Un neoliberalismo agotado y sin sucesor

El año 2007, que ha culminado con el asesinato de Benazir Bhutto, no va a dejar particulares añoranzas en este mundo tan inseguro, incierto y complejo en el que vivimos.

En la Unión Europea, la presidencia portuguesa -es de justicia reconocerlo- cumplió sus objetivos con evidente éxito. Además de las cumbres a las que la Unión se comprometió -con Brasil, Rusia, India, China y África- y de la firma, en Estrasburgo, de la Carta de los Derechos Fundamentales, vinculante para todos los europeos, el Tratado de Lisboa ha sido subscrito por los veintisiete Estados miembros, incluidos los representantes del Reino Unido que, como siempre, obtuvieron concesiones e impusieron restricciones.

La Unión Europea, una vez firmado el Tratado de Lisboa, respiró con alivio, después de una larga situación de impasse que le supuso un gran desgaste. Con todo -¡atención!- faltan las ratificaciones del Tratado, en los Parlamentos nacionales y, al menos en el caso de Irlanda, mediante referéndum. Hagamos votos -y esforcémonos- para que no ocurra lo peor. Seria fatal para el futuro colectivo de la Unión Europea y para su credibilidad exterior.

En Bali, después de largas negociaciones y de patéticas interpelaciones, de la crítica frontal de Al Gore hacia la política gubernamental de su propio país y de la vehemente apelación final del secretario general de Naciones Unidas, Ban Ki-moon, la presión de la opinión pública mundial obligó a Estados Unidos, el mayor responsable de la polución mundial, a aceptar reducir las emisiones de gas con efecto invernadero, uniéndose, así, a China y a India.

Ha sido una victoria de la Unión Europea y una señal más de un cambio en la política de los Estados Unidos, en vísperas del año final del mandato de Bush y en un momento en que el candidato demócrata Barack Obama parece estar a la par de Hillary Clinton en la intención de voto de los norteamericanos. El claro apoyo dado a Obama por la popular presentadora de televisión, Oprah Winfrey, también afroamericana, parece haber sido muy eficaz y significativo. Es otra señal más de un posible cambio.

Mientras tanto, y a pesar de estos síntomas positivos, el año que se avecina, 2008, no parece ser de buen auspicio. Las señales de la crisis financiera que afecta a las Bolsas mundiales, pueden conducir, con cierta probabilidad, a una importante crisis económica, con inevitables reflejos en Europa. El capitalismo financiero y especulativo -alejado de la economía real productiva y sin control posible- parece haber perdido la cabeza, al decir de Stiglitz. Está, de hecho, ocasionando graves obstáculos para el desarrollo global, lo que afecta a los países emergentes como China.

Por otro lado, las desigualdades sociales son cada vez más hondas, tanto en los países ricos como en los países pobres. De ahí la crispación de muchos países y las importantes revueltas de la población, incluso en los Estados más desarrollados. El neoliberalismo -una ideología que en los últimos años tanta influencia alcanzó en los Estados Unidos, su cuna, así como en algunos países emergentes y en la propia Unión Europea, incluso en países cuyos Gobiernos se remitían a la socialdemocracia, al laborismo y al socialismo democrático- parece estar hoy en vías de agotamiento. Con todo, no surgirán aún alternativas consistentes y con cierta coherencia teórica intrínseca. Se sabe tan sólo que la globalización económica debe someterse a reglas éticas y adquirir una dimensión social y ambiental, para que pueda evitarse una catástrofe. Sin embargo, para ello es necesaria voluntad política -y valor- por parte de quienes dirigen el mundo.

Ante tal panorama, con tantas guerras en curso y tantas señales preocupantes -en los planos económico, institucional y religioso- es muy difícil hacer previsiones para el inminente año próximo. Sin embargo, existe una señal de esperanza: el hecho de que esté surgiendo una opinión pública mundial informada, que se va acostumbrando a comprender los acontecimientos más allá de las apariencias. Esta opinión empieza a saber manifestarse y a contar en los complicados equilibrios estratégicos mundiales.

Mário Soares, ex presidente y ex primer ministro de Portugal. Traducción de Carlos Gumpert.