¿Un liderazgo estable o en crisis?

"Mariano Rajoy es un líder muerto", me decía un amigo bien informado hace unas semanas. Es verdad que, como era predecible al no haber otra alternativa, en este congreso Mariano Rajoy se ha confirmado como líder del partido con el apoyo del 84% de los votos de los compromisarios. Pero también es cierto que Mariano Rajoy es un líder tocado. A los desplantes que ha sufrido en estos últimos dos meses de destacadas figuras del partido, como Zaplana, Acebes, Aguirre, San Gil y Elorriaga, en este congreso se ha sumado el de Aznar, con sus gestos gélidos y su "apoyo responsable" al líder. Además, es la primera vez en la historia del Partido Popular que el líder elegido obtiene 406 votos en blanco, 19 votos nulos y 119 abstenciones. Es decir, que si el congreso ha confirmado a Rajoy como líder, también ha escenificado que su liderazgo tiene problemas.

Mariano Rajoy se enfrenta a un terrible dilema. Por un lado, parece que su supervivencia política depende de que sea capaz, como ha hecho, de enterrar el aznarismo y de desmarcarse de la estrategia dura que ha defendido durante estos últimos cuatro años. Pero, por otro, desmarcarse de esta estrategia le provoca un problema serio de credibilidad. Porque, después de este congreso, muchos somos los que nos preguntamos: ¿quién es el verdadero Mariano Rajoy, el que ayer defendía dureza e inflexibilidad frente a los nacionalismos o el que hoy defiende el diálogo con ellos; el que ayer permanecía impasible ante la dimisión de Piqué y las maniobras de Aguirre contra Ruiz-Gallardón o el que hoy fulmina a Aguirre y encumbra a Gallardón?
Pero lo interesante de esta historia es preguntarse no por el origen de los problemas de Rajoy, sino por qué un líder con problemas sobrevive. Es decir, ¿por qué un liderazgo en crisis puede ser estable?

Para explicarlo se debe tener en cuenta en primer lugar que un partido tiene un objetivo que domina por encima de cualquier otro: ganar elecciones. Este fin se puede conseguir de manera más eficiente si la organización se mantiene unida que si se divide. Por eso, aunque en un partido distintos sectores discrepen sobre quién es el mejor líder, en general, a todos ellos les une que prefieren ir juntos detrás de un candidato que separados. Esto suele ser válido para cualquier formación, pero en el caso del PP se podría argumentar que la unidad tiene incluso un valor subjetivo mayor por razones históricas. Tras el hundimiento de UCD, la derecha pagó su división con más de diez años de ostracismo electoral, y solo cuando Aznar tomó las riendas del PP para convertirlo en un partido cohesionado y muy centralizado, la derecha recuperó el poder.

En segundo lugar, precisamente porque el resultado menos valorado por los sectores enfrentados en el PP era la división del partido, Rajoy y sus afines han jugado con ventaja frente a sus oponentes. Contra unos rivales desorganizados, que primero debían ponerse de acuerdo para articular una alternativa y después, convencer a todos los sectores del partido de que esta era una opción ganadora, Rajoy y los suyos ya ofrecían una alternativa solvente que servía como punto de encuentro para todos los sectores. Rajoy ha sido consciente de esta ventaja y ha sabido explotarla. Por eso, su estrategia ha consistido en resistir los embates del sector crítico, intentando al mismo tiempo disuadirlo de presentar una candidatura alternativa con constantes referencias a la unidad del partido y con algunas demostraciones de fuerza para llegar como única alternativa al congreso. Rajoy sabía que si llegaba al congreso como único candidato, tenía mucho ganado y su ventaja inicial aumentaba.

En tercer lugar, y debido a todo lo anterior, porque iniciar cualquier movimiento por parte del sector menos satisfecho con Rajoy para cambiar el statu quo era una operación arriesgada que si no se hacía deprisa y con garantías de éxito podía tener costes elevados para el partido y para los propios disidentes. Esto explicaría que las pocas iniciativas para encabezar una candidatura alternativa (primero con Esperanza Aguirre y luego con Juan Costa) se hayan quedado en breves y timoratos intentos, en globos sondas o en meras amenazas.
Pero que el liderazgo de Rajoy sea estable no significa que sus problemas hayan desaparecido. De hecho, lo más que este congreso ha conseguido es silenciar por un tiempo la voz de los críticos. Es seguro, y más después del castigo que el líder les ha infligido, que los críticos permanecerán agazapados esperando cualquier error para saltar a su yugular. Por eso, la mejor estrategia de Rajoy es ahora volcar todas sus energías y las del grupo en conseguir beneficios que de una forma apreciable acerquen al partido un poco más a sus objetivos, esto es, ganar las próximas elecciones. Si Rajoy consigue buenos resultados en las próximas elecciones autonómicas y cosecha beneficios para el grupo, es posible que la revuelta de los duros duerma el sueño de los justos.

Ana Sofía Cardenal, profesora de Ciencia Política de la Universitat Oberta de Catalunya.