Un nuevo impulso para los Balcanes

Con el otoño abriéndose paso en Europa, es tiempo de cosechar los frutos de meses de arduo trabajo diplomático en los Balcanes. El día 30 de septiembre, se celebrará un referéndum consultivo en la Antigua República Yugoslava de Macedonia que podría llevar al país a adoptar el nombre de “República de Macedonia del Norte”. Una amplia victoria del “sí” —combinada con una elevada participación— reforzaría enormemente a los partidarios del cambio en el Parlamento macedonio, que deberá pronunciarse sobre la necesaria reforma constitucional. En caso de aprobarse, será el Parlamento griego quien tendrá la última palabra.

La adopción de este nuevo nombre no representaría un mero ejercicio de economía lingüística, sino que pondría fin a 27 años de tira y afloja entre los Gobiernos macedonio y griego. Las tensiones consisten fundamentalmente en que Grecia se opone al uso del nombre “Macedonia” (sin apellido) por parte de su país vecino. Y es que en Grecia existe también una región llamada Macedonia, y el antiguo Reino de Macedonia tiene un gran peso en el patrimonio histórico griego. La controversia en cuestión ha obstaculizado el ingreso de la “Antigua República Yugoslava de Macedonia” —un término provisional consensuado en 1993 y frecuentemente abreviado como “ARYM”— en la UE y en la OTAN, que Grecia se encuentra en disposición de vetar.

Hace tres meses, Skopie y Atenas alcanzaron un acuerdo que pretende resolver esta y otras discrepancias de corte bilateral, y que cuenta con el respaldo de la UE y de la OTAN, como refleja el redactado de la pregunta del referéndum. El apoyo a las negociaciones greco-macedonias por parte de la Alta Representante de la Unión para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad, Federica Mogherini, ha tenido un impacto notable. También ha sido clave, por supuesto, la perseverante mediación de Matthew Nimetz en calidad de enviado especial de la ONU desde el año 1999, que ha advertido de la dificultad de que las estrellas vuelvan a alinearse como lo han hecho ahora.

En esta época en la que los maniqueísmos y los fervores nacionalistas están a la orden del día, el “Acuerdo de Prespa” entre la ARYM y Grecia —así llamado por el lago donde fue firmado, que comparten ambos países y Albania— supone un auténtico soplo de aire fresco. Tanto el primer ministro macedonio, Zoran Zaev, como su homólogo griego, Alexis Tsipras, han invertido un enorme capital político en llegar a un entendimiento, haciendo gala de un liderazgo audaz y responsable. En su esfuerzo por desencallar el conflicto, ambos han debido enfrentarse a los sectores más recalcitrantes de sus respectivos países, poniendo en riesgo incluso su futuro político. De hecho, los dos líderes han sobrevivido a sendas mociones de censura en el pasado año, explícitamente vinculadas a su afán de mejorar las relaciones bilaterales entre sus Estados.

El Acuerdo de Prespa está repleto de lecciones extrapolables a otros escenarios, al consolidar un modelo holístico de resolución de diferencias basado en la generación de beneficios mutuos a largo plazo. Como se destaca en el articulado, “en la era de la nueva revolución industrial […] la profundización de la cooperación entre Estados y sociedades es más necesaria que nunca, particularmente en lo que se refiere a actividades sociales, tecnologías y cultura”. Con afirmaciones como esta, los Gobiernos de Skopie y Atenas ofrecen una fuente de inspiración para toda la región de los Balcanes, tan enfrascada todavía en estériles disputas identitarias, y tan necesitada de nuevas narrativas centradas en las prioridades reales de la población.

A dos países colindantes con la ARYM, como son Serbia y Kosovo, también se les ha presentado una oportunidad de resolver un conflicto bilateral que lleva demasiado tiempo enquistado. En 2011, se puso en marcha un proceso de diálogo entre Serbia y Kosovo —auspiciado por la UE— que ha producido réditos nada desdeñables en términos de libertad de movimiento, comercio, oportunidades económicas, conectividad, seguridad y justicia. A pesar de esta progresiva normalización de las relaciones, las mayores discrepancias de fondo siguen sin zanjarse. Ambas partes son plenamente conscientes de que el statu quo les impide seguir avanzando por la senda de la integración europea y supone un lastre insostenible para sus respectivas economías.

En sintonía con la Alta Representante Mogherini, los presidentes Aleksandar Vučić de Serbia y Hashim Thaçi de Kosovo han acelerado sus negociaciones durante los últimos meses, con el objetivo de alcanzar un acuerdo definitivo, exhaustivo y legalmente vinculante. Por descontado, la solución no puede ser dictada por Bruselas, sino que debe surgir de un proceso del que tanto serbios como kosovares se sientan partícipes. En esta fase avanzada del diálogo, es imprescindible que impere la prudencia y se eviten escenificaciones excesivas. El legado de Vučić y de Thaçi dependerá en buena medida de su predisposición a formular una propuesta realista y coherente con los valores fundacionales de la UE, alejándose de maximalismos y emulando de este modo a los Gobiernos griego y macedonio.

Algo menos halagüeño es el panorama en Bosnia y Herzegovina, donde se celebrarán elecciones generales el día 7 de octubre, sin que exista por el momento una ley electoral efectiva. Atrapada en un galimatías territorial y administrativo desde el final de la guerra, Bosnia y Herzegovina es hoy un país de muy difícil gobernabilidad donde los discursos etnocentristas siguen calando hondo y se suelen recrudecer durante las campañas electorales. Para rizar el rizo, el secesionista Milorad Dodik, que no puede volver a aspirar a la reelección como presidente de la República Srpska (una de las dos entidades en las que se divide el país), ha tomado la inquietante decisión de presentar su candidatura a la presidencia tripartita de Bosnia y Herzegovina. Esperemos que el país se termine impregnando de ese mayor espíritu constructivo que se respira en la región, y que se pongan en valor los enfoques interétnicos, largamente reivindicados por gran parte de la sociedad civil bosnia.

Es evidente que, en los Balcanes, las últimas décadas han traído más frustraciones que progresos. No obstante, si algo demuestra el Acuerdo de Prespa entre la ARYM y Grecia es que, con creatividad diplomática y voluntad política, ningún conflicto es irresoluble. De salir airoso de estas semanas decisivas, el acuerdo se afianzaría como un símbolo de concordia capaz de reconfigurar las dinámicas regionales. Sería irónico, y profundamente gratificante, que una región que cayó presa del nacionalismo a finales del siglo pasado fuera ahora capaz de rebelarse contra las tendencias globales, tendiendo puentes cuando en tantos otros lugares se alzan muros.

Javier Solana was EU High Representative for Foreign and Security Policy, Secretary-General of NATO, and Foreign Minister of Spain. He is currently President of the ESADE Center for Global Economy and Geopolitics, Distinguished Fellow at the Brookings Institution, and a member of the World Economic Forum’s Global Agenda Council on Europe.

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