Un lobo con piel de lobo sobre Guatemala

Un mujer carga un letrero durante una misa en honor de un migrante hondureño que fue asesinado por un oficial mexicano. DANIEL BECERRIL , REUTERS
Un mujer carga un letrero durante una misa en honor de un migrante hondureño que fue asesinado por un oficial mexicano. DANIEL BECERRIL , REUTERS

Nunca me había sentido tan judío. Ni tan palestino. Ni tan africano. Ni tan centroamericano. Ni tan guatemalteco.

Hace algunos años, en un arrebato de Síndrome de Estocolmo colonial, agradecí a la fortuna porque Guatemala fuera una colonia estadounidense y no una colonia rusa o china. ¿Se imaginan tener la misma suerte que los norcoreanos y los birmanos? ¿O que los ucranianos y los bielorrusos? ¿Se imaginan la desfortuna de no contar con interlocutores como los de Estados Unidos de América? De un centro imperial en donde no hubiera democracia. Ni feminismo ni movimiento queer. Ni Miami ni Nueva York. Ni periodistas que destaparan escándalos de monumentos religiosos o de espionaje masivo. Ni ciudadanos críticos y solidarios que saben que su establishment arruina al mundo.

Cuando aprendí –porque estas cosas no solo se descubren o se saben– que Estados Unidos estaba separando a padres de hijos centroamericanos, y que a los niños, las niñas y adolescentes los estaban dejando ser abusados sexualmente y hasta morir –van 7 niños guatemaltecos muertos en esos campos de concentración de 2019, más la niña salvadoreña y su padre muertos en el río–, en ese momento, cuando el planeta no reaccionó con protestas globales, grité una frase en Twitter: ¿qué están esperando? ¿Un exterminio?

El sistema estadounidense y su élite, como el guatemalteco, o el nazi, o el de los jemeres rojos, deshumaniza a sus subalternos.

Así, en 1948, cuando Washington y Moscú, las fuerzas civilizatorias, habían librado al mundo de la amenaza fascista europea, los Estados Unidos del demócrata Harry Truman empezó a hacer un experimento colonial del que nos enteramos apenas en 2010, gracias a la profesora de historia médica Susan Reverby. Por medio de la ciencia necesitaban curar la sífilis y la gonorrea. Y para alcanzar el progreso médico en ese campo, necesitaban seres humanos para experimentar. O bueno, cuerpos de la misma raza. Y entonces inyectaron, con la connivencia de funcionarios locales, a los cuerpos de 1,500 guatemaltecos y guatemaltecas. Encerrados en manicomios y cárceles, o encerradas en burdeles.

Cuando se hicieron públicos los archivos, el gobierno del buen Obama se comunicó por teléfono con el presidente socialdemócrata Colom para ofrecerle disculpas. Aceptó feliz el perdón ofrecido y ahí quedó la cosa. Nada de indemnizaciones, actos protocolarios, adiciones a los currículos de historia en las escuelas de ambos países, compensaciones o una disculpa de rodillas por haber infectado de sífilis y gonorrea a nuestros abuelos, tíos, padres y madres.

Cuarenta años después, en 1982, Reagan, quien probablemente consideraba monos no solo a los africanos, sino a los centroamericanos y a todos los que vienen de países-agujeros-de-mierda, recibió de brazos abiertos al "dictador luciferino que en el nombre de Dios llevó a cabo el último etnocidio de América Latina", como denunció en Suecia nuestro García Márquez sobre Efraín Ríos Montt. Porque qué importa si unos guatemaltecos se matan entre sí e intentan exterminar a los nietos de los infectados.

El descendiente republicano de Reagan, un neonazi acomplejado –como todos los neonazis– que responde al nombre de @RealDonaldTrump, ha decidido llevar el discurso del odio a niveles que le hacen sentir a uno judío, palestino, ruandés, bosnio, sirio, maya, centroamericano.

Doy gracias a la vida por haber nacido en este Istmo de 70 volcanes, de hombres y mujeres de maíz, de valientes, resilentes, de esclavos sublevándonos, de impunidad y de esperanza, de poetas que inventamos el realismo mágico, como escribió la cantautora Rebeca Lane.

Cuando estudié y trabajé por un par de años en Madrid y Berlín, muchas veces me preguntaban que si intentaría quedarme allá. Y mi respuesta fue siempre un no de boca y ojos abiertos. Como muchos privilegiados que hemos tenido todas las oportunidades del planeta, solo concebimos vivir en Centroamérica para sacarla del agujero en el que nos la entregaron.

Por dicha, a un caribeño de apellido Césaire se le iluminó la cabeza para resumirnos que el mundo entero funciona como un apartheid. En los barrios exclusivos del planeta solo caben los que nacieron en los barrios exclusivos del planeta, con la etnicidad y religión y cultura de esos barrios. Pero para que funcione el sistema-apartheid, el sistema-finca si lo convertimos a lenguaje guatemalteco, no solo hay dos personajes, sino tres. Está el dueño de la finca, el esclavo, y el invitado, como resumió la antropóloga Karen Ponciano.

Los invitados, naturalmente, tenemos visa. Podemos visitar, aprender su idioma, sus costumbres, sus modales, hacer negocios y hasta bromas. Y hay algunos espacios en su finca-imperio en el que realmente somos bienvenidos, y tratados como personas. Hace dos semanas yo estuve en uno de esos lugares, en dos jornadas de trabajo con inversionistas de Nueva York que apuestan por Nómada.

Hay una virtud en Trump, que nos habían advertido los colegas de WikiLeaks allá por 2016, cuando había recién ganado la presidencia estadounidense. El buen Obama, decían ellos y ellas de WikiLeaks, los perseguidos por Washington, era un lobo con piel de oveja. También pueden preguntárselo a los palestinos sin paz ni dignidad a pesar del Nobel que recibió Barack Hussein, o a los centroamericanos deportados a mansalva entre 2008 y 2016.

El Real Donald Trump, en cambio, es un lobo con piel de lobo.

A los nacionales de 7 países de mayoría musulmana les prohibió la entrada del todo al inicio de su gobierno. A los afroamericanos de Baltimore les dice que son un nido de ratas. A las diputadas de oposición de color les dice que se regresen a los lugares de donde vinieron (Nueva York, Chicago, Connecticut y Minnesota). Y a los centroamericanos empezó por quebrarnos en nuestra humanidad al separar a hijos de padres y madres para disuadirlos de escapar de este Istmo para ir a buscar refugio a Estados Unidos.

Como estamos acostumbrados a poca humanidad por estas latitudes, no nos quebró. En solo seis meses de 2019, al menos 235,000 guatemaltecos, 1.5% del país, escapó de aquí y fue capturado en la frontera estadounidense. Sabiendo que podían separarlos de sus hijos. Y otros 200,000 hondureños, y otras decenas de miles de salvadoreños y nicaragüenses.

Así que Real Donald Trump decidió amenazarnos con estrangularnos económicamente a Guatemala si no cedemos a sus presiones de convertirnos en una cárcel para cientos de miles de migrantes que llegan a su frontera Sur. Tercer País Seguro es el nombre eufemístico.

15% de los guatemaltecos viven en Estados Unidos. Se fueron huyendo de la parte más dura de la guerra civil entre 1978 y 1985, de la pobreza y la desigualdad, y recientemente, de la violencia y la impunidad. Y envían remesas que suman el 12% del PIB. Trump amenazó con ponerles impuestos a esas remesas, que para los pobres representan la diferencia entre comer o malnutrirse, entre comprar medicinas o morirse, entre aprender o quedarse en la ignorancia.

Además, amenazó con poner aranceles a productos guatemaltecos; probablemente hasta 25% como amenazó a México. Las exportaciones a Estados Unidos son el 33% de las exportaciones guatemaltecas y el 5% del PIB. Producen muchos empleos –dignos e indignos– y solo una semana después de haber hecho la amenaza, cinco empresarios me han contado que perdieron relaciones comerciales construidas hace mucho tiempo y les frenaron negocios nuevos.

Esas exportaciones representan la diferencia para los trabajadores entre comer o malnutrirse, comprar medicinas o morirse, aprender o quedarse en la ignorancia. Para decenas de miles de guatemaltecos. Quizás suena naturalizado porque está escrito en una tipografía bonita y leyéndose en un teléfono inteligente o una computadora, pero Trump está intentando que guatemaltecos y guatemaltecas nos muramos de hambre.

Ante el silencio abrumador del resto de América Latina, Europa, Canadá y la Unión Europea, o de las potencias contrapeso de China y Rusia, vuelvo a preguntarles: ¿Qué esperan para actuar?

Finalmente, nos amenazó con prohibir la entrada a todos los guatemaltecos a Estados Unidos, tanto los esclavos que ingresaron por las rendijas como a los invitados de visa y avión. Esto generará más estigmatización y más pobreza. Hay una posibilidad de que Estados Unidos le tuerza la mano al Congreso y a la Corte de Constitucionalidad guatemaltecos para aprobar este tratado de Tercer País Seguro. Y hay una probabilidad de que esto no reduzca la migración, sino que la aumente.

¿Cómo va a reaccionar Trump? Si Real Donald Trump es un torpedo de odio en su primer mandato, no podremos imaginarnos cómo sería un Real Donald Trump si gana la reelección en 2020. Como escribía, imaginemos que nos convertimos en cárcel global y que eso no frena la migración. Que entonces Trump decide ponernos aranceles e impuestos a las remesas y cancelación de visas para invitados. Y que eso tampoco reduce la migración.

Si la migración centroamericana no se detiene, ¿cómo va a reaccionar Trump? ¿Con masacres a centroamericanos que logren esquivar a los militares mexicanos? ¿Con un par de bombas aleccionadoras como amenaza de exterminio? Sí, suena exagerado en 2019. Todas las barbaries suenan así antes de que ocurran. Y desde Guatemala no lo vamos a poder frenar.

Martín Rodríguez Pellecer es director de Nómada.

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