Un hombre de referencia: Joaquín Ruiz-Giménez

Don Joaquín Ruiz-Giménez Cortés falleció en Madrid el 27 de agosto de 2009 a la edad de 96 años, cuando ya las nuevas generaciones, que sólo conocían de oídas las dificultades del cambio político en España, habían entrado en la escena pública. Fue un hombre representativo de un sector de la sociedad española, a la que correspondió un protagonismo especial en la transición pacífica hacia la democracia. Estoy de acuerdo con el filósofo José Antonio Marina, cuando hizo de Ruiz-Giménez este retrato: «Habló de diálogo cuando esta palabra estaba proscrita y era malentendida. Empezó a hablar de derechos humanos en su cátedra, cuando era un tema tabú. Ruiz-Giménez es un ejemplo de inteligencia bondadosa, un tipo humano del que andamos hoy muy necesitados». Le conocí personalmente aunque mi trato con él fue esporádico y circunstancial. Todavía recuerdo una intervención suya en una conferencia de apertura de las XX Semanas Sociales, Granada 1961, en la que concluía recordando un texto de la Antígona de Sófocles, sobre las leyes no escritas, algo que guarda relación con los derechos humanos fundamentados en la dignidad de la persona, tal como lo indica la Declaración de los Derechos Humanos de la ONU en 1948, y más tarde el Papa Juan XXIII en la encíclica Pacem in terris (1963).

Joaquín Ruiz-Giménez militó desde muy joven en la asociación de «Estudiantes Católicos», en la que fue secretario general. Con gran disgusto del cardenal Gomá, esta asociación fue disuelta por el Nuevo Régimen después de la Guerra Civil. Ruiz-Giménez estudió Derecho en la Universidad Central de Madrid, en la que enseñaban, entre otros, Fernando de los Ríos, Julián Besteiro, Jiménez de Asúa, Sánchez Román, Adolfo Posada y Yanguas Messía. Entró en la primera promoción del Centro de Estudios Universitarios (CEU) de la Asociación Nacional de Propagandistas (ACNP) —en 1952 sería nombrado rector honorario—, y allí conoció a don Ángel Herrera Oria, mientras comenzaba a colaborar con la Acción Católica (AC) como vocal de Apostolado universitario del Consejo Superior de los Jóvenes. Estudió también en la Facultad de Filosofía y Letras con Ortega y Gasset, Xavier Zubiri, José Gaos y García Morente como profesores. Inscrito en Acción Popular (AP), siguió con interés el reformismo social cristiano de Manuel Giménez Fernández. Fue presidente de la organización internacional «Pax Romana» (1939-46). Tenía entonces 26 años. Doctor en Derecho y licenciado en Filosofía y Letras, obtuvo en 1943 la cátedra de Filosofía del Derecho y fue titular de la misma en las Universidades de Sevilla, Salamanca y Madrid. Fue director del Instituto de Cultura Hispánica (1946-1948) y embajador ante la Santa Sede (1948-1951), intervino activamente en las negociaciones del Concordato firmado posteriormente (1953). Nombrado ministro de Educación Nacional en 1951, inició un proceso de reforma de las instituciones docentes, para lo cual se rodeó de colaboradores como Joaquín Pérez Villanueva, director general de Enseñanza Universitaria; Pedro Laín Entralgo, rector de la Universidad de Madrid; Antonio Tovar, de la Universidad de Salamanca. Tuvo que dimitir en 1956 ante las dificultades encontradas. Unos disturbios estudiantiles le habían enfrentado con el ministro de la Gobernación. En 1961 el general Franco le nombró consejero nacional del Movimiento. En 1963 fundó la revista Cuadernos para el Diálogo. En 1975, año de la muerte del general Franco, participó en la creación de la Plataforma Convergencia Democrática por su adscripción al ala izquierda de la Democracia Cristiana. En 1977 presentó su candidatura a diputado por Izquierda Democrática dentro de la Federación de la Democracia Cristiana. Fue derrotado en las elecciones de 1977 y se retiró de la política. Fue vicepresidente del Instituto Internacional de Derechos Humanos. El grupo parlamentario del PSOE, con amplio acuerdo de la oposición, le eligió en 1982 para ser el primer Defensor del Pueblo en España, cargo creado en el nuevo sistema democrático español. Concluyó su mandato el 30 de diciembre de 1987. Fue presidente de Unicef-España (1989-2001). Unos años antes había sido presidente de «Justicia y Paz» de la Conferencia Episcopal Española.

Fue y actuó siempre como católico convencido, sin complejos, abierto siempre a la concordia. Su evolución política se inicia desde dentro de la Falange. Él pensó durante muchos años que era posible y deseable una evolución del régimen político que surgió de la guerra civil española hacia formas de participación ciudadana más próximas a una democracia auténtica. En el Instituto de Estudios Políticos, por indicación de su amigo Martín Artajo y del cardenal primado Pla y Deniel, participó en la redacción del Fuero de los Españoles y de la Ley de Sucesión. Estas dos Leyes Fundamentales podían suponer un punto de partida importante para la evolución del régimen político. Llegó a pensar en la posibilidad de un partido demócrata cristiano español semejante al italiano. Así lo expuso en 1946 a Manuel Giménez Fernández, con quien había tomado contacto de nuevo en la Universidad de Sevilla. Este catedrático de Sevilla rechazó tal posibilidad.

Cuando el 12 de diciembre de 1948, Ruiz-Giménez presentó sus credenciales al Papa Pío XII, insistía en el perfeccionamiento del sistema español en conformidad con la doctrina social de la Iglesia. Roma causó en Ruiz-Giménez, como en otros españoles de la época, que residieron allí, una honda impresión como democracia moderna. Allí trató a Dionisio Ridruejo, entonces corresponsal del diario Arriba, cada vez más distanciado del régimen de Franco, y con el seglar catalán Ramón Sugranyes, que criticaba al régimen español desde el pensamiento social de la Iglesia, y en la Embajada francesa con el filósofo Jacques Maritain, que profesaba una filosofía política desde su tomismo renovado, radicalmente opuesta a la del sistema español. Después de su etapa de embajador ante la Santa Sede tuvo nuevos contactos con Roma. Fue decisivo para Ruiz-Giménez y para muchos católicos contemporáneos suyos en España y en toda la Iglesia católica, la persona y la doctrina del Papa Juan XXIII. La encíclica Pacem in terris de 11 de abril de 1963 constituyó una aportación fundamental de un Papa que comenzó a regir la Iglesia cuando contaba ya setenta y siete años. Fue comentada por U. Thant, secretario general de Naciones Unidas; por el director general de la Unesco; por la Conferencia de Ginebra sobre el desarme; por el Consejo Mundial de la Paz; por la Liga de los Derechos del hombre, etcétera. El estilo de esta encíclica es concreto, nervioso, cortado; la trabazón doctrinal es de una lógica vigorosa; la lectura es fluida. Está dirigida, por primera vez, no sólo a los católicos, sino también a todos los hombres de buena voluntad. A comienzos de 1963 Ruiz-Giménez recibió de Juan XXIII la invitación para asistir en calidad de consultor en los trabajos preparatorios del Concilio Vaticano II, con otros españoles, entre ellos Pilar Bellosillo y Ramón Sugranyes. Confirmado por Pablo VI, asistió a casi todas las sesiones del Concilio, excepto la última de 1965; participó como experto en cuestiones sociales, jurídicas y políticas, adscrito a la Comisión de Apostolado Seglar y a la Comisión mixta, encargada de la elaboración del famoso esquema XIII sobre «La Iglesia y el mundo contemporáneo», origen de la Constitución Pastoral Gaudium et Spes. Fue uno de los ponentes seglares en los capítulos sobre la familia y la comunidad política. El Concilio subraya sobriamente, pero con fuerza, los vínculos entre los derechos humanos y la democracia, la división de poderes como elemento esencial de un Estado de derecho, los derechos de libre asociación y de expresión, las exigencias de justicia, etcétera. Al volver a España en abril de 1963, dijo al general Muñoz Grandes, vicepresidente del Gobierno, refiriéndose a las estructuras políticas de España, a la luz del Concilio: «Mi general, esto hay que cambiarlo y cambiarlo en profundidad, con sentido común. Hay que cambiarlo gradualmente».

Elías Yanes, arzobispo emérito de Zaragoza.