Un mapeo de los daños causados por las bajas tasas de interés

Durante años tras la crisis financiera del año 2008, los formuladores de políticas se felicitaron a sí mismos por haber evitado una segunda Gran Depresión. Ellos respondieron a la recesión mundial con el tipo de estímulo keynesiano, tanto fiscal como monetario, que el momento requería.

Sin embargo ya han pasado nueve años, y las tasas de interés oficiales siguen rondando cero, mientras que el crecimiento ha sido mediocre. A partir del año 2008, la Unión Europea ha crecido a una triste tasa anual promedio de apenas el 0.9%.

El amplio consenso keynesiano que surgió inmediatamente tras la crisis se ha convertido en el dogma económico imperante de hoy en día: mientras el crecimiento continúe en niveles subestándar y la inflación anual permanezca por debajo del 2%, se considera que más estímulo no es sólo adecuado, sino que es necesario.

Las razones que subyacen a este dogma no tienen asidero. Para empezar, las mediciones relativas a la inflación son tan deficientes que llegan a ser arbitrarias. Como señala Martin Feldstein académico de Harvard, los gobiernos no tienen una buena forma de medir la inflación vinculada a los precios de servicios y nuevas tecnologías, que son los precios que representan una proporción cada vez mayor del PIB de las economías avanzadas, esto sucede debido a que la calidad en dichos sectores varía sustancialmente con el transcurso del tiempo. Además, los bienes inmuebles y otros activos ni siquiera están incluidos en la contabilidad.

El precepto que indica que la inflación debe aumentar a una tasa anual del 2% también es arbitrario. El concepto centenario de una tasa de interés “natural” del economista sueco Knut Wicksell – tasa a la cual el crecimiento del PIB real (ajustado por inflación) sigue el camino de un promedio a largo plazo, mientras que la inflación permanece estable – tiene sentido. Pero, ¿por qué la tasa de inflación debería ser siempre del 2%? Y, ¿por qué no se excluyen de la medida de la inflación núcleo los servicios, las nuevas tecnologías o, digamos, los productos manufacturados en la China, o por qué no se excluyen a la par los alimentos y la energía?

Teniendo en cuenta estas deficiencias, vale la pena preguntarse si la doctrina de los bancos centrales sobre “el establecimiento de objetivos de inflación” correrá la misma suerte que el monetarismo en la década de 1980 momento en el cual los formuladores de políticas estaban obsesionados con la oferta de dinero. Al igual que con inflación hoy en día, los banqueros centrales en aquel entonces no tenían ni siquiera una forma creíble para medir la cantidad de dinero, y mucho menos una manera de lograr los resultados de política monetaria que deseaban.

Deberíamos considerar los efectos de los grandes déficits presupuestarios como otra forma dudosa de estímulo. En el año 2017, el crecimiento económico de la UE ascendió a una tasa anual de 2,3%, esto ocurrió después de que los Estados miembros finalmente redujeran sus déficits presupuestarios a un promedio de 1,5% del PIB, por debajo del promedio de 6,4% del PIB en el 2010. Al parecer, el estímulo fiscal después de la crisis no fue tan estimulante. Por el contrario, las políticas fiscales más estrictas impuestas en los últimos años parecen haber tenido un efecto positivo.

Por lo general, una crisis financiera da lugar a importantes reformas estructurales. Sin embargo, ni la crisis del año 2008, ni la subsiguiente crisis del euro, que fue causada por una deuda pública excesiva, condujo a un importante desapalancamiento o destrucción creativa schumpeteriana en los países afectados. Claramente, la avalancha de gastos del gobierno alivió la necesidad de reformas difíciles, y permitió a las empresas establecidas apuntalar sus posiciones con financiamiento barato. Cualquier posibilidad de renovación estructural fue sofocada en sus albores.

Entre los países de la UE, la deuda pública promedio aumentódel 73% del PIB en el año 2009 al 86% del PIB en el 2016, muy por encima del límite del 60% del PIB establecido por los criterios de Maastricht. En el sur de Europa, las deudas públicas son tan grandes que deprimirán el crecimiento durante muchos años por venir.

Y, sin embargo, la última década con sus tasas de interés ultra bajas probablemente sea aún más perniciosa que los años de gasto deficitario. No se sabe cuándo ni dónde estallará la próxima burbuja financiera. Pero, sería aconsejable prestar atención a los hallazgos de algunos economistas como el difunto Charles Kindleberger, y los académicos de Harvard Kenneth Rogoff y Carmen Reinhart, y deberíamos andar con cautela.

Al fin y al cabo, uno puede detectar posibles burbujas en todo el lugar. Los precios de bienes raíces y otros activos están en niveles récord en gran parte del mundo. Y, el valor del bitcoin en circulación se multiplicó por diez solamente en el transcurso de este año, llegando a los $170 mil millones, a pesar de que el valor subyacente de esta criptomoneda continúa siendo dudoso, en el mejor de los casos.

Las tasas de interés ultra bajas también han creado tal lucha por rendimientos más altos que incluso un país pobre y mal administrado como Tayikistán puede vender eurobonos. Para el presidente de Tayikistán Emomali Rahmon eso es ciertamente mejor que buscar ayuda del Fondo Monetario Internacional, institución que le exigiría reformas sustanciales. Gracias a las bajas tasas de interés, Rahmon puede continuar mal gobernando a la ex república soviética en la forma en la que él estime conveniente.

Las muchas otras víctimas de las tasas de interés ultra bajas deberían, lamentablemente, saltar a la vista. Los ahorristas de la clase media han visto caer el valor real de sus depósitos bancarios anualmente en una tasa de alrededor del 2%, y muchos jubilados han sufrido una disminución real de sus pensiones, por los fondos de dichas pensiones se invierten en activos que se consideran seguros y, por lo tanto, producen rendimientos mínimos.

Lo mismo también es cierto para muchas formas de seguros. Aparentemente a las aseguradoras les está yendo bien, pero eso se debe a que han estado recortando beneficios hasta el punto de que sus clientes, para empezar, pronto se preguntarán por qué se molestaron en contratar pólizas.

Incluso los bancos están asediados. En las economías avanzadas, los proveedores de préstamos tradicionales ahora están sujetos a tanta regulación que han tenido que retirarse de actividades en el extranjero. No es sorprendente que intermediarios menos regulados en el sistema bancario en la sombra hayan ingresado en este ámbito para apoderarse de gran parte de los negocios de los bancos.

Tradicionalmente, el negocio bancario giraba alrededor de atraer depósitos y otorgar préstamos. Pero, como resultado de las tasas de interés “bajas por un largo plazo”, esa porción del negocio de la banca se ha tornado cada vez más pequeña, y los bancos han tenido que recurrir a cobrar comisiones cada vez más altas por otros servicios financieros.

Adicionalmente a lo antedicho, las bajas tasas de interés han desviado el dinero hacia instituciones financieras menos transparentes y más especulativas, como ser los fondos de capital privado y los fondos de cobertura. Tales instituciones prosperan gracias al crédito barato, que goza de un trato más favorable bajo las normas de la mayoría de los regímenes fiscales occidentales del que goza la financiación de capital mediante la emisión de acciones.

Los beneficios de las bajas tasas de interés no han favorecido a la población en general, y ciertamente no ayudaron a la clase media, sino que favorecieron a los multimillonarios – al 0.1% en la parte superior. La brecha de la riqueza mundial se ha ensanchado de manera significativa solamente en el transcurso de la última década, especialmente en Estados Unidos, donde los multimillonarios pagan poco o nada en impuestos gracias a reglas especiales como “participaciones en las plusvalías resultantes de las operaciones de los fondos”. Además, bajo el nuevo plan impositivo republicano, esos multimillonarios pagarán aún menos.

La pregunta ahora es si las instituciones occidentales son lo suficientemente fuertes como para contener la plutocracia mundial que han engendrado las bajas tasas de interés.

Anders Åslund is a senior fellow at the Atlantic Council in Washington, DC. He is the author of Ukraine: What Went Wrong and How to Fix Itand, most recently, Europe's Growth Challenge (with Simeon Djankov). He is currently writing a book on Russia’s crony capitalism. Traducción del inglés: Rocío L. Barrientos.

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