La eurozona no funciona. Pero Bruselas y sus instituciones se niegan a reconocerlo y actuar en consecuencia. En el centro, prima la desconfianza y el hastío. En el sur, el resentimiento y la decepción. Su atrincheramiento en el discurso políticamente correcto del “todo va bien” alimenta los populismos y pone en riesgo la democracia.
Sí, se ha evitado el desastre de una ruptura del euro, que hace apenas unos años parecía un peligro real, pero el recorrido ha dejado, desde 2008, seis millones más de personas en riesgo de pobreza y exclusión social en el conjunto de la eurozona. La recuperación iniciada en 2013, tras los años más intensos de la crisis, muestra unos niveles de crecimiento económico raquíticos, con un promedio entre 2013 y 2017 de 1,13% de crecimiento real, por debajo de los índices medios y anuales de los últimos 20 años. La deuda pública total del continente, que alcanzó su máximo histórico en 2014, sigue manteniéndose inusualmente alta y el desempleo, que en el momento más álgido de la crisis, en 2009, era equivalente al desempleo en Estados Unidos, es hoy alrededor del doble del norteamericano.
Pese a la puesta en marcha de mecanismos innovadores como el Semestre Europeo, el Mecanismo Europeo de Estabilidad, la firma apresurada del Pacto Fiscal y de la normativa de estabilidad presupuestaria contemplada en los llamados Six Pack y el Two Pack, los resultados económicos obtenidos en la eurozona no deben considerarse sino como mediocres. Mirando al largo plazo, la avalancha de la crisis ha prácticamente enterrado la estrategia Europa 2020 de crecimiento inclusivo, sostenible e inteligente, que por no aparecer no aparece como referencia ni en los documentos del Plan de Inversiones puesto en marcha por la Comisión Juncker, convertido ahora en el buque insignia de la política europea de crecimiento. En materia de innovación, la Unión Europea sigue lejos de los líderes globales (Corea, Estados Unidos y Japón) mientras China se acerca.
Las medidas extraordinarias impulsadas desde el BCE a través de la compra masiva de bonos no están siendo suficientes para reactivar la economía europea, como el propio Draghi no deja de repetir en sus intervenciones, y tanto el FMI como la OCDE vienen reclamando a aquellos países que tienen espacio fiscal medidas de estímulo de la demanda que permitan impulsar la producción y el empleo. El Plan de Inversiones para Europa está logrando tímidos resultados que indican la bondad del enfoque pero la insuficiencia de los medios, sin lograr impulsar la inversión necesaria para generar empleo o renovar las bases productivas del continente.
Esta situación de crecimiento mediocre, productividad estancada, alto desempleo y una fuerte fractura social puede extenderse en el tiempo y convertirse en estructural si no se atajan las deficiencias del modelo de gobierno económico europeo. Necesitamos que las finanzas públicas europeas actúen como elemento equilibrador en casos de shocks asimétricos, necesitamos que los países con espacio fiscal estimulen la demanda para tirar del crecimiento y elevar las tasas de inflación, hoy en niveles ridículos, que hacen que el peso de la deuda se incremente todavía más. Necesitamos espacio fiscal para incrementar los niveles de inversión en innovación. Necesitamos fuertes reformas en mercados clave como el digital o los servicios, que permitan a las empresas europeas más dinámicas ganar tamaño y mejorar su productividad. Necesitamos, en definitiva, un reinicio completo para la eurozona.
Lograr esto requiere replantearse qué significa la Unión Económica y Monetaria. El establecimiento de reglas comunes para la gestión económica tiene sentido si esas reglas se interpretan para toda la eurozona, que es mucho más que la suma de sus partes. Pero esta interpretación conjunta llevaría consigo un nivel de cesión de soberanía que los países centrales no están dispuestos a asumir (los países periféricos ya perdieron buena parte de su soberanía durante la crisis institucional de 2010), Escuchar a los políticos alemanes culpar al BCE del auge de los populistas de Alternativa para Alemania (AFD) es muestra de esta resistencia a comprometerse con un proyecto común. No es coincidencia que los partidos antiestablishment y populistas que surgen en Europa tengan diferente orientación política en el centro y en la periferia. Desconfianza, hastío, resentimiento y decepción, cuatro emociones que pueden hacer estallar a la Unión Europea si no ponemos remedio con rapidez y determinación.
José Moisés Martín Carretero es miembro de Economistas Frente a la Crisis.