Un ligero desplazamiento de los centros de poder

Es delgada, alta y rubia; Ann Coulter corresponde a cierto ideal de belleza estadounidense. Ídolo de los conservadores radicales, estrella de la cadena Fox News (la única que ve Donald Trump), despotrica todas las noches contra la izquierda, los jueces progresistas, los vagos que abusan de los subsidios sociales y sobre todo contra los inmigrantes que no son totalmente blancos. Cuando estoy en Estados Unidos, a menudo la veo y me pregunto hasta dónde llegarán sus excesos. Nunca me la había tomado en serio; equivocadamente, porque Donald Trump la escucha religiosamente, y además la obedece. Tres días antes de Navidad, cuando el presidente de Estados Unidos se disponía a firmar un presupuesto de compromiso negociado entre republicanos y demócratas, Ann Coulter decidió que debía hacerse de otra manera: si el presidente firmaba sin lograr la financiación de un muro que separe Estados Unidos de México, dijo, abandonaría a Trump y su club de fans ya no votaría por él, lo que supondría el fin de su presidencia. Trump obedeció, y desde entonces ha congelado el sueldo de cerca de quinientos mil funcionarios. Esa misma semana, Donald Trump decidió retirar las tropas estadounidenses de Siria, entregando la región a los rusos y a los iraníes. Sabemos que no encontró un solo militar estadounidense de alto rango que aprobara su decisión, pero Vladímir Putin le envió un telegrama de felicitación.

Un ligero desplazamiento de los centros de poderEstá lejos, pues, el tiempo en que la Casa Blanca era el cuartel general del planeta; desde 1945, lo que decidían los tecnócratas de Washington, se aplicaba en todo el mundo. Al describir esta epopeya por el momento pasada, un amigo, embajador de Francia, cuenta en sus memorias que, en sus cuarenta años de carrera, nunca había tomado una decisión importante sin la aprobación de Washington. Por lo tanto, conviene que los líderes políticos en Europa se reconviertan a toda prisa e incluso contemplen la posibilidad de que Estados Unidos abandone la OTAN; con Trump, todo es posible, sobre todo el exceso. En Asia, japoneses, surcoreanos y taiwaneses deberían prepararse también para una retirada sin precedentes de las tropas estadounidenses que, de momento, los protegen contra una invasión china. Estas hipótesis extremas no tienen nada de teóricas; son la consecuencia lógica del trumpismo, pero también del hecho de que el trumpismo viene de muy lejos. Para que conste, la retirada militar gradual de Estados Unidos en Oriente Próximo comenzó por iniciativa de Barack Obama. Y el eslogan trumpista de «América primero» se remonta a la década de 1920, lo que explica la neutralidad de Estados Unidos frente a la agresión nazi, hasta Pearl Harbor.

Esta tentación aislacionista, al igual que el racismo que renace, son tan antiguos como el propio Estados Unidos. Lo que Ann Coulter exige de una manera exaltada, lo dijo ya de manera elegante el segundo presidente de Estados Unidos, John Adams: «El papel de Estados Unidos no es buscar monstruos lejos de nuestras fronteras para luego ir a exterminarlos». Fue mucho antes de la invención de las ideologías contemporáneas. Por tanto, consideremos que después de Trump y sin Trump, los estadounidenses no necesariamente retomarán sin problemas su función anterior como policías mundiales. Pueden imponerse futuros polos estratégicos: un Ejército europeo y un Ejército japonés, por ejemplo, los únicos capaces de limitar las ambiciones rusas en Europa, las islamistas en África, las chinas en Asia.

Esta redistribución de los centros de decisión podría no estar limitada al ámbito militar. En una economía global, que probablemente se desacelerará en 2019, la hostilidad popular contra el libre comercio y contra la globalización podría perturbar el sistema actual de distribución de la producción industrial. Esperemos rebeliones en Europa y en Estados Unidos contra el Made in China. Otra anécdota significativa: el encarcelamiento en Tokio, hace dos meses, del presidente de Renault y Nissan, primer fabricante mundial de automóviles, puede explicarse por el fraude fiscal de Carlos Ghosn, ¿pero cómo no adivinar en ello el rechazo nacionalista de Asia a un gran jefe extranjero?

El desplazamiento de los centros de decisión también puede afectar a la política tradicional. En Francia, que tiene una Revolución de ventaja, el presidente Macron se ha tambaleado por una rebelión nacida en Facebook y ha decidido consultar al pueblo organizando reuniones populares en todo el país. ¿A dónde han ido a parar los partidos políticos y la Asamblea Nacional? ¿Es el crepúsculo de la democracia representativa, con el poder en la calle?

Ninguna de las observaciones anteriores son profecías, sino solo una invitación a la curiosidad; el año 2019 no se parecerá a lo que conocemos y probablemente tampoco a lo que prevemos. Haciendo mío el (falso) proverbio chino, les deseo un «año interesante».

Guy Sorman

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