Un momento para gastar

La idea fundamental de la macroeconomía es una realidad que ya conocía John Stuart Mill en el primar tercio del siglo XIX: puede haber un gran desfase entre oferta y demanda de prácticamente todos los bienes actualmente producidos, los servicios prestados y los tipos de mano de obra, si existe un exceso igualmente grande de demanda de activos financieros, y esa realidad fundamental es una causa de grandes problemas.

Un desfase normal entre oferta y demanda de algún subconjunto de las mercancías actualmente producidas no es un problema grave, porque se equilibra con el exceso de demanda de otras mercancías producidas actualmente. Cuando los sectores que padecen una demanda insuficiente despiden a trabajadores, los sectores que se benefician de un exceso de demanda los contratan. La economía se reequilibra rápidamente y de ese modo vuelve al pleno empleo y lo hace con una configuración del empleo y la producción mejor adaptada a las preferencias actuales de los consumidores.

En cambio, un desfase entre la oferta y la demanda cuando el exceso de demanda correspondiente afecta a los activos financieros es una receta para el desplome económico. Al fin y al acabo, no existe una forma fácil de que los desempleados empiecen a producir los activos –el dinero y los bonos que no sólo estén calificados como de primera categoría para la inversión, sino que, además, lo sean de verdad– que los mercados financieros no suministran suficientemente. La corriente de trabajadores que pierden el empleo supera la de los que lo recuperan y, cuando el empleo y los ingresos experimentan un marcado descenso, el gasto en las mercancías actualmente producidas disminuye aún más y la economía experimenta una caída libre en la depresión.

Así, pues, el primer principio de la política macroeconómica es el de que, como sólo el Gobierno puede crear los activos financieros de primera categoría para la inversión que escasean en una depresión, su misión consiste en hacerlo. El Gobierno debe velar por que la masa monetaria se ajuste al nivel de demanda de dinero correspondiente al pleno empleo y por que la oferta de vehículos de ahorros seguros en los que los inversores puedan depositar su riqueza se ajuste también a la demanda.

¿Qué tal han desempeñado esa misión los gobiernos del mundo en los tres últimos años?

En el Asia oriental (exceptuado el Japón), los gobiernos parecen haberlo hecho bastante bien. La escasez de demanda de bienes actualmente producidos y servicios prestados y el desempleo en masa ya no se ciernen como los mayores problemas macroeconómicos de la región. La inundación de sus economías con liquidez, el mantenimiento de unos tipos de cambio favorables para la exportación y el gasto para contratar trabajadores directamente e impulsar la oferta de vehículos de ahorro seguros han hecho que la gran recesión en el Asia oriental no haya sido tan dura como en otros lugares.

En Norteamérica, los gobiernos parecen haber ido arreglándoselas mal que bien. No han brindado suficientes garantías bancarias, no han obligado a que se hicieran suficientes renegociaciones de hipotecas, no han aumentado el gasto lo bastante ni han financiado suficiente empleo para reequilibrar los mercados financieros, devolver los precios de los activos a configuraciones normales y facilitar un rápido regreso al pleno empleo, pero el desempleo tampoco ha superado en gran medida el 10 por ciento.

Los problemas más graves en este momento se dan en Europa. La incertidumbre sobre cómo se van a garantizar exactamente los pasivos de bancos muy apalancados y gobiernos periféricos excesivamente apalancados está reduciendo la oferta de vehículos de ahorro seguros en un momento en el que el reequilibrio macroeconómico requiere que aumente. Y las rápidas reducciones de los déficits presupuestarios que los gobiernos europeos se han comprometido ahora a hacer han de aumentar por fuerza la probabilidad de una doble recesión.

La tónica a grandes rasgos está clara: cuanto más se han preocupado los gobiernos por la posibilidad de propiciar un futuro peligro moral con rescates excesivos y han procurado frenar el aumento de la deuda pública, peores resultados han obtenido las economías de sus países. Cuanto más se han centrado en políticas encaminadas a recuperar el empleo a corto plazo, mejores resultados han obtenido sus economías.

Esa tónica no habría sorprendido a economistas del siglo XIX como Mill o Walter Bagehot, quienes entendieron que la depresión industrial tenía un origen financiero, pero sí que parece sorprender no sólo a numerosos observadores de hoy, sino también a gran número de autoridades.

J. Bradford DeLong, ex Secretario Adjunto del Tesoro de los Estados Unidos, profesor de Economía en la Universidad de California en Berkeley e investigador asociado en la Oficina Nacional de Investigaciones Económicas. Traducido del inglés por Carlos Manzano

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *