Un grito contra el totalitarismo

Ha pasado mucho tiempo, o no tanto, desde el 13 de enero de 1976. Hacía menos de dos meses que el dictador había muerto y los incipientes partidos catalanes surgidos de la oposición democrática trataban de poner en marcha organismos unitarios para consensuar fundamentalmente tres cosas: el restablecimiento de la Generalitat, la restauración del Estatut del 32 (el de Núria) y la celebración de elecciones al Parlament. Se trataba de un proyecto político de ruptura, no de reforma. El objetivo era disponer de instrumentos tras cuarenta años de oscuridad. Todos eran muy ingenuos. Nada extraño entre los políticos catalanes de aquel siglo, como el tiempo demostraría. Aquel 13 de enero, habían viajado hasta París representantes de once partidos. Se desconocía la fuerza real de cada formación, pero allí estaban compitiendo por el liderazgo, aún sin codazos, Roca, Reventós, Gutiérrez Díaz, Pallach, Barrera y Cañellas, entre otros. La huelga de los transportes públicos franceses se dejaba notar en las calles de París, añadiendo otra dificultad -una más- al viaje. Se trataba de la presentación pública del Consell de Forces Polítiques de Catalunya. Lugar, el hotel Lutetia.

Poco se ha escrito sobre aquella reunión que abriría, junto con otra previa el 23 de diciembre, un tímido camino unitario en el arranque de la política catalana. Y difícilmente se podrán saber muchas cosas más de aquel encuentro que se mezcla en la memoria con un sinfín de citas similares. El proyecto unitario catalán no resistiría el paso de los meses y a medida que se acercaban los comicios de junio de 1977 todos los partidos, con mayor o menor convencimiento, priorizaron sus intereses. El Consell acabó en vía muerta. Otro tren perdido. Han pasado casi cuatro décadas y Catalunya hierve hoy con una nueva iniciativa que ha conseguido aunar un amplio y multicolor abanico alrededor de una consulta. Una propuesta que ha desconcertado a la política española y que sitúa a Artur Mas como la piedra clave de un complejo equilibrio. Frágil. Las elecciones de pasado mañana serán un buen stress test, como gustan de llamar en Europa a las pruebas de resistencia.

Pero, volvamos al Lutetia. Desde que se construyó en 1910, este primer gran edificio art déco de París no se ha limitado a contemplar desde la Rive Gauche como pasaba la historia sino que se ha convertido en protagonista. Entre estas paredes James Joyce completó su Ulises después que Sylvia Beach, propietaria de la mítica librería Shakespeare and Company, entonces en la rue de l’Odéon, fascinada por la obra, decidiera publicarla. Seguramente Joyce no llegó a coincidir en los pasillos del hotel con una jovencísima Josephine Baker, llegada de Misuri, que pronto llenaría de exotismo el Folies Bergère con su atrevido espectáculo. Tal fue la acogida que le dispensó París que la artista, y activa militante en la lucha contra la segregación racial, acabaría adoptando la nacionalidad francesa. Unos años antes de la llegada de Baker fueron Picasso y la bailarina eslava Olga Koklova quienes pasearon su relación por las estancias del Lutetia, donde se instalaron poco antes de casarse.

La lista sería interminable. Más de 100 años dan para mucho, miles de reuniones, miles de personajes, miles de historias. Pero nada ha marcado tanto al Lutetia como los hechos que se sucedieron tras el estallido de la Segunda Guerra mundial. Durante la ocupación de París se convirtió en la sede del Abwehr, el servicio de inteligencia del Estado Mayor alemán. Al terminar el conflicto, De Gaulle requisó el hotel que se utilizaría como centro de acogida de prisioneros que sobrevivieron a los campos de concentración. Un placa en la fachada recuerda aquel episodio. El texto evoca el contraste entre la alegría de quienes reencontraron la libertad y a sus seres queridos frente a la angustia y la pena de aquellos que esperaron inútilmente. En aquellos días, los lujosos salones del hotel ofrecían acogida durante 48 horas a los refugiados. Rostros famélicos y ojos hundidos a los que recibía una sociedad perpleja y desencajada por su propia responsabilidad ante los hechos.

Los pliegues de la historia acostumbran a esconder pedazos de conciencias maltrechas que muchos quisieran borrar. Pero no hay que olvidar. Setenta años después de Holocausto, supervivientes, deportados y resistentes se han seguido reuniendo mensualmente en uno de los salones del Lutetia. El establecimiento les servía un menú especial de 23 euros cuando cerró sus puertas en abril. La imagen de esta cita aparecía en los medios de comunicación franceses muy de tanto en tanto y recogía la fotografía de unos comensales cada vez más ancianos. Un grito contra la desmemoria.

Sin embargo, hoy mismo sobrecoge escuchar las voces de alerta que se repiten en esta Europa que se dispone a constituir su nuevo Parlamento. ¿Qué está fallando? ¿Como es posible que el fantasma del racismo, el antisemitismo y la xenofobia galope a sus anchas nuevamente? ¿No se ha aprendido nada de aquella barbarie? ¿Qué Europa hemos construido, solo preocupada por la economía? Es la Europa de los Estados, pero ¿y la de los ciudadanos? Dónde está la Europa de los ideales? En España el lenguaje político ha utilizado sin ruborizarse y sin pedir después perdón palabras como totalitarismo, nazismo y Hitler con una banalidad que asusta. De aquellos lodos llegan estos tuits de la vergüenza. Antisemitismo y apología del nazismo. El terrible hashtag insultando a los judíos tras la derrota del Real Madrid ante el Maccabi de Tel Aviv en la final de la Copa de Europa de baloncesto. Hasta 17.000 tuits con amenazas enviados en menos de 24 horas han denunciado las asociaciones judías en un juzgado de Barcelona. El horror también se mueve ágil como una serpiente por la redes.

Después de protagonizar tantos episodios, el Lutetia ha cerrado sus puertas. Temporalmente. El año 2010 pasó a manos del grupo hotelero israelí Alrov, que pagó 150 millones por la compra del edificio del Boulevard Raspail y que ahora añadirá otros 100 para una reforma completa, que le obligará a cerrar tres años. El Lutetia quiere asegurarse la quinta estrella y, mucho más difícil, la preciada catalogación de palacio que en París tan solo poseen cinco establecimientos, Meurice, George V, Plaza Athénée, Bristol y Park Hyatt-Vendôme. Se da por seguro que el Crillon, que reabrirá sus puertas en los próximos meses, será el sexto.

Este lunes el viejo Lutetia comenzó a pasar página. Puso a la venta durante seis días todos sus enseres, unos 3.000 objetos, básicamente piezas de mobiliario, un centenar de obras de arte y un fondo de bodega de unas 8.000 botellas. En los días previos se había organizado para interesados en la subasta y curiosos una sentimental visita que se iniciaba en la habitación 706 y la suite Eiffel, recorría estancias emblemáticas de las plantas seis y cinco, y acababa en los salones de la planta baja. Un recorrido por los momentos de gloria del hotel y un último vistazo a sus fantasmas, desde las terribles pesadillas de centenares de refugiados judíos que escaparon de los campos -algunos dormían en el suelo incapaces de conciliar el sueño sobre un colchón-, hasta los frustrados delirios del almirante Wilhelm Franz Canaris, responsable de la Abwehr, que al instalarse en el Lutetia pronosticó al atemorizado responsable del hotel: “Aquí nos alojaremos los próximos 20 años”. El Lutetia transformará su rostro, pero no olvidará su historia convertida ya en toda una leyenda. Europa tampoco puede olvidar. Este es un lujo que no se puede permitir.

José Antich, periodista.

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