Un mundo aparte

Sea porque se busca alguna racionalidad a todo esto, sea para no ver el desquicio de la sociedad vasca, hay un concepto erróneo que tiene gran influencia en la percepción de nuestros problemas. Este equívoco explica, por ejemplo, el desconcierto que está provocando la parálisis mental a que ha llegado Batasuna, que no es novedad sino comportamiento histórico, pero que choca con las expectativas generadas por las ilusiones de los demás. El error conceptual consiste en imaginar que la autodenominada 'izquierda abertzale' es meramente la radicalización del nacionalismo, algo así como un campo que está a su orilla izquierda o en sus lindes extremos, pero formando un espacio común con lógicas similares. Es la idea de que se puede pasar, ir y volver, de la ribera de HB hacia allá y hacia acá, como quien da un paseo, saliendo del PNV, pasando por EA e Ibarretxe, saludando a los colegas batasunos y luego volver por la alameda hasta los dominios de Imaz tras tomar unos vinos en agradable camaradería. De esa imagen se deriva otra idea nefasta. Es la de que Batasuna y el nacionalismo moderado comparten iguales fines -lo niegan las habituales proclamas revolucionarias de ETA y sus ecos en HB-, y sólo les diferencia la premura con que Arnaldo y los suyos quieren lo que quieren todos los nacionalistas.

Los supuestos anteriores no tienen ni pies ni cabeza. La confusión la incrementan el PNV y EA, que parecen creer que los batasunos son sus más próximos (más que los demócratas que no son nacionalistas) y están dispuestos a vender su pedigrí con tal de comer un plato de lentejas con esta gente. Una de las cosas más sorprendentes de la década que llevamos desde Lizarra es que el nacionalismo moderado, incluso el PNV (aun siendo hegemónico), fue enarbolando las locuras batasúnicas, ese lenguaje de territorialidades y autodeterminaciones, el todo ya y enseguida, el gusto por el órdago Mientras, la 'izquierda abertzale' no asumió ninguna de las tesis ni de los modos del PNV: ni la necesidad de no matar, ni la condena de la violencia, ni las virtudes de la vía autonómica (ni siquiera en la lectura soberanista que hasta entonces sostenía el PNV), ni las ventajas de la convivencia, ni la conveniencia de los trenes de alta velocidad, ni que no son del todo desdeñables el pragmatismo, la ambigüedad y la moderación (los tres ejes de la acción política en la historia del PNV hasta que se fueron a Estella), ni nada de nada.

Dicho de otra forma: los del PNV empezaron a hablar más de Euskal Herria, como hacían los de HB, y menos de Euskadi, como venían haciendo desde tiempos de Sabino; y, en cambio, la 'izquierda abertzale' no perdió ocasión de mofarse de la 'autonomía vascongada' que gestiona este 'partido burgués'. No hay noticia de que Batasuna rebajase en un solo punto sus metas, expresiones o radicalidades en función de los deseos del PNV, al que no tiene empacho en armar una buena bronca cuando le disgusta lo que hace. Se la suele montar en plan altanero y despreciativo, llamándoles 'españoles' y hasta pintándoles los batzokis de rojo y amarillo.

Así que la historia del frentismo nacionalista y de las alianzas entre PNV, EA y HB, y lo que está al lado, es la historia de la rendición triunfal del nacionalismo moderado al radicalismo, a cambio de nada. Ha ido dejando a jirones sus señas de identidad mientras se batasunizaba. El nacionalismo vasco no cerró filas en torno a los nacionalistas hegemónicos (los del PNV) o a algún punto intermedio, sino que ocurrió lo contrario, el grueso del nacionalismo puso sus estructuras, organizaciones, recursos y medios de comunicación al servicio de las definiciones radicales; y prescindió de sus criterios éticos y políticos. Sin que por eso dejasen de insultarles los alcaldes, todo hay que decirlo.

Volvamos al comienzo. Quizás muy al principio el abertzalismo radical tenía una continuidad ideológica con el PNV, pero hace décadas que dejó de ser así. Su fijación por la violencia, los esquemas totalizadores, su antihumanismo y sus afanes revolucionarios parecen de índole bien distinta a los modos tradicionales del nacionalismo moderado y a las formas cotidianas de la mayoría de los nacionalistas. También su formulación antisistema y su desprecio por las normas morales y las reglas del juego civilizadas resultan en principio ajenos al común de los nacionalistas, cuya actitud habitual se suele aproximar a la satisfacción si el país funciona y a la voluntad de que marche bien. O sea, lo contrario.

HB y lo que hay a sus alrededores se configura como un mundo aparte, cada vez con menos ligaduras respecto al resto de la sociedad. Tiene sus jerarquías, que encabeza Arnaldo Otegi, cuya capacidad de supervivencia política resulta increíble. Es el jefe de los vascos con mayor antigüedad en el mando. Cuando llegó a nuestras vidas estaban todavía Garaikoetxea, Ardanza, Arzalluz, Redondo, Iturgaiz sólo queda él, que ha visto llegar a los nuevos (incluyendo a Zapatero y a Rajoy). Convendría tenerlo en cuenta: todo cambia, sólo Arnaldo permanece. Batasuna forma un mundo propio con su escala de valores, sus fuerzas de choque, su concepción bélica de la política, el desprecio por la vida, la agresividad, su nacionalismo antropológico, su cultura etnicista, su culto a ETA y a sus ramificaciones, su feísmo vital y sus formas de encuadramiento social Constituye un mundo aparte que, además, tiene capacidad de reproducirse a sí mismo, pues cuenta con la masa crítica que se lo permite. En otros tiempos su gente quizás salía del nacionalismo moderado, al radicalizarse. Hace ya mucho que no precisa de este mecanismo. El mundo de HB puede reproducirse a sí mismo, nutrirse y autoalimentarse, y hasta llevar a cabo el trasvase generacional. No es una península unida al resto del nacionalismo por algún cordón umbilical, sino una isla con sus provisiones.

Un mundo aparte, está hecho de monolitismos, con incapacidad para entender el pluralismo, la democracia y la tolerancia, ideas que están en sus antípodas. Forma una circunstancia de difícil salida, sobre todo si se aplican los esquemas voluntaristas que les suponen querencias de convivencia. Pero con estos bueyes hay que arar. También existió en otras tierras el Ku Klux Klan y hoy sólo quedan los restos. No desaparecieron porque se les dialogara para que asesinasen menos o sólo agrediesen -método gradualista-, ni porque se negociara con ellos en qué escuelas podía estudiar la población negra, ni qué autobuses serían sólo para blancos. No se habría acabado con este racismo a partir de tales procedimientos negociadores y medidas paliativas del conflicto, o retorciendo la democracia para acogerlo en ella. Sólo había el camino de la defensa a ultranza de los derechos civiles. Además, los modos democráticos no son negociables.

Manuel Montero, catedrático de Historia Contemporánea de la UPV-EHU.