdido en Italia. Se trataría, en fin, de implementar la revolución liberal que Berlusconi prometió y que nunca realizó.

Hace dos años, la prensa mundial debatía acerca de cuántas semanas le quedaban al euro. Pero el fin no llegó. La crisis política en Roma seguramente resucitará a las Casandras, pero esta crisis también tiene una solución. Existe un futuro optimista para Italia, uno dentro del euro y con un sistema político que prometa perspectivas a sus jóvenes sin empujarlos hacia los aeropuertos.

Pierpaolo Barbieri es fellow de la Escuela Kennedy de Gobierno en Harvard. Su libro Hitler’s shadow empire será publicado por Harvard University Press este año. Su próximo proyecto se centra en la historia económica de América Latina.

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