Un gobierno republicano

Por Salvador Giner, Catedrático de Sociología de la UB (EL PERIODICO, 14/04/04):

Cuando un nuevo Gobierno toma posesión, tras una victoria electoral, en la fecha (o cerca de ella) del aniversario de nuestra República de 1931 no faltarán quienes vean felices augurios. A muchos, sin embargo, no nos parece que deba temblar aún el Reino de España. A pesar de ello la coincidencia de fechas, así como las opiniones manifestadas públicamente por el señor Rodríguez Zapatero, invitan a hacer algunas reflexiones de cariz republicano.En varias ocasiones, el dirigente de PSOE ha expresado en los últimos años un vivo interés por la teoría política del republicanismo. Se trata de una concepción que no debe confundirse --aunque hayan algunas coincidencias muy significativas-- con el hecho de que un país posea o no una Constitución formalmente republicana. Hay repúblicas autoritarias, cuya cúpula del poder domina a la ciudadanía, a menudo bajo la férrea mano de un autócrata como lo fuera el general De Gaulle. En cambio, hay algunas monarquías --en Escandinavia-- cuyo monarca posee funciones decorativas, y que de hecho son mucho más republicanas. Lo que importa, como siempre, son los hechos.

Ccomo doctrina, el republicanismo es una concepción que se ha tomado en serio la noción de que la soberanía de un cuerpo político, formado por ciudadanos libres, corresponde, por encima de todo, al imperio de la ley. Y que ésta tiene como guía la promoción y preservación de los tres componentes que presiden toda comunidad cívica decente: la libertad, la igualdad y la fraternidad. Todo esto puede parecer un lugar común. Por desgracia no lo es. Para empezar, los republicanos no atribuyen una soberanía directa al pueblo, sino a las leyes que de él emanan. Sólo de ese modo se puede lograr que ninguna fuerza social pueda apoderarse y monopolizar poderes. Si, por ejemplo, una ley no permite declarar la guerra ni abrir hostilidades sin consultar primero a las Cortes, ningún Gobierno podría haber atacado, como lo ha hecho España, a Irak, con espantosas consecuencias. Si otra ley permite que el Gobierno se sume a las decisiones de las Naciones Unidas en asunto tan delicado, ese paso podrá tomarse legítimamente.

A la filosofía republicana le interesa restringir y, a poder ser, anular, cualquier decisión arbitraria del Gobierno que pueda inmiscuirse en la libertad de la ciudadanía. Quiere evitar toda dominación innecesaria e ilegítima. El republicanismo otorga la máxima autonomía posible a la vida de sus ciudadanos. Le interesa que, sea cual sea la ideología política de gobiernos y parlamentos, éstos estén obligados al fomento de aquellas igualdades --educativas, fiscales, de redistribución de bienes-- que precisa todo cuerpo político. En eso se asemeja a la socialdemocracia, sin duda.

A la visión republicana le interesa, por encima de todo, que los electos ejerzan el poder y su cívica gloria guiados por el elemento más descollante de la trinidad republicana: la fraternidad. La fraternidad presupone la existencia de los otros dos componentes. Así los ciudadanos (y los gobiernos) fraternos, es decir, solidarios, como ahora se dice, desean en primer lugar la libertad de todos, la tolerancia, la comprensión. Y en segundo, la igualdad: de oportunidades, de género, de reparto de responsabilidades, así como de derechos sociales. Por eso el republicanismo se fundamenta ante todo en el civismo. También por ello distingue muy rigurosamente entre patriotismo (que es una virtud práctica de buena conducta cívica hacia el país) y el nacionalismo (en cuyo nombre se puede cometer cualquier tropelía).

Esperemos que el Gobierno que ahora recibe investidura sepa hacer honor a los anhelos de su ciudadanía. Que responda a su confesado republicanismo cívico. Que cumpla. Republicanamente.

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