¿Un Gerry Adams para el País Vasco?

Rogelio Alonso es profesor de Ciencia Política en la Universidad Rey Juan Carlos (Cuadernos de Pensamiento Político nº 6, FAES. ABR-JUN/05).

ENSALZAR AL TERRORISTA

En Irlanda del Norte ninguna otra persona ha estado más entregada a la tarea de alcanzar la paz mediante el diálogo». Así era presentado Gerry Adams el 16 de enero de 2005 en la primera de las dos entrevistas con el político norirlandés que en un mes publicó el diario El País1. Semejante afirmación era falsa, si bien anticipaba el tratamiento que Adams tendría durante su gira por España.

El dirigente del IRA sedujo a los medios de comunicación durante la presentación de sus memorias en nuestro país, consolidando la imagen de hombre entregado a la causa de la paz que tanto cuida ante la generalizada ausencia de críticas a su figura. Todo ello cobraba especial relevancia en unos momentos en los que se debate cómo acabar con ETA, llegándose incluso a reclamar un «Gerry Adams para el País Vasco». El motivo radica en que el ensalzamiento de Adams con el fin de situarlo como referente para el ámbito vasco puede contribuir a un escenario sobre el que el secretario general del Partido Socialista de Euskadi ya ha alertado al advertir que debe evitarse que «lo que ETA ha perdido por la vía policial lo recupere, siquiera parcialmente, por la vía política» 1. Expresaba de ese modo un principio compartido por el Partido Popular y recogido en el Pacto por las Libertades, en el que PP y PSOE afirmaron «que de la violencia terrorista no se extraerá, en ningún caso, ventaja o rédito político alguno», comprometiéndose ambos partidos a «trabajar para que desaparezca cualquier intento de legitimación política directa o indirecta, de la violencia».

En contra de esas directrices, el enaltecimiento de Adams se sustenta en falsedades sobre su verdadero papel en el proceso de paz que precisamente le han permitido recuperar por la vía política lo que el IRA perdió por la vía policial. Adams personifica un enorme fracaso personal y político, aunque pocos lo dirían dado el trato de hombre de Estado que se le dispensa internacionalmente. Después de treinta años al frente del IRA, es un hecho constatable que este grupo terrorista ha detenido su violencia sin haber logrado ninguno de sus objetivos. La propia ETA lo apreciaba en uno de sus documentos internos -publicado en el Zutabe 91, de junio de 2001- en el que los terroristas vascos evaluaban del siguiente modo el Acuerdo de Viernes Santo aceptado por el IRA y el Sinn Fein en 1998: «Al pueblo irlandés en su totalidad se le niega el derecho de autodeterminación, y por otro lado el gobierno de los 26 condados [de la República de Irlanda] deberá cambiar su constitución, renunciando a 6 condados [los de Irlanda del Norte], hasta que sus ciudadanos decidan otra cosa. Los irlandeses deberán aceptar la división de su pueblo». Así lo corroboraba Gerry Adams cuando aseguraba en 2000 que «la autodeterminación para la población de esta isla todavía tiene que conseguirse», exponiendo por tanto el equívoco repetido por el Partido Nacionalista Vasco que identifica como causa del alto el fuego del IRA el «solemne reconocimiento del Derecho a la Autodeterminación» (Adams, 2000; PNV, 2001). Como los portavoces del IRA y del Sinn Fein admiten, en absoluto se ha reconocido la autodeterminación del pueblo irlandés por la que han justificado su violencia. Al mismo tiempo, muchos son los activistas que definen como muy pobre el balance después de tantos años de terrorismo. En primer lugar, es evidente que Irlanda del Norte continúa bajo plena jurisdicción y soberanía del Reino Unido. Asimismo, desde octubre de 2002 permanece suspendida la limitada autonomía norirlandesa transferida tras el alto el fuego, sistema de gobierno éste que en absoluto se correspondía con las pretensiones de autodeterminación y unificación del norte y el sur de Irlanda planteadas por el IRA.

Estas cuestiones suelen pasar desapercibidas para quienes presentan al dirigente del Sinn Fein como el gran artífice de la paz que tanto habría arriesgado para atraer al IRA hacia el alto el fuego, ignorando así aspectos cruciales de un maquiavélico personaje que obligan a reinterpretar su supuesta heroicidad. Es revelador que a mediados de los años ochenta presos del IRA solicitaran el traslado desde la cárcel de Maze a otro centro ante las amenazas de sus compañeros después de haber cuestionado la continuidad de la violencia dictada por la cúpula dirigente, al frente de la cual se encontraba Gerry Adams. El preso Tommy McKearney hizo tambalear los soportes de la violencia del IRA al plantear lo siguiente: «¿Se puede forzar al gobierno británico a abandonar Irlanda como resultado de la presión pública o por la influencia de la fuerza física? A lo mejor la pregunta debería ser: ¿puede el gobierno británico permitirse el lujo de ser forzado? En cualquier caso la respuesta es no» (Alonso, 2003, 226). Es muy significativo que los argumentos con los que en los ochenta McKearney y otros militantes reclamaron el final de la violencia, que les valieron amenazas de muerte del liderazgo del IRA, no difieren de los que posteriormente Adams utilizó para justificar el alto el fuego y su participación en el proceso de paz. Para muchos activistas, ya entonces era el momento de detener la violencia ante las dudas que sobre su eficacia existían entre los propios líderes del IRA. Sin embargo, el terrorismo continuó, y no lo hizo porque estuviera contribuyendo a los objetivos del Sinn Fein, como ha resumido una antigua integrante del IRA: «Teníamos que haber parado entonces, pero no lo hicimos porque Gerry [Adams] y Martin [McGuinness] se habrían vuelto a sus barrios como lo que realmente eran: unos parias y unos don nadie» 2.

La supresión de la disidencia se ha dado también en ETA, de ahí la utilidad de examinar cómo el IRA se sirvió de la continuidad del terrorismo para ejercer una presión con la que ciertos líderes fortalecieron sus posiciones dentro del grupo. Por ello, cuando se pide un «Gerry Adams para el País Vasco» conviene tener presente que su falta de valentía política y humana fue precisamente la que impidió la interrupción del terrorismo mucho antes. Como confiesan antiguos integrantes del IRA, desde mediados de la década de los ochenta destacados responsables del grupo dejaron de contemplar como posible la victoria. La consecuencia lógica tras alcanzar ese convencimiento era la interrupción del terrorismo o el abandono de la organización si ésta no adoptaba semejante decisión. Sin embargo, esos líderes, entre ellos Adams, no sólo continuaron al frente del IRA, sino que además se sirvieron de sus posiciones de autoridad para aislar a quienes planteaban la necesidad de detener la violencia. Al mismo tiempo mantuvieron el terrorismo como instrumento de presión para exigir al nacionalismo democrático y al gobierno británico apoyos a cambio de la renuncia a la violencia. Se complementaba todo esto con un lenguaje como el que Batasuna y ETA emplean ahora prometiendo «explorar nuevas vías»3 y que también ha seducido a socialistas guipuzcoanos que han exigido del presidente Zapatero «asumir algún riesgo para ganar la libertad» (Zabaleta, Elorza, Itxaso, 2004). Finalmente, el rechazo a dicho chantaje y las medidas coactivas gubernamentales aceleraron el deterioro del IRA que desembocó en el cese de la violencia, proporcionando una su-gerente lección a quienes erróneamente manifiestan que el Pacto Antiterrorista y la ilegalización de Batasuna retrasan el final de ETA.

Aunque el alto el fuego llegó sin concesiones para el grupo terrorista, inauguró un proceso en el que Adams se benefició de gestos de los gobiernos británico e irlandés que sirvieron para rehabilitar su imagen de dirigente de una formación política insignificante, incapaz de obtener siquiera el respaldo de más de un uno por ciento del electorado de la República de Irlanda, techo del Sinn Fein en este país por aquel entonces. Se pensaba que de ese modo se facilitaba la transición del terrorismo a la democracia, de ahí que la importante exigencia del desarme del IRA se fuera posponiendo gradualmente una vez el grupo terrorista decretó el alto el fuego. El tiempo ha demostrado el error de aceptar que Adams utilizase el desarme como un elemento de chantaje, pues siete años después de la firma del Acuerdo de Viernes Santo la negativa del IRA a completarlo sigue obstaculizando la normalización política de la región. La suspensión de la autonomía norirlandesa obedece también a las constantes actividades criminales del IRA, una de ellas el mayor robo de la historia del Reino Unido, del que Adams tenía conocimiento previo, como han asegurado los primeros ministros británico e irlandés y el jefe de la policía de Irlanda del Norte. En estas condiciones el IRA vuelve ahora a recibir la presión de los Estados, que siempre ha constituido el mejor incentivo para que el grupo terrorista ceda en sus planteamientos.

EXCUSAS EN EL CAMINO HACIA LA PAZ

Quienes sostuvieron que el objetivo de la paz obligaba a mirar para otro lado cuando se exigía de los gobiernos intransigencia en el tema del desarme y frente a los delitos que el IRA iba cometiendo, se topan ahora con una realidad que cuestiona la eficacia de ese supuesto pragmatismo político. Sencillamente, Adams les ha engañado, como ha engañado a quienes le recibieron en España como «un convencido de la fuerza del diálogo» 4. También ha sido frecuente el recurso de Adams a un eficaz engaño que ha condicionado todo el proceso de paz, como sintetizara el periodista Ed Moloney: «Adams ha jugado con inteligencia la baza de que los halcones del IRA no le dejaban maniobrar y que por eso no podía haber desarme. Pero cuando salga a la luz toda la historia de este periodo se verá que Adams era un hombre que controlaba por completo la rama política y militar del movimiento, y que de haberlo querido hubiera podido moverse mucho antes y de manera más sustancial en el tema del desarme. Los dos gobiernos han sido engañados magistralmente» (Moloney, 2001).

El tiempo ha demostrado la equivocación que ha supuesto obviar en el caso del Sinn Fein las exigencias que a un partido se le deben plantear para su normal participación en un sistema democrático. El desarme del IRA es una de ellas, a pesar de que ha habido destacadas voces que han defendido lo contrario. Ya en 1999, Michael Oatley, miembro del servicio secreto MI6, criticó a los unionistas norirlande-ses al escribir que las peticiones de desarme al IRA constituían «una excusa en el camino hacia la paz» (Oatley, 1999). Una visión similar mantuvieron quienes desde el ministerio británico para Irlanda del Norte (NIO, Northern Ireland Office) sostuvieron que la excarcelación de los presos debía aceptarse sin ser planteada como una condición a cambio del desarme de los grupos terroristas. Sin embargo, estas opiniones que finalmente se impusieron sobrevaloraron la supuesta buena fe de los dirigentes del Sinn Fein y el hecho evidente de que ese apoyo a las tesis de Adams minó considerablemente la confianza de los partidos democráticos en un sistema que protegía a quienes amenazaban con subvertirlo, esto es, el IRA y su brazo político. La lógica que subyacía bajo este planteamiento era que la transición hacia la democracia requería sacrificios en la forma de concesiones que fortalecieran a quienes teóricamente iban a liderarla. Frente a esta lógica, parece ahora que habría sido más conveniente haber optado por una actitud consistente sencillamente en exigir al Sinn Fein lo mismo que se le exigiría a cualquier otro partido para su plena aceptación en el juego democrático, rechazando por tanto favoritismos que tienen su origen en la presencia intimidatoria y coactiva de un grupo terrorista a la sombra de la formación política que busca incorporarse a la democracia.

Así se desprende de las palabras de los familiares de Robert McCartney, católico asesinado por el IRA en Belfast a comienzos de 2005. Las protestas de la familia del fallecido colocaron al grupo terrorista y a su brazo político ante una presión sin precedentes que provocó la suspensión de siete miembros del Sinn Fein involucrados en el asesinato. Frente a quienes alababan la decisión de Gerry Adams en una actitud ya habitual orientada a transformar en virtud las situaciones adversas, los familiares del asesinado la calificaron en cambio como «nada más y nada menos que lo que se esperaría de cualquier partido democrático» 5. Este mismo argumento puede contraponerse al defendido por quienes han propugnado la necesidad de arrinconar la exigencia de desarme con el pretexto de que de ese modo se avanzaba en un proceso de paz que a base de prolongarse en el tiempo hacía más improbable el regreso a una campaña de violencia con la cual existiría cada vez una mayor distancia. En realidad, el avance del proceso de paz habría sido mucho más sólido e irreversible de haberse insistido con mayor firmeza en una exigencia que resulta inevitable, tal y como pone de manifiesto el hecho de que hoy en día todos los actores políticos, excepto el Sinn Fein, acepten que el restablecimiento de la autonomía exige el desarme del IRA. Sin embargo, esta formación tuvo un cierto éxito a la hora de convencer a algunos sectores de opinión de que dicha exigencia resultaba poco realista en determinados momentos, además de contraproducente para el avance del proceso de paz. De ese modo se reforzó el perfil del Sinn Fein en detrimento del que fue durante décadas el principal partido nacionalista norirlandés, el SDLP (Social and Democratic Labour Party), liderado por John Hume hasta 2002, que siempre se opuso a la violencia y que hoy ya ha sido superado electoralmente por la formación que preside Gerry Adams.

Este es el motivo por el que resulta tan contraproducente aceptar la narrativa del proceso de paz y de la historia del conflicto norirlan-dés que Adams reproduce constantemente, como hizo en su gira española. Adams maneja a la perfección una destructiva duplicidad al presentarse como el líder del Sinn Fein que nada tendría que ver con el IRA y al que se debe alabar y fortalecer con concesiones para que así sea capaz de convencer al grupo terrorista de la necesidad de avanzar en el camino de la paz. Esa táctica intenta esconder que Adams ha sido y continúa siendo uno de los máximos dirigentes del grupo terrorista. Por tanto, quienes reclaman una figura similar para Euskadi deberían tener presente que no es la valentía una de las virtudes de Adams, destacándose más bien por la cobardía que le impide romper con el IRA, pues a esta organización terrorista le debe su rehabilitación política al presentarse como el líder que logrará su disolución siempre que se siga el camino que él dicta. Es ésta una valiosa fórmula para Adams, que le permite perpetuar la existencia del IRA al tiempo que refuerza su perfil político.

LA LEGITIMACIÓN DEL TERRORISMO COMO COACCIÓN

Esta es la trampa de un proceso de paz en el que el IRA ha abandonado el terrorismo pero no las actividades criminales que le garantizan financiación, poder y, peligrosamente, legitimación. El reforzamiento de Adams entendido como requisito para terminar con el IRA ha llevado a muchos políticos a abandonar la denominada «batalla de la historia». En su opinión, puesto que Adams debía ser rehabilitado, parecía inofensivo asumir las mentiras con las que el IRA ha justificado su campaña terrorista y que precisamente constituyen la esencia de las memorias ahora presentadas por Adams en nuestro país.

Pero al contrario de lo que en ellas se defiende, la violencia del IRA no fue una respuesta inevitable ante la opresión de los británicos dada la ausencia de otras alternativas, ni tampoco parte de una guerra de liberación nacional. Como enfatizara el político nacionalista y Premio Nobel de la Paz John Hume, el IRA ha asesinado al doble de católicos que «las presuntas fuerzas de ocupación» (Patterson, 1997, 9 y 10). De ahí que Adams se presente como el líder del movimiento por los derechos civiles que nunca fue, arrogándose un papel en la historia que no le corresponde. La historia sin deformar nos muestra que Hume y otros ciudadanos lideraron un movimiento por los derechos civiles que logró a través de pacíficas manifestaciones en los años sesenta la reforma del injusto Estado norirlandés. Por tanto, el terrorismo no fue «un mal necesario», como le gusta explicar a Adams como si le doliera cada una de las víctimas causadas por el IRA. La violencia fue el resultado del cálculo estratégico y deliberado de un grupo de personas, entre ellas él mismo, que todavía sigue explotando la coacción que supone la promesa de hacer desaparecer al IRA mientras el grupo continúa infringiendo la ley.

La implícita amenaza que supone esta actitud coloca una gran presión sobre las víctimas del terrorismo del IRA, transformando el proceso de paz en un injusto instrumento de coacción. La indulgencia con la que se recibió a Adams en España es un reflejo del privilegiado tratamiento que ha tenido tras el cese del alto el fuego en Irlanda y el Reino Unido, comportamiento habitualmente defendido por quienes argumentan que de lo contrario se «entorpecería el camino de la paz». Es ésta una asunción cuestionable que se ha extendido mediante la instrumentalización de los deseos de paz de una sociedad como la norirlandesa a la que, exhausta tras años de una devastadora violencia, se le han impuesto determinadas medidas definidas como necesarias en el camino hacia la pacificación, a pesar de las dudas que suscitaban al garantizar una peligrosa impunidad política, jurídica y moral. En nuestro propio ámbito se percibe también la utilización de la ansiedad colectiva por hacer que el final de ETA llegue pronto como elemento de presión que obligaría a aceptar ciertos «sacrificios por la paz». No obstante, el complaciente tratamiento que Adams recibe con frecuencia constituye un error y una injusticia, como revelaba Alex Attwood, político del nacionalista SDLP en Belfast, cuando criticaba la arrogancia del presidente del Sinn Fein al presentarse como el gran artífice de la paz: «Existió un proceso de paz mucho antes del alto del fuego del IRA. Existió porque el pueblo irlandés se opuso a la violencia del IRA» 6.

Irlanda del Norte nos enseña que lo que el terrorismo ha perdido policialmente no debe ser recuperado políticamente mediante la legitimación de los terroristas que algunos exigen como precio por su cese. La experiencia demuestra que el IRA sólo comenzó a desarmarse ante la presión ejercida por los gobiernos británico, irlandés y estadounidense, y que el final de su violencia llegó a pesar de no haber logrado este grupo ninguno de sus objetivos, sino precisamente por ello. Así pues, la derrota del IRA constituyó el principal incentivo para relegar la violencia, al igual que ha ocurrido con los seis presos eta-rras que tras reconocer el fracaso de ETA han abogado por interrumpir el terrorismo pese a no haber recibido contraprestaciones políticas a cambio, ya que, como ellos mismos reconocen, su «estrategia político-militar ha sido superada por la represión del enemigo» 7. Es por ello por lo que cuando se pide al gobierno que facilite a los seguidores de ETA «una interpretación políticamente creíble y soportable» del final de la violencia8, se ignora que ya existe un sólido argumento que cumple esa función y que ha sido válido para otros terroristas particularmente sanguinarios: su derrota. Lo ha sido, además, sin la victoria política que la legitimación de sus acciones pasadas supondría si obtuvieran concesiones como las que algunos reclaman, algunas de las cuales sí se han producido en Irlanda del Norte después de la declaración del alto el fuego, obstaculizando por ello la consecución de la paz en lugar de acercarla.

En consecuencia, y en previsión de una hipotética tregua de ETA, resulta razonable plantear que frente a las peticiones de excarcelación de presos, el desarme y la disolución de la organización terrorista constituyen exigencias realistas y prácticas que deberían satisfacerse previamente. Se impediría así que la organización terrorista coartase a otros actores políticos y sociales en un escenario de alto el fuego que en absoluto equivale a un contexto de paz habida cuenta de la continuidad de la intimidación que la mera existencia de ETA supone. La puesta en libertad de los presos a cambio simplemente de una declaración de tregua facilitaría al grupo la coacción durante el proceso político posterior al ceder el Estado un valioso elemento de presión.

NOTAS:

1 En El País del 20 de febrero de 2005 se podía leer: «El PSE propone un nuevo pacto de Ajuria Enea para afrontar la «fase terminal» de ETA».

2  Entrevista con el autor.

3  Comunicado de ETA reproducido en Gara, 28 de octubre de 2005.

4  Según se afirmaba en El País Domingo el 16 de enero de 2005.

5  Véase Financial Times, 5 de marzo de 2005 y Daily Ireland, 5 de marzo de 2005.

6  Véase Belfast Telegraph, 10 de febrero de 2005.

7  Véase El Correo, 3 de noviembre de 2004.

8  Véase El Correo del día 6 de noviembre de 2004, en el que, Pedro Ibarra, J.M. Castells, Luis Bandrés, Baleren Bakaikoa y J.G. Olascoaga firman «Hacia un final de ETA».

Bibliografía

Adams, G. (2000): «Take ownership of the peace process», en An Phoblacht/Republican News, 2 de marzo.

Alonso, R. (2003): Matar por Irlanda. El IRA y la lucha armada. Alianza Editorial, Madrid.

Moloney, E. (2001): «Adams conned governments», en The Sunday Tribune, 7 de octubre.

Oatley, M. (1999): «Forget the weapons and learn to trust Sinn Fein», en The Sunday Times, 31 de octubre.

Patterson, H. (1997): The Politics of Illusion. A Political History of the IRA. Serif, Londres.

PNV (2001): Declaración del EBB del Partido Nacionalista Vasco hecha pública el 31 de octubre, Vasco Press, Bilbao.

Zabaleta, G.; Elorza, O. e Itxaso, D. (2004): «Prender la llama de la paz», en El Diario Vasco, 12 de noviembre.