Un héroe civil

Imposible resulta sintetizar en una palabra una personalidad tan excepcionalmente rica como fue la de Gabriel Cisneros Laborda. Él quizá sí habría sabido hacerlo de otros, porque era un maestro en el uso del lenguaje. De una inteligencia aguda y rápida como pocas, columnista y escritor de rara calidad estética, brillante orador, parlamentario eficacísimo, fue ejemplo de político, que creía en su trabajo, interesado en él y sólo a él dedicado, con honestidad, lealtad y entrega de toda una vida.
Primero se hizo conocer Gaby, de quienes no éramos sus amigos, como excelente articulista en el diario «Pueblo», en el que tantas brillantes carreras periodísticas tuvieron sus raíces.

Tras ganar las oposiciones a Administrador Civil del Estado, y adquirir experiencia burocrática, pasó a esa zona donde enlaza la administración con la política, iniciando su dedicación a esta última.

Claro partidario y precursor del cambio desde dentro, Cisneros estuvo desde el principio en todas las operaciones «transitivas» avant le mot. Factor relevante de los primeros intentos que ya estuvieron alumbrados con su prosa, se convirtió en elemento esencial en la Presidencia de Adolfo Suárez González.

Si la política está hecha en buena medida de discursos, la pluma de Gaby interviene decisivamente a partir de este momento. Pero no sólo fue su pluma, impulsándola estaban su ingenio, su talento, su espíritu y una incesante actividad.

Tuve ocasión de conocer a Gaby en las Constituyentes. La convivencia matutina, vespertina y nocturna en la ponencia constitucional, hizo de nosotros todos grandes amigos. Fue aquella una labor muy intensa, en cuyo desempeño Cisneros brilló con luz propia. A más de las cualidades ya aludidas, la rapidez de sus reflejos políticos, la extraordinaria capacidad y prontitud en la redacción de textos arduos con ideas en parte encontradas, y la amabilidad y buen carácter que imprimía a todas sus actuaciones, hicieron de él un elemento indispensable en la cimentación de los acuerdos. Es mucho más lo que aportó, pero, además, su prosa brilla indeleblemente en todo el texto de la Constitución.

Seriedad y dedicación. Por la política unos pasan, otros escalan, algunos se instalan y muy pocos dejan huella. Cisneros la ha dejado. No sólo por su talento y cualidades ya descritas, sino por la seriedad de su dedicación. Acostumbraba a decir que disfrutaba con la actividad de Parlamentario, y ésta la conoció y practicó durante más de dos décadas. Conoció el trabajo parlamentario en todas sus facetas. Ocupó puestos en el seno de los grupos parlamentarios, en la Junta de Portavoces, en la Mesa, presidió comisiones y fue ponente de varias leyes. Contaba siempre cómo en la diaria redacción de una enmienda, la preparación de un debate, o la elaboración de los acuerdos previos a una votación, había discurrido buena parte de su labor cotidiana y había sabido disfrutar de ella. Es decir que trabajó toda su vida en el quehacer parlamentario convencido de su eficacia final, y gustoso de hacerlo. Por lo que, como escritor tenía de artista, le gustaba presumir de una cierta actitud «bohemia» en sus actividades.

Disfrutaba dejándose acompañar de una cierta fama de desordenado en lo material que él mismo propalaba, teniendo como tenía, un orden mental riguroso. Era un hombre estudioso que llegaba a dominar perfectamente los asuntos que tenía que tratar y un trabajador incansable que dedicaba con regularidad una extraordinaria cantidad de tiempo a la preparación concienzuda de su trabajo. Su escrupulosidad en el desempeño de sus funciones era altísimo, aunque él disfrutaba acompañándose de la leyenda, por él forjada, de sus olvidos.

Se ha ido demasiado pronto pero su coraje y su viveza física le depararon una segunda vida frente a lo que pudo ser una muerte programada. Fueron a por él. Su reacción, rápida de reflejos como siempre, evitó la tragedia pero lo dejaron gravísimamente herido. Con plomo en las entrañas estuvo algún tiempo entre la vida y la muerte. Ganó su energía vital tras una secuencia de operaciones que le dejaron maltrecho durante una larga temporada. Su espíritu se repuso antes que su cuerpo, que tardó en hacerlo. Si su innata elegancia y quizás las circunstancias políticas no lo hubieran prevenido, tendría que haberse convertido en un héroe civil viviente. Nunca quiso utilizar este gravísimo episodio en su favor, su mérito o su ventaja.

Gaby decidió seguir en la política y contribuyó de manera decisiva al proyecto de la formación en la que militó. Prefirió la actividad parlamentaria a cualquier otra, y a ella dedicó lo mejor de sí mismo por encima de cualquier otra faceta política, incluso el afecto a sus dos ciudades, Tarazona y Soria. Luchó con serenidad y denuedo contra su mal. En esta difícil lidia siempre le acompañó la lucidez. Quiso permanecer hasta el final en el desempeño de sus actividades y lo consiguió.
A todos nos asombró con su presencia estoica en las últimas conmemoraciones parlamentarias y, según tengo noticia, en otras funciones harto menos festivas del Congreso.

Ha dejado un nombre impoluto, una fama acrisolada y un recuerdo imperecedero o al menos que tardará en perecer lo que dure la generación que tuvo la suerte de convivir con él.

A veces el calificativo de buena persona se utiliza para enmascarar la falta de otras cualidades en un individuo. No es este el caso. Todo lo contrario. Si algo quisiera destacar de mi amigo Gaby, es que todas sus virtudes y cualidades, la inteligencia, la integridad, la lealtad, el trabajo, la honestidad, el entusiasmo iban acompañadas de una hombría de bien poco común acompañadas de una permanente amabilidad y una simpatía espontánea. A él mismo le gustaba calificarla de bonhomía. Efectivamente, ese era el colofón o remate de su personalidad. Sobre todas las cosas, y sin detrimento de ninguna de ellas, Gabriel Cisneros era, además de una persona decente, una buena persona.

La política española acaba de perder a uno de sus más constantes y mejores servidores, y quién esto escribe, a un entrañable amigo.

José Pérez-Llorca