Un nuevo impulso real

EL president Tarradellas, republicano histórico, aceptó de Su Majestad el Rey Juan Carlos I el título de marqués de Tarradellas. Sentía por el Rey una admiración solo semejante al cariño que le profesaba. Después de 37 años de exilio en Francia, sus ideas políticas obviamente habían madurado y su visión era harto distinta a la del día siguiente de su salida hacia el exilio. Recuerdo una noche en la que, con mi padre y un buen amigo, nos invitó a cenar en su casa para visionar de un tirón la serie inglesa de televisión sobre la Guerra Civil española que Televisión Española adquirió, pero nunca llegó a emitir. Fue Calviño en persona quien se la regaló, pues Tarradellas era personaje y protagonista en algunas partes del guión. «¡Qué barbaridades hicimos! –exclamaba–. Eso hoy, con este Rey, ya no sería posible». Guardo en mi memoria abundantes comentarios del president aquella noche. «Fijaos cómo íbamos a la guerra: ¡con alpargates y muertos de frío! Tanta pobreza nos llevó al desastre», repetía ante determinadas escenas.

De aquella España dura de la II República se salió con una guerra fratricida y cainita. De los difíciles años del franquismo se salió con un joven Rey que, «de la Ley a la Ley», produjo el cambio absoluto con una decisión y sabiduría sorprendente. El impulso del Rey Juan Carlos I produjo el reencuentro y la reconciliación de las dos Españas eternas del conflicto, según la gélida expresión de Antonio Machado. Y es aquí donde pretendo poner el énfasis, en el ingente cambio; en la variación sustancial que las cifras y los hechos nos ofrecen a día de hoy a pesar de la brutal crisis, de la que, Dios quiera, hayamos dado ya con la luz de salida.

La abdicación de Don Juan Carlos I arroja un balance social sorprendente que establece la dimensión histórica del cambio. La cuantificación resulta más determinante aún que las palabras.

La España de 1975 tenía 35,4 millones de habitantes. Hoy son –según el censo de 2013– 47 millones. El valor de la economía (PIB) en 1975 era de 38.447 millones de euros (datos Maluquer de Motes), en tanto que en la actualidad asciende a 1.022.988 millones de euros. El PIB per cápita en 1977 era de 1.081 euros (datos Maluquer de Motes), llegando al cerrar el año 2012 a 24.938 euros. Si nos atenemos al drama actual del desempleo, los porcentajes no dejan tampoco de sorprendernos con todas las repercusiones de la crisis a partir de 2008. Si partíamos en 1976 de 12,7 millones de ocupados en España, en 2007 la población ocupada era superior a 20,5 millones, y en la actualidad es de 17 millones de ocupados, pero creciendo de nuevo.

Tales magnitudes ofrecen una radiografía cuantitativa de notable éxito. Ni España es la misma tras 39 años de reinado ni las dudas que algunos pretenden introducir sobre la hondura de los cambios sociales y económicos resisten un análisis pesimista. Hemos sido capaces de crear en cuatro décadas una sociedad con una amplia clase media que ahora se resiente y muy mucho con la crisis, pero los fundamentos son suficientemente sólidos como para volver a remontar.

Parece obvio que el impacto de unos cambios estructurales de tal naturaleza acreditan la magnitud de unas políticas eficaces de una Monarquía eficiente e impulsora de los intereses económicos generales, cuya repercusión en las economías familiares y en las condiciones de vida de la población española carece de parangón en el pasado de nuestra Historia. El conjunto de tales políticas públicas –en particular la Sanidad y Educación gratuitas, la Seguridad Social para nuevas capas de población, pasando de 4 a 9 millones de pensionistas; y la consolidación y mejora del poder adquisitivo de la economía familiar– ha provocado otro salto específico en el bienestar y en la expectativa de vida de los españoles, que se incrementó nada menos que en diez años. Si en 1975 la expectativa media de vida era de 73,32 años, hoy hemos llegado a 82,2 años, según los baremos de 2012. Y si a este indicador añadimos la mejora en educación primaria, la obligatoriedad de la formación secundaria, no puede sorprender a nadie ese salto asombroso que la Universidad ofrece como garantía de la optimización de los recursos humanos en las nuevas generaciones, al haberse multiplicado por 3,5 el número de alumnos de nuestras universidades: de 463.456 matriculados en el curso 1975-1976, se matricularon 1.633.183 alumnos en el curso 2010-2011. Un problema distinto será si nuestra economía actual está en condiciones de absorber a tantos miles de graduados al año. Ahora bien, nada que objetar al elevado nivel de cualificación que nuestros jóvenes denotan en sus innumerables casos de pertenencia y competencia en muchos centros de investigación en el mundo.

El cambio operado en la España del Rey Juan Carlos I supera cualquier expectativa, a la luz de lo que España fue a lo largo de los siglos. Ni cuantitativa ni cualitativamente admite discusión, y, como Paul Preston y otros muchos hispanófilos acreditan, ese motor del cambio fue el Rey. Un Monarca que se va en medio de un escenario enormemente complicado, de una coyuntura política enrevesada, de un panorama económico en el que cerebros y gurús no concuerdan ni en la prospectiva ni tampoco en la realidad intrínseca de nuestros males. Ahora bien, debemos confiar en la prudencia del pueblo español, en las bondades del camino recorrido hasta ahora y en el impulso reactivo de una sociedad que, a diferencia de la contemplada hace cuarenta años, ahora se soporta sobre el colchón de una clase media que ha sufrido enormemente durante la crisis y que debe recuperarse y ampliarse para que tengamos un país estable y socialmente justo.

Se va el mejor Rey de la historia, los números lo demuestran. No son opiniones, son realidades. Viene el nuevo Rey, el mejor preparado, con la mayor experiencia práctica acumulada, una visión global del mundo y ya con enormes cualidades demostradas, como son su grandísima sensibilidad social y una sobria sencillez, teniendo como máxima preocupación el lograr entre todos acabar hasta donde sea posible con el gran drama del desempleo.

¡Que así sea!

Juan Rossell Lastortras, presidente de CEOE.

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