Un futuro mejor para el Congo

Un futuro mejor para el Congo

La República Democrática del Congo (RDC) se ha convertido en sinónimo de estado fracasado. Ningún país ha pasado por conflictos más brutales, tenido más gobiernos cleptócratas y corruptos, o dilapidado más riquezas procedentes de recursos naturales. Entrampada en un ciclo de incertidumbre política, recesión económica y violencia en aumento, el desastre humanitario se ha vuelto una forma de vida. Y, sin embargo, un futuro mejor es posible.

En la destartalada escuela primaria de Rubaya, en un pequeño pueblo ubicado en las frondosas y verdes colinas de la provincia de Kivu del Norte, en la frontera con Ruanda, se puede tener un atisbo de esa posibilidad. Los niños se sientan con atención en aulas atestadas, sus rostros llenos de entusiasmo, ambición y esperanza. Dorothy Gakoti, de 13 años, quiere ser enfermera. “Si me va bien en la escuela, puedo tener mejores oportunidades en la vida, y ayudar a mi familia y comunidad”, afirma.

No obstante, la RDC (incluida Kivu del Norte) sigue enfrentada a muchos desafíos. Decenas de grupos étnicos armados consideran a las poblaciones locales presas legítimas. La violencia sexual, que a menudo se ceba en niñas jóvenes, es tan endémica como subreportada. Cerca de 4,5 millones de niños están desnutridos, casi la mitad de gravedad. Menos de la mitad de los que contraen enfermedades potencialmente letales como neumonía y malaria reciben tratamiento.

Para empeorar las cosas, cerca de un cuarto de los niños en edad escolar de la RDC no reciben educación alguna. Y quienes sí van a la escuela se enfrentan a abismantes dificultades: Dorothy no tiene libros o lápices con su nombre, y le resulta difícil entender el francés, el idioma de enseñanza.

Pero descartar a la RDC como un fracaso del desarrollo sería un error. Desde fines de la devastadora guerra de cinco años en 2003, el país ha logrado notables avances. Mientras dos tercios de la población sigue sobreviviendo con menos de $1,25 al día, los índices de pobreza y mortandad infantil han caído, y han subido las tasas de inmunización y matrícula escolar.

Más aún, la RDC tiene un enorme potencial económico sin aprovechar. Posee más de la mitad de las reservas mundiales conocidas de cobalto (componente clave de chips de ordenadores y baterías de iones de litio) y cerca del 80% de la oferta mundial de coltano (metal resistente al calor utilizado en móviles y otros aparatos). El país es además un importante productor de cobre, oro, estaño, tungsteno y diamantes. Si añadimos a eso su fértil suelo y parte del mayor potencial de generación hidroeléctrica del planeta, debería ser un motor económico regional, si no continental.

¿Qué explica la desconexión entre el vasto potencial económico de la RDC y la situación de sus niños? Para comenzar, el gobierno no ha logrado crear un sistema tributario que movilice recursos para la inversión pública en salud y educación. De hecho, el país posee una de las menores proporciones de ingreso a PIB del mundo, siendo saqueado en la práctica por actores foráneos e intereses creados locales.

En su novela El corazón de las tinieblas, ambientado en la RDC, Joseph Conrad relató sobre lo que más adelante describiría como “el más miserable impulso de saqueo que haya desfigurado nunca la historia de la conciencia humana”. Sin embargo, incluso Conrad se habría quedado con la boca abierta ante las enormes ganancias y bajísimos impuestos que las compañías inversionistas mineras del extranjero se han asegurado en la última década.

Tanto el Fondo Monetario Internacional como el Banco Mundial han criticado la excesiva generosidad de los contratos ofrecidos a los inversionistas extranjeros en el sector minero, a pesar de haberlos diseñado e impulsado. El Departamento del Tesoro de EE.UU. ha acusado a un inversionista extranjero de ganar $1,3 mil millones, más de cinco veces el presupuesto total del gobierno destinado a la salud, a través de tratos “opacos y corruptos”.

La falta de ingresos estatales se refleja directamente en una subinversión en servicios públicos. Los padres que buscan tratamiento para su hijo o hija con malaria, o un lugar en la escuela, deben pagar de su bolsillo, lo que es imposible para muchos. Con todo lo repletas que estaban las aulas de la escuela primaria de Rubaya, cada niño o niña con los que hablé dijo tener un hermano o hermana que no iba a la escuela porque la familia no podía pagar los gastos, cerca de $10 por trimestre.

Las turbulencias políticas han perturbado más, si cabe, las iniciativas de desarrollo. Las elecciones que el Presidente Joseph Kabila se suponía iba a convocar en 2016 se han retrasado para diciembre de 2018, demora que ha intensificado resentimientos y avivado la violencia.

El año pasado cerca de dos millones de personas en la RDC, la mitad en la provincia de Kasai, hasta entonces pacífica, fueron obligadas a abandonar sus hogares. La cantidad total de desplazados internos ahora asciende a 4,5 millones (solo Siria le supera en los conflictos actuales), mientras que otros 750.000 han huido a países vecinos. Estos desplazados y refugiados viven en condiciones desesperadas, sin techo, nutrición ni atención de salud, y prácticamente sin acceso a la educación.

Para que la RDC tome un camino diferente y más esperanzador es esencial fomentar la productividad y crear empleos para 1,5 millones de trabajadores que entran cada año al mercado laboral. En este punto la educación es un factor esencial. Cada año adicional de escolaridad se asocia con un aumento del 9% de ingreso. En consecuencia, la ampliación de las oportunidades de aprendizaje sería un gran paso para la reducción de la pobreza, especialmente si se considera que casi la mitad de la población de la RDC tiene menos de 15 años. Pero un mejor acceso a la educación debe ir de la mano con estrategias para combatir la desnutrición y la mala salud en la infancia.

Una educación para todos y la atención de salud universal son las claves para un mejor futuro de los niños de la RDC. Para ello el próximo gobierno habrá de tomar medidas urgentes para crear una base tributaria. En lo más inmediato, a menos que este año se monte una respuesta eficaz a la creciente crisis humanitaria de la RDC, el nivel de sufrimiento será inmenso, y no solo en el país mismo. Como sus países vecinos saben bien, lo que ocurre en la RDC no suele quedarse en la RDC.

La cumbre de emergencia planificada en Ginebra para esta semana es una oportunidad para que los donantes prevengan lo peor, al proporcionar los $1,7 mil millones que la ONU estima costaría una respuesta. Para ello será necesario que dejen de lado sus percepciones miopes y equivocadas de que la RDC es una causa perdida y, en su lugar, ayuden a construir el país que merecen sus niños.

Kevin Watkins is the CEO of Save the Children UK. Traducido del inglés por David Meléndez Tormen.

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