Durante demasiado tiempo el mundo ha considerado a África un problema, un continente afligido por la pobreza, las enfermedades y los conflictos endémicos. Ha llegado el momento de mirar a África desde una perspectiva diferente y más sofisticada. Necesitamos sobre todo ver como África una oportunidad. Aparte de ser un gran proveedor de recursos naturales y un mercado de más de 900 millones de consumidores, es un continente joven, con un enorme potencial de capital humano.
En el plano internacional, la relevancia del continente ha crecido considerablemente. África es un actor clave en el ámbito energético -Angola y Nigeria se encuentran entre los 10 productores de petróleo más importantes del mundo- y un socio indispensable en los desafíos globales, desde el medioambiental a la lucha contra el terrorismo.
En este mundo interdependiente no se puede continuar pasando por alto la exigencia de incluir a los países africanos en el sistema de gobierno global como socios a todos los efectos. Éste fue el mensaje alto y claro que la Presidencia italiana del G-8 quiso lanzar en la reciente Cumbre de L'Aquila. Por vez primera, un número significativo de países africanos (Sudáfrica, Egipto, los integrantes de la Nueva Alianza para el Desarrollo de África, la Presidencia de la Unión Africana y Angola) fueron invitados a participar en el encuentro como actores políticos de pleno derecho.
En L'Aquila se tomaron decisiones concretas para resolver algunos problemas cruciales del continente, como por ejemplo el acceso al agua y a los alimentos. En particular, los países industrializados y las economías emergentes se comprometieron a contribuir con 20.000 millones de dólares a la mejora de la seguridad alimentaria en suelo africano.
Naturalmente, los problemas de África no terminan con la Cumbre del G-8 de L'Aquila. África acumula un considerable retraso con respecto a otras regiones en vías de desarrollo. La inversión extranjera directa en el continente representa sólo el 4% del total mundial, y la crisis económica ha reducido significativamente las previsiones de crecimiento para 2009. Aun así, se han establecido bases importantes sobre las que construir un futuro mejor.
No obstante un futuro mejor exige un nuevo pacto por África entre, por una parte, países africanos y, por la otra, naciones industrializadas y economías emergentes. Este pacto debería basarse en dos principios fundamentales: ayudas inteligentes y ownership africana.
Ya pasaron los tiempos de la ayuda internacional al desarrollo de tipo paternalista-tradicional. La asistencia debe tener como objetivo favorecer el crecimiento estructural y el desarrollo sostenible de las sociedades africanas, concentrando los esfuerzos en cuatro directrices.
En primer lugar, tenemos que seguir invirtiendo en las instituciones democráticas africanas para consolidar el buen gobierno y la estabilidad política. No se puede continuar tolerando el mal gobierno y la inestabilidad política: el coste de los conflictos armados entre 1990 y 2007 ha sido estimado en 28.400 millones de dólares, una suma igual a la ayuda que los principales donantes aportaron en ese mismo periodo.
Debemos además invertir más y mejor en el capital humano africano, en áreas como la Sanidad y la Educación, con particular énfasis en la educación técnica y económica. Han de promoverse planes nuevos y proyectos ambiciosos de construcción de más escuelas y universidades, y deben darse a los estudiantes africanos más oportunidades de estudiar en el extranjero.
En tercer lugar hay que promover la modernización del sector agrícola, que ocupa a dos tercios de los africanos y sigue siendo la clave del desarrollo del continente. La seguridad alimentaria y la innovación en el sector agrícola serán los temas centrales de la Expo 2015 de Milán. Por supuesto, los planes para la modernización de la agricultura y la mejora de su productividad deben ir acompañados de los esfuerzos renovados de los países industrializados de apertura de sus propios mercados a los productos africanos.
Por último, debe incentivarse la integración económica y la creación de un vasto mercado interno africano: la experiencia de la Unión Europea podría resultar especialmente útil para África.
La calidad de la asistencia no debe sustituir los compromisos cuantitativos por África que los países industrializados han contraído desde la Cumbre del G-8 de Gleneagles, y que deben ser respetados. Sin embargo, para reforzar la eficacia de las ayudas necesitamos ser más creativos a la hora de movilizar actores y recursos, ya sea en África o a nivel internacional, para favorecer las sinergias entre ellos, incluyendo gobiernos, instituciones locales, el sector privado, ONG, universidades y la diáspora africana.
El otro aspecto clave de un nuevo pacto es la ownership africana. Se ha de incentivar y recompensar que los líderes y las sociedades civiles africanas se responsabilicen de sus propios actos. Como el presidente Obama dijo al dirigirse al pueblo africano durante su reciente viaje a Ghana: «Vuestro destino está en vuestras propias manos». La ownership es sinónimo de responsabilidades locales: debe otorgarse a los africanos y a la sociedad civil la facultad de controlar cómo se emplean las ayudas y de incentivar las reformas desde dentro.
En esta óptica, la Nueva Alianza para el Desarrollo de África (NEPAD, en sus siglas en inglés), el programa para el desarrollo socioeconómico del continente impulsado por Argelia, Egipto, Nigeria, Senegal y Sudáfrica, debe ser plenamente apoyado.
Algo se está poniendo en marcha. Existe una renovada voluntad política internacional de ayudar a África a ayudarse a sí misma, y esta voluntad emergió en L'Aquila. Se trata de una oportunidad que debemos aprovechar juntos, con un nuevo espíritu de colaboración entre iguales.
Franco Frattini, ministro italiano de Asuntos Exteriores y ex vicepresidente de la Comisión Europea entre 2004 y 2008.