Un genocidio histórico

La historia contemporánea está llena de dictadores que con mayor o menor intensidad hicieron (o hacen) lo posible por negar toda virtualidad de libertad y democracia a sus ciudadanos. Si esto es algo generalizado en todas las latitudes del planeta, acaso los dos dictadores que con más crueldad actuaron a lo largo del siglo XX fueron dos europeos: un alemán nacido en Viena, Adolf Hitler, y un soviético proveniente de Georgia, Josef Stalin.

Ambos dirigieron su odio contra diversos colectivos por razones ideológicas, religiosas, culturales... o con cualquier excusa para desplegar, con el silencio de las sociedades que les amparaban, toda la brutalidad que llevaban dentro. Del primero, fue especialmente víctima el pueblo judío, que fue sometido a infames ignominias. Sería, sobre todo, el Estado de Israel, desde su posterior fundación, el que de modo muy comprometido ha querido mantener vivo el recuerdo de uno de los episodios más indignos de la historia de la humanidad.

Son numerosos los grupos sociales o nacionales víctimas de la maldad intrínseca de Stalin. Las matanzas y deportaciones, en unas condiciones que conducían a muertes seguras, fueron muy numerosas y prolongadas. Pero hay una que fue la principal y cuyo 75 aniversario se conmemora ahora: la hambruna creada en Ucrania, que provocó la muerte de entre 8 y 10 millones de personas (un 20% de la población de esta república soviética). Durante mucho tiempo cayó sobre este acontecimiento un manto ignominioso de silencio, que está empezando ahora a rasgarse.

Siempre el país ucraniano fue calificado de "granero" de Rusia o de Europa por ser, dada la fertilidad de sus tierras, uno de los mayores productores de trigo. Tras la fase previa de colectivización seguida de amplias deportaciones a Siberia, entre 1932 y 1933 se produjeron unas requisas e incautaciones masivas de toda la producción alimenticia, que condenaron a la muerte por hambre a millones de ucranianos. Mientras tanto, la Unión Soviética procedía a exportar a otros países lo incautado a los campesinos de una de sus repúblicas. Quienes querían huir de esa hambruna tan artificial como despiadada y desplazarse a zonas urbanas eran retenidos por los militares.

Ahora hace 75 años, en junio de 1933, se produjo el momento álgido de esa tremenda acción: cada día morían 25.000 ucranianos. Esa hambruna no tenía su origen en causas naturales sino en una premeditada actuación de los dirigentes soviéticos para provocar el aniquilamiento en masa de una población refractaria al sistema de colectivización.

Mientras Stalin contemplaba muy atento el aniquilamiento de los campesinos ucranianos que había promovido, seguía al detalle de la destrucción en 40 días del mayor templo religioso de Moscú, el Cristo Salvador, construido durante 50 años para conmemorar la victoria sobre Napoleón. En su lugar erigiría el Palacio de los Soviets.

Solo bastante recientemente se ha empezado a divulgar uno de las mayores actuaciones terroristas de Estado cual es la acontecida en Ucrania bajo la dictadura soviética. Hace cinco años, la Asamblea de la ONU aprobó una declaración de reconocimiento de esta gran tragedia. Más recientemente, tras el cambio originado con la revolución naranja, los nuevos dirigentes, alejados del comunismo, promovieron en su Parlamento una ley sobre la gran hambruna en la que se procede al reconocimiento de este genocidio.

Algunos países promovieron iniciativas en este sentido. El Congreso de los Diputados lo hizo (a instancia del diputado de CiU Xuclà) hace unos meses, consiguiendo el respaldo unánime de la Comisión de Asuntos Exteriores. Varias comunidades autónomas también lo han hecho, como Euskadi, Baleares o el Parlament de Catalunya.

Como expresó Sören Kierkegar, "la historia se escribe hacia atrás pero se vive hacia delante". Ahora, Ucrania recuerda aquellos hechos intentando recuperar su propia memoria histórica a la que todo pueblo tiene derecho cuando acontecimientos especiales justifican que se vuelvan los ojos atrás. Pero no para quedarse clavados en ese pasado sino para, con su voz alzada, reclamar y contribuir a que eso jamás pueda volver a suceder ni allí ni en cualquier otro lugar.

Hoy Ucrania sigue teniendo rémoras de aquel tiempo, como el gran peso de una oligarquía financiera y política corrupta, pero se han dado pasos hacia una clara libertad de prensa, pluralismo político (escaso en otros países ex soviéticos) y notable transparencia electoral. Es, ciertamente, un país con una doble alma, con una mitad que mira a Rusia y otra que lo hace a Europa. Si la inestabilidad no regresa, tiene un gran futuro.

Necesitan antes recordar, reflexionar y lavar, tanto internamente como también hacia el exterior, aquellos hechos acontecidos hace 75 años. De ellos fueron responsables los dirigentes soviéticos del Kremlin de aquel momento, pero también el inmenso silencio, y a veces complicidad, con que gran parte de la sociedad ucraniana actuó no solo entonces sino también cuando el país asumió su independencia en 1991, al igual que el enorme silencio de todo el mundo hasta fechas recientes.

Jesús López-Medel, presidente de la Comisión de Derechos Humanos, Democracia y Ayuda Humanitaria de la Asamblea de la OSCE.