Un mejor manejo del factor global

Imaginemos un mundo en el que los países miembros del Fondo Monetario Internacional tuvieran más participación en definir los temas de la reunión anual del organismo. Antes de cada cita (la de este año es en Indonesia en octubre) el FMI pediría a sus 189 integrantes señalar tres cuestiones clave en materia de políticas, para concentrarse en ellas, no sólo en las discusiones oficiales, sino también en los numerosos talleres paralelos. El resultado sería una agenda que tenga más en cuenta las inquietudes que están teniendo cada vez más funcionarios (y poblaciones).

Durante gran parte del decenio transcurrido desde el estallido de la crisis financiera global, los países de todo el mundo han estado sujetos a lo que Hélène Rey, de la London Business School, y otros autores han denominado “el factor global”: un conjunto de influencias externas que no pueden manejar ni controlar, pero que tienen una importante incidencia sobre variables internas fundamentales. Esto generó una volatilidad económica y financiera que complicó la gestión interna, alentó la polarización política y agravó las divisiones sociales.

La postura de “Estados Unidos primero” del presidente Donald Trump ha agravado en general la sensación internacional de incertidumbre e inseguridad, especialmente en Asia. Ahora, además de tener que enfrentar grandes cambios en los flujos de capitales, los tipos de interés y los movimientos de divisas, estos países deben adaptarse a la realidad de que ni siquiera pueden dar por sentados algunos de sus más viejos supuestos básicos sobre el comercio internacional.

Pero esto no es sólo un problema de las economías emergentes. Pese a los intentos de fortalecer la resiliencia (mediante, entre otros recursos, el uso de medidas micro y macroprudenciales), gran parte del mundo sigue vulnerable al factor global.

Claro que los primeros países en experimentar problemas suelen ser aquellos que traen de antes vulnerabilidades económicas y financieras internas. Pero incluso en economías mejor administradas, los factores externos están afectando las condiciones financieras locales en modos que poco tienen que ver con los fundamentos internos.

En Suiza, por ejemplo, los principales desafíos a la gestión económica en los últimos años han tenido que ver más con efectos derrame procedentes de la eurozona que con problemas de origen interno. Al confrontar estos desafíos, las autoridades se han visto obligadas a implementar medidas distorsivas, entre las que se destacan tipos de interés altamente negativos.

Es muy posible que una parte de esta dinámica desestabilizadora se intensifique en los próximos meses, por dos razones. En primer lugar, tras muchos años de políticas monetarias ultraflexibles centradas en reprimir la volatilidad financiera, los bancos centrales seguirán en una senda hacia la normalización (aunque a diferentes velocidades), de modo que es probable que las condiciones financieras para gran parte de los países emergentes se vuelvan más difíciles e impredecibles.

En segundo lugar, hay divergencia en el desempeño de las economías avanzadas: en Estados Unidos se acelera el crecimiento, mientras que Europa y Japón están perdiendo empuje económico. Esto generará todavía más presión sobre los diferenciales de tipos de interés (que ya están en máximos históricos) y alentará la volatilidad cambiaria.

Pero además de las consecuencias económicas, es probable que estas tendencias agraven las tensiones políticas y sociales. Al fin y al cabo, sus efectos pueden ser difíciles de entender sin un buen nivel de comprensión de la estructura de los mercados y otros factores técnicos bastante complejos. Esto dificultará comunicar a la opinión pública los desafíos monumentales que nos aguardan, y mucha gente se sentirá confundida, insegura y frustrada.

El FMI puede y debe ayudar a sus países miembros a enfrentar estos desafíos, asumiendo un papel mayor en la provisión de análisis y conduciendo debates más eficaces en áreas cruciales. En el mundo que imaginamos, la agenda del Fondo haría hincapié en una acción más decidida en tres áreas.

En primer lugar, en el nivel nacional, además de centrarse en cuestiones de resiliencia económica generales, el FMI debería estudiar la implementación de medidas de freno efectivas durante las fases más extremas de los ciclos de liquidez global (“echar arena en los engranajes”), con el objetivo, entre otros, de contrarrestar fuerzas técnicas disruptivas. Sería una extensión natural de lo que se ha hecho en materia de medidas microprudenciales (centradas en las instituciones) y macroprudenciales (centradas en el sistema).

En segundo lugar, en el nivel institucional, el FMI debería seguir propugnando medidas para el seguimiento y el manejo de efectos y contraefectos derrame, lo que incluye la incorporación y ampliación de vínculos financieros mejorados en cuanto a monitoreo, diseño de programas y mecanismos de alerta temprana. Esto serviría para evitar que oscuras inestabilidades financieras adquieran primacía y sacudan la economía real. La importancia de estas medidas quedó de manifiesto este año en Argentina, cuando un programa bien diseñado en el sentido tradicional se salió de rumbo en cuestión de semanas por cuestiones técnicas imprevistas.

En tercer lugar, en el nivel multilateral, se necesita una discusión más franca, genuina y cooperativa respecto de los efectos transfronterizos de las políticas nacionales. Esa discusión debe tener en cuenta el fracaso de pasados intentos de resolver la cuestión, así como los costos de una fragmentación más profunda del sistema monetario internacional, y es inevitable que se planteen cuestiones referidas a la equidad en la representación y la gobernanza de las instituciones multilaterales, así como al sesgo permanente de la respuesta del sistema hacia grandes desequilibrios y divergencia en resultados económicos y políticas.

Sin un avance en estas tres áreas, los difíciles problemas y desafíos disruptivos a la formulación de políticas que enfrentan muchos países del mundo quedarán en gran medida irresueltos, con riesgo de que los gobiernos implementen políticas que además de chocar con las de sus vecinos, también terminen siendo subóptimas en el plano interno.

El FMI es el organismo mejor preparado para actuar como un asesor de confianza y un director eficaz para la orquestación de políticas global. Pero para hacerlo, debe fortalecer su credibilidad en cuanto líder atento y eficaz. Eso implica prestar más atención a sus miembros y luego ayudarlos mejor en la implementación ordenada de políticas más armoniosas.

Mohamed A. El-Erian, Chief Economic Adviser at Allianz, the corporate parent of PIMCO where he served as CEO and co-Chief Investment Officer, was Chairman of US President Barack Obama’s Global Development Council. He previously served as CEO of the Harvard Management Company and Deputy Director at the International Monetary Fund. He was named one of Foreign Policy’s Top 100 Global Thinkers in 2009, 2010, 2011, and 2012. He is the author, most recently, of The Only Game in Town: Central Banks, Instability, and Avoiding the Next Collapse. Traducción: Esteban Flamini.

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