Un liderazgo sin principios

El próximo domingo celebramos el Día Internacional de los Derechos Humanos. En este día, en 1948, los dirigentes mundiales aprobaron la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Dejaron atrás la oscuridad de la Segunda Guerra Mundial con el empeño y el valor necesarios para defender un principio fundamental: el respeto a los derechos universales e indivisibles de todos los seres humanos. Demostraron ser unos auténticos líderes.

Casi seis decenios después de aquel día, voy camino de un pueblo de la parte norte de Cisjordania, en los Territorios Ocupados palestinos. Hace tiempo, ésta era una próspera comunidad agraria que ahora está muriendo poco a poco, estrangulada por una valla que Israel ha construido en clara violación de las leyes internacionales. Los agricultores palestinos, igual que si fueran animales enjaulados y carentes de libertad y esperanza, observan cómo la alambrada separa sus casas de sus campos y huertos y destruye su trabajo y su forma de vida. Hoy me encuentro en Gaza, donde, desde hace cinco meses, un nuevo brote de violencia de las fuerzas israelíes ha causado la muerte de cientos de personas, muchas de ellas niños. Los bloqueos, cierres y restricciones a la libertad de movimientos han sumido a más de la mitad de la población en la pobreza más profunda. Hace dos días estuve en Sderot, Israel, donde la población civil ha sufrido bombardeos de grupos armados palestinos y vive inmersa en el miedo. En ambos lados del conflicto, la gente corriente sufre en medio de una espiral de violaciones de los derechos humanos.

Lo que aquí observo es una burla de los principios, una vergonzosa falta de liderazgo por parte de los gobiernos de la región y la comunidad internacional. Por desgracia, Oriente Próximo no es más que un ejemplo más, entre los muchos existentes en el mundo, del enorme abismo entre lo que se promete y lo que se hace, entre la obligación de los gobiernos de defender los derechos humanos y su incumplimiento. El panorama de los derechos humanos se caracteriza por una combinación letal de hipocresía y ambigüedad, pasividad e impunidad.

Por ejemplo, la guerra contra el terror emprendida por Estados Unidos, que, cinco años después de los atentados del 11-S, sigue produciendo espantosas violaciones de los derechos humanos. Los gobiernos están cuestionando incluso la prohibición internacional contra la tortura y los malos tratos, en nombre de la seguridad. Cientos de personas siguen detenidas de manera arbitraria e indefinida en el centro de la bahía de Guantánamo, que celebrará su quinto aniversario en enero. Guantánamo no es más que la punta del iceberg de un sistema en el que la Administración estadounidense se ha colocado al margen del imperio de la ley y a los detenidos fuera de las protecciones legales. Por asombroso que pueda parecer, al comienzo del siglo XXI, el Gobierno de Estados Unidos ha construido una red de centros de detención en todo el mundo en los que se encuentra un número indeterminado de personas -presuntos terroristas- "desaparecidas", secuestradas por la CIA con la connivencia de otros gobiernos. En septiembre, el presidente estadounidense reconoció oficialmente la existencia de estos centros. Lejos de avergonzarse, los elogió como prueba de su éxito en la lucha contra el terrorismo.

¿Han protestado los dirigentes de la Unión Europea, que se enorgullece de su compromiso con los derechos humanos, contra el hecho de que se hayan traicionado esos derechos? Todo lo contrario, ha quedado al descubierto su complicidad, al permitir que la CIA utilizara sus aeropuertos y su espacio aéreo para transportar ilegalmente a los presos a países en los que corrían el riesgo de ser torturados.

Europa tenía la oportunidad de contrarrestar el ataque frontal contra los derechos humanos, pero ha preferido permanecer como espectadora. El compromiso con los derechos humanos no es una exquisitez de política exterior: es una cuestión de principios, en casa y en el extranjero. Cuando los gobiernos europeos ocultan su cabeza colectiva debajo del ala y se niegan a alzar la voz contra las violaciones cometidas por sus propios Estados miembros o por estrechos aliados, dañan su posición como defensores de los derechos humanos en otros casos.

En medio de la impotencia internacional, el Gobierno sudanés sigue apoyando a una milicia que lleva a cabo una campaña de asesinatos, violaciones, desplazamientos y destrucción. La pesadilla está empezando a traspasar la frontera con Chad, donde los milicianos han asesinado y mutilado, quemado y violado a mujeres. Naciones Unidas debe emprender acciones urgentes para detener la extensión de la violencia.

Hay millones de personas, en muchos países, que no gozan aún de sus derechos básicos, es decir, suficiente alimento, agua potable, una vivienda, sanidad, educación. Las claras dificultades para cumplir la mayoría de los Objetivos del Milenio de Naciones Unidas demuestran que, como en otras áreas de los derechos humanos, la retórica política está por encima del auténtico compromiso en la práctica.

Pero también existen ejemplos en los que los líderes han adoptado una postura de principios, con Estados Unidos como única voz disidente, y han acordado promover el desarrollo de un tratado de comercio mundial de armas que, si se aprueba, podría acabar con muchas violaciones de los derechos humanos.

Aunque la impunidad sigue siendo un problema en numerosas partes del mundo, existe cierta tendencia en el sentido contrario, en favor de que se haga justicia por abusos del pasado, que puede verse en algunos países de Latinoamérica, en Sierra Leona, y otros lugares. Es muy importante que el Tribunal Penal Internacional haya iniciado su primer procesamiento contra Thomas Lubanga por reclutar a niños soldado en la República Democrática del Congo.

Ninguno de estos cambios habría sido posible sin el valor y el compromiso de los activistas y las personas corrientes que lucharon por los principios cuando sus líderes no fueron capaces.

La sociedad civil mundial ha sido la mejor defensora de los derechos humanos. En estos momentos en los que conmemoro el Día Internacional de los Derechos Humanos con la gente de los Territorios Ocupados e Israel, estoy convencida de la necesidad de que esa red mundial les reitere su apoyo y su solidaridad.

Estamos ante una oportunidad concreta. Los Gobiernos de España, Francia e Italia han acordado una iniciativa para comprometer a la Unión Europea en un proceso político para lograr la paz en Oriente Próximo. En el pasado, los planes de paz han dado escasa importancia a los derechos humanos y la justicia. Éste no debe caer en el mismo error. Que sea así o no depende de que ustedes y yo estemos dispuestos a hacer algo.

Irene Khan, secretaria general de Amnistía Internacional. Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia.