El Fondo Monetario Internacional admitió tardíamente haber subestimado de manera significativa el daño que la austeridad tendría sobre las tasas de crecimiento de la Unión Europea. Esto resalta el carácter contraproducente de las recetas «ortodoxas» sobre las causas de la crisis de la deuda posterior al derrumbe financiero de 2008-2009.
La teoría convencional sugiere que si un solo país (o un grupo de países) consolida sus finanzas, puede esperar una reducción en las tasas de interés, el debilitamiento de su moneda y una mejora en su situación comercial. Pero, como esto no es posible en todas las grandes economías simultáneamente –la austeridad de un país (o de un grupo de países) implica una menor demanda para los productos de los demás– esas políticas eventualmente conducen a situaciones que buscan empobrecer a los vecinos. De hecho, por esta dinámica –contra la cual luchó John Maynard Keynes– la Gran Depresión de la década de 1930 fue tan nefasta.
Los problemas actuales se exacerban por la insuficiente demanda privada en las economías avanzadas –especialmente de consumo de los hogares– para compensar la reducción de la demanda causada por la austeridad. Durante las últimas dos décadas, el consumo impulsó el crecimiento de esos países y alcanzó participaciones históricamente altas en el PBI.
Por otra parte, las principales economías avanzadas, como Estados Unidos, Alemania y Japón, enfrentan problemas fiscales de más largo plazo, que se manifiestan como poblaciones que envejecen o estados de bienestar sobredimensionados y limitan su capacidad para contribuir a la gestión de la demanda. Las recientes acciones para flexibilizar la política monetaria han sido un paso en la dirección apropiada; pero, hasta ahora, no han logrado cambios trascendentes.
Para que la demanda interna impulse el crecimiento, las políticas deben desplazar recursos desde la inversión al consumo. Si bien las magnitudes involucradas son enormes, esto es necesario si se quiere evitar un prolongado período de bajo crecimiento, elevada desocupación y el empeoramiento de las condiciones de vida para los más pobres del mundo.
La coordinación las políticas económicas internacionales debe fortalecerse significativamente para lidiar eficazmente con cambios de tal magnitud. Comencemos con Europa. A esta altura ya es patentemente obvio que la austeridad y las reformas internas no alcanzan para sacar a la periferia de la zona del euro de una profunda recesión. La creciente consciencia sobre el fracaso de las actuales políticas está causando descontento social, disturbios civiles e inestabilidad política. Como barómetro, pueden consultarse las recientes elecciones italianas y la creciente resistencia popular a los esfuerzos por lograr una reforma en Grecia.
Para lograr que las economías periféricas de la zona del euro regresen a la senda del crecimiento hace falta más que reformas estructurales y consolidación fiscal. También requiere una sustancial reforma del sistema de gobernanza económica de la unión monetaria, que busque recuperar la estabilidad financiera y reducir los costos del endeudamiento, junto con un impulso a la demanda externa para compensar los efectos de la austeridad.
Reformar la gobernanza implica un progreso significativo hacia la unificación económica: centralizar la deuda europea con eurobonos, movilizar suficientes fondos de rescate, permitir que el Banco Central Europeo intervenga en los mercados primarios de bonos y establecer una unión tanto fiscal como bancaria.
Es un verdadero desafío, considerando la reticencia de la mayoría de los estados miembros de la UE a ceder competencias a instituciones europeas. Pero Europa debe avanzar con mayor decisión en esa dirección. De otra forma, la especulación sobre la deuda nacional de los estados miembros persistirá y los costos del endeudamiento se mantendrán en niveles inconsistentes con las condiciones necesarias para sostener la recuperación económica.
Respecto de la demanda externa, la ayuda intraeuropea en forma de políticas de reactivación en economías más sólidas probablemente no será suficiente, principalmente por las condiciones fiscales y políticas imperantes en Alemania. Implementar una iniciativa similar al Plan Marshall mediante la movilización de recursos presupuestarios de la UE y créditos adicionales del Banco Europeo de Inversiones para financiar inversiones en países más débiles podría ser una alternativa, pero carece de apoyo político.
A escala mundial, ni EE. UU. ni Japón están en condiciones de proporcionar un estímulo externo significativo. Solo las economías asiáticas emergentes y en desarrollo podrían contribuir eficazmente a incrementar la demanda mundial mediante un esfuerzo coordinado para impulsar el consumo interno, que a su vez estimularía inversiones adicionales. La experiencia reciente del FMI sugiere que, con la coordinación adecuada, pueden movilizarse fondos privados para proyectos de asociación público-privada que vinculen la expansión de la demanda con inversiones en infraestructura.
En otras palabras, un «New Deal» mundial –que combine políticas diseñadas para lograr un realineamiento ordenado del consumo y la inversión en el mundo– parece ser necesario. Las economías avanzadas deberían promover con renovado vigor reformas estructurales que mejoren la productividad. La zona del euro debería solidificar su unión monetaria. Y las economías emergentes y en desarrollo deberían apoyar las fuentes locales de crecimiento.
Para que ese acuerdo sea posible, deben cumplirse ciertas precondiciones. En primer lugar, la coordinación internacional de políticas por el G-20 debe intensificarse con la creación de una secretaría permanente para efectuar propuestas y recomendaciones de política relacionadas con desarrollos macroeconómicos y financieros. La secretaría debería cooperar activamente con el FMI para aprovechar sus análisis, especialmente sobre los tipos de cambio.
En segundo lugar, la reforma financiera mundial debe acelerarse. El sector financiero requiere una regulación más estricta, supervisión fortalecida y mecanismos de resolución coherentes a nivel internacional para ocuparse de los problemas planteados por las enormes instituciones mundiales consideradas demasiado grandes (o complejas) para caer. Esa reforma es esencial si el sistema financiero internacional debe mediar las importantes transferencias de recursos que apuntalarán los cambios necesarios en la estructura de la demanda mundial.
Finalmente, un nuevo pacto comercial –posible pero no necesariamente dentro de la Ronda de Doha– es necesario para garantizar el acceso de las principales potencias comerciales a los mercados extranjeros. Esto es fundamental para inspirar confianza en los países asiáticos, que pueden ser persuadidos a favorecer las fuentes de demanda interna, en vez de las externas. Además, la liberalización del comercio también aumentará la confianza de los consumidores en todo el mundo.
Es el momento apropiado para un nuevo acuerdo mundial que apunte al crecimiento, se ocupe de las condiciones de crisis en ciertas partes del mundo y reequilibre la economía mundial para regresarla a una senda de sólido y continuo crecimiento.
Yannos Papantoniou, a former economy and finance minister of Greece (1994-2001), is President of the Center for Progressive Policy Research (KEPP). Traducción al español por Leopoldo Gurman.