Un ‘link’ roto

Querido J:

A pesar de agosto, o quizá por eso, el ministro del Interior se vio obligado a comparecer ayer en el Congreso para explicar las razones de su conversación con Rodrigo Rato. Contra sí mismo y su ampulosa torpeza expresiva, el ministro estuvo convincente, porque los hechos son convincentes. Se reunió con Rato por ser quien es y porque el ex vicepresidente del Gobierno se sentía amenazado. Comprendo que el infecto populismo, representado esta vez por el portavoz socialista Hernando, éste de la denuncia preventiva, que primero dispara y luego pregunta, no acepte ninguno de los dos supuestos. El populus cree que Rato es un cualquiera y además ve lógico que le amenacen. La aristocracia democrática a la que tú y yo pertenecemos (ya habrás observado que la democracia en España se ha convertido en un elitismo) otorga al ministro la confianza de reunirse con quien le parezca útil y necesario e incluso comprende que no haya de rendir cuentas de todos sus movimientos. En cuanto al topos sobre la mujer del César y la necesaria prudencia estética del gobernante poco hay que añadir, como ya hemos comentado más de una vez entre nosotros: la mujer del César era la mujer de un dictador y sus obligaciones las de una dictadura.

Un ‘link’ rotoEntre el populus ha caído también mal y ha sido objeto de mofa la referencia a los tuits amenazantes que han señalado a Rato. No hay ni qué decir que la mofa y el escarnio ante las palabras del ministro se han producido básicamente en las redes asociales a las que tan mal sienta que se las llame por su nombre. Aunque rápidamente se han apuntado a la mofa algunos periodistas para los que la aparición de esas redes ha sido una bendición: ya siempre encuentran alguna justificación empírica a su sectarismo. Podrás comprender que la referencia del ministro de la Policía a los tuits me ha llamado personal e intransferiblemente la atención. Como aristócrata democrático que soy no se me ocurrió pedir hora con el ministro del Interior, pero hace unos meses sí encargué a un abogado que llevase a la unidad correspondiente de la Guardia Civil un pliego de la actividad reciente desplegada en Twitter en torno de mi nombre. Mi arraigada modestia no me impide decirte que el número de tuits doblaba de largo los de Rato, si bien la gran mayoría de ellos se situaba en el ámbito donde la agresión ya se ha materializado en insulto. El ministro Fernández no dio ejemplos de esos 400 golpes pero yo no tengo inconveniente en darlos de los míos. Un Pablo Barrueco, por ejemplo: «Yo pido partirle las piernas a Arcadi Espada.» Un Ignacio Herman Santamaría: «Fascista hijo de puta merece ir volando por los aires». Un Paco Robredo Millán: «Yo ahogaría muy gustosamente al hijo puta de Arcadi Espada». Y una Yilma: «Tanto que habláis de maltratadores y mirar a quién tenéis en la mesa, nada + y nada menos que Arcadi Espada, puffffffff.»

Hubo dos razones principales para que llevara los tuits a la Policía. La primera, dos incidentes, uno durante un acto en Madrid y otro, más peligroso, en una calle de Barcelona, en los que se apreció inequívocamente la huella tuitera, y que desmentían la cándida y anacrónica aseveración de que lo que en tuiter pasa en tuiter se queda. La segunda era una cuestión de pundonor. Como bien sabes yo siempre he estado dispuesto a morir por mis ideas, aunque, bien sûr, de muerte lenta; pero, de ningún modo, por lo que la jauría de tuiter dice que son mis ideas. Los centenares de tuits injuriosos y amenazantes estaban basados todos ellos en la calumnia, es decir, en la manipulación sistemática y vomitiva de algunos de mis artículos o intervenciones públicas.

No sé bien si la Policía, los políticos o los propios ciudadanos comprenden lo que significa que determinadas personas sean sometidas al insulto público durante todos los días de su vida. Pero comprendo bien que Rato quisiera compartir su angustia con el ministro y comprendería incluso que le hubiera pedido amparo y protección. Lo que ya comprendo menos es que el ministro no haya explicado qué piensa hacer con los autores de esos tuits y cuáles han sido las investigaciones que ha llevado a cabo por las amenazas contra el ex vicepresidente. No es raro que ningún grupo parlamentario le haya preguntado por el particular: creen que para cercar al ministro la demagogia es más útil que el minucioso examen de sus supuestos fácticos. Me temo que sobre este asunto el ministro piensa y actúa como la guardia civil que examinó mi pliego: con buena voluntad, pero con una extraña impotencia. Una impotencia que se deriva del tácito axioma instalado según el cual las competencias de la política quedan al margen de la tecnología, y expresamente de las nuevas tecnologías de la comunicación. Así ha procedido la política con la propiedad intelectual, colaborando a la destrucción del sistema cultural, y así parece proceder ahora con la seguridad de los ciudadanos. Es natural, y hasta naturalísima, la política que Twitter mantiene sobre los mensajes que circulan por la plataforma. Esta política es, más o menos, la del higiénico Poncio Pilatos. Twitter se trata a sí mismo como si fuera una compañía telefónica: no es responsable de las conversaciones de sus usuarios. Pero, obviamente, hasta duele ver la diferencia: las conversaciones de los teléfonos son privadas. Es sorprendente que las instituciones políticas hayan hecho suyo, en cierto modo, el razonamiento, tan sumamente comercial, de la compañía.

Internet ha producido un cambio dramático en uno de los paradigmas fundamentales de la democracia: ha desligado la responsabilidad de la actuación en el espacio público. Cualquier política, seriamente considerada, debería tratar de linkar de nuevo una cosa con otra.

Sigue con salud

Arcadi Espada

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