Un gran maestro se sube para siempre al autobús

Después de haber logrado el Premio Nobel de Economía, Samuelson, en una conferencia, dijo aquello tan interesante de que no existen, para un empresario, límites en su búsqueda de ganancias. Tampoco tiene límites el deseo de poder de un político. La historia dirá, para siempre, si efectivamente merecen, empresarios y políticos, ser destacados, a causa de su opulencia los unos, de su poderío los otros. Pero el hombre de ciencia tiene otra ambición, también ilimitada: gozar de un aprecio intelectual creciente de sus colegas, como consecuencia de las aportaciones que consigue en la especialidad en la que trabaja.

Ahora, con motivo de su muerte, bien vemos cómo, tirios y troyanos sin ir más lejos, Robert Lucas, de la Escuela de Chicago, poco simpatizante con sus posturas, al iniciar su reciente conferencia en Madrid, compiten en elogios a las aportaciones científicas de este gran maestro de la Economía que fue, desde su atalaya del MIT, Samuelson. Ya en vida, lógicamente, esto era lógico y bien visible. Basta señalar esa impresionante suma de volúmenes que editados por MIT Press, constituyen «The Collected Scientific Papers of Paul A. Samuelson», o bien, en otro sentido, el libro dirigido por G. Feiwel, «Samuelson and Neoclassical Economics» (Kluwen-Wijhoff, Boston, 1982), donde precisamente aparece el ensayo de nuestro compatriota Andreu Mas-Colell, «Revealed preference after Samuelson», sobre la aportación de éste que eliminaba la necesidad de recurrir a funciones de utilidad.

Una especie de gran espaldarazo a todo lo expuesto, es el que le dio a Samuelson otro de los grandes, Schumpeter, quien, en su «Historia del Análisis Económico», cito por la traducción de Manuel Sacristán con la colaboración de José A. García Durán y Narcís Serra para Ariel, 1971, nos subrayó cómo se debe a los «Foundations of Economic Analysis» de Samuelson, «la conciencia del hecho de que ni siquiera la teoría estática se puede desarrollar plenamente sin un esquema dinámico explícito» y, en este sentido, continuaba Schumpeter, tanto en los «Foundations» como en el artículo «Dynamic Process Analysis», contenido en la obra dirigida por H. S. Ellios, «A Survey of Contemporany Economics», «el profesor Samuelson ha realizado una tarea pedagógica sumamente meritoria; no existe ninguna introducción mejor a la significación y las tareas de la dinámica moderna». Y para Tobin, en su trabajo publicado en la obra dirigida por Brown y Solow, «Paul Samuelson and Modern Economics» (McGraw-Hill, 1983), la síntesis neoclásica que efectuó Samuelson, fue su mayor contribución a la macroeconomía. ¿Y qué decir, por ejemplo, de sus aportaciones a la teoría del comercio internacional con el modelo Ohlin-Heckscher-Samuelson? Y no sólo en ese ámbito concreto. Julio Segura, en su artículo «El legado analítico de Paul Samuelson», publicado en «Cinco Días», 19/20 de diciembre de 2009, bien ha sintetizado los numerosos campos explorados por éste. En la nota necrológica que Stephanie Flanders publicó en «Financial Times» el 14 de diciembre de 2009, recordaba cómo Samuelson, en una ocasión, se jactó así: «Mis manos se han metido en todas las tartas».

Naturalmente, también tengo que hacer una mención especial de otra obra de Samuelson, su «Curso de Economía Moderna» (Aguilar, 1950) -de la que existen cientos de millares de ejemplares editados-, traducida maravillosamente por José Luis Sampedro. Es una de las más manoseadas de mi biblioteca, y por ello he acabado precisando dejar la vieja edición a un lado, y adquirir otra nueva. Compañeros de esta situación de desvencijamiento son la «Teoría General», de Keynes; los «Principios de Teoría Económica», de Stackelberg; «Economía y Sociedad», de Max Weber; la «Historia de la Cultura», de Alfred Weber; la «Historia del Análisis Económico», de Schumpeter; el «Comercio Internacional», de Haberler y los «Principios de Economía», de Marshall.

Recuerdo que cuando trabajé ese «Curso de Economía Moderna» en el verano de 1952, en la Granja de San Ildefonso, no dejé de resolver ni uno sólo de los casos prácticos que planteaba al final de cada capítulo. También que así acentué mi adhesión al keynesianismo. Más adelante, entre Olariaga primero, Hayek después, y sobre todo, al trabajar los grandes de Chicago, con Friedman a la cabeza, se enfrió aquella casi incondicional vinculación juvenil. Al «Curso de Economía Moderna» también debo la presencia permanente ante mí de un diablillo que me susurra que son necesarias ciertas intervenciones, porque existen ciertas complicaciones ante aquello que, como broma, en Cambridge llamaron «los loros de Marshall», por la ironía de éste de que si todo se redujese al mercado -oferta, demanda y precio-, con enseñar a unos loros esas tres palabras tendríamos, enjaulados, a unos grandes profesores de Economía.
De todo lo que acabo de indicar se deduce lo lógico de lo que dijo Samuelson en una ocasión, según acaba de señalar Michael M. Weinstein, en «Internacional Herald Tribune» el 14 de diciembre de 2009: «No dudo que escribo las leyes de las naciones, si puedo escribir sus manuales de Economía».

Tenía este economista un delicioso sentido del humor. Me relató mi colega Fabián Estapé que le había preguntado, en un almuerzo en Barcelona, el motivo de no haber seguido siempre, como consecuencia de su intento de convertir a la Economía en una ciencia dura, por el sendero de los «Foundations» y dado el salto al que en español se llama «Curso de Economía Moderna» pero que, Samuelson, en principio, tituló simplemente «Economics: An Introductory Analysis», y después «Economics», sin más. La respuesta fue: «Me había casado. Y los hijos comenzaron a llegar. Un día, el ginecólogo nos anunció que lo nuevo que esperábamos eran trillizos. ¿A que usted, profesor, entiende por qué publiqué "Economics"?».

Schumpeter señaló un día que, en el autobús de los principales economistas, en sus asientos, continuamente había subidas y bajadas para ocuparlos. Pero unos pocos siempre permanecían en él. Es evidente, quizá como consecuencia del título de uno de sus libros, «Diez grandes economistas», que esa decena selectísima la constituían Smith, Ricardo, Malthus, Marx, Walras, Menger, Marshall, Pareto, Böhm-Bawerk y Keynes. Pero es evidente que hay que pasar a la docena de las personas, con Wicksell y Stuart Mill. Y ahora, son definitivamente catorce, porque Schumpeter ya había subido, y como ahora lo hace Samuelson, éstos dos son los que también perpetuamente permanecerán sentados.

Juan Velarde Fuertes