Un nuncio ejemplar

Así fue monseñor Faustino Sainz, cristiano y nuncio ejemplar, brillante diplomático vaticano y español excepcional que contribuyó a sembrar el bien allá donde estuvo y a impulsar a lo largo de cincuenta años las relaciones entre la Santa Sede y España. Y además, para nosotros fue un amigo entrañable que nos acompañó en momentos muy importantes de nuestra vida personal y familiar.

Aunque desde hace tiempo sabíamos la gravedad de su estado, su enfermedad, su muerte, como toda muerte de un ser querido, es un desgarro que nos priva de una compañía, de un consejo, de una referencia. Es la desaparición de alguien a quien podemos acudir para darle algo de nuestra propia intimidad y darle algo y recibir algo de lo que uno es.

Le conocimos a finales de los años sesenta, después de su ordenación sacerdotal tras haber cursado sus estudios en el Colegio del Pilar, la carrera de Derecho en la Universidad de Madrid e iniciar su preparación al Cuerpo de Abogados del Estado. Fue entonces cuando Dios llamó a su puerta y decidió ingresar en el Seminario. Se ordenó sacerdote en 1964 y en el Servicio Diplomático vaticano en 1970, a instancias de monseñor Romero de Lema.

Faustino Sainz, después de trabajar en la Secretaría de Estado, fue destinado al Senegal y más tarde a Escandinavia. En Finlandia formó parte de la delegación de la Santa Sede en los preparativos de la Conferencia de Seguridad y Cooperación en Europa de 1975, en la que desarrolló una gran labor. Allí coincidió con un joven diplomático español de quien era buen amigo y que tuvo una brillante carrera, Javier Rupérez. La delegación vaticana logró que en los Acuerdos de Helsinki se incluyera la libertad religiosa. Al regresar al Vaticano se le encargó la relación con Polonia, tan importante en aquel momento, con Hungría, Yugoslavia y la Unión Soviética. Siempre se caracterizó por su discreción y su buen criterio.

En España fueron aquellos unos años difíciles en las relaciones entre la Santa Sede y el Gobierno español. La Iglesia, a la luz del Concilio Vaticano II, reclamaba que el Decreto sobre Libertad Religiosa tuviera un impacto directo de naturaleza política en los países de confesión católica. Pero el Gobierno, a pesar de los esfuerzos del ministro de Asuntos Exteriores, Fernando María Castiella, y del embajador cerca de la Santa Sede, Antonio Garrigues, se resistía a reconocer una libertad que al final fue objeto de una ley de menor alcance de la que ambos hubieran deseado. Con la Monarquía cambió radicalmente la situación.

En 1976 el Rey abrió el camino a una nueva relación Iglesia-Estado mediante la renuncia al derecho de presentación de obispos, y la Santa Sede lo hizo al privilegio del fuero eclesiástico, lo que se formalizó en un acuerdo firmado el mes de julio que puso término a la difícil relación entre el Gobierno español y el Vaticano desde el final de los años sesenta.

Nuestra satisfacción fue grande al comprobar que en el momento de la firma del acuerdo, junto al secretario de Estado, Cardenal Villot, estaba monseñor Sainz, que había colaborado con eficacia en aquella negociación que era el pórtico de la que había de seguir en los siguientes treinta meses para concluir con la firma de cuatro acuerdos en enero de 1979, que sustituyeron al Concordato de 1953; unos textos que respondían a los nuevos tiempos y que inauguraban un nuevo marco de relaciones entre la Iglesia y el Estado.

En 1978 viajó a América acompañando al cardenal Samoré y fue elemento clave en la mediación entre Chile y Argentina por el conflicto del Canal de Beagle. En julio del año 79 acompañó al Papa Juan Pablo II en un importante viaje a Polonia. Siempre recordaba Faustino Sainz como un ejemplo más de la grandeza de aquel Pontífice que en el último día de su estancia en su país natal se dirigió a millones de polacos pidiéndoles «ser fuertes con la fuerza de la fe, de la esperanza, con el amor, con el Espíritu de Dios y con la fe en el hombre». Y el comentario de monseñor fue que cuando el Papa dijo que los polacos tenían derecho a pensar en su país «como el país de un testimonio especialmente responsable», millones de polacos que le oían como si estuviera hablando personalmente con cada uno de ellos se preguntaban ¿estoy siendo todo lo responsable que debiera?

En 1988 Faustino fue nombrado pro nuncio en Cuba y arzobispo titular de Novaliciana. Le acompañaron en la consagración el cardenal Casaroli, el cardenal Suquía y el arzobispo Romero de Lema.

En 1992 fue nuncio en la República del Congo, donde visitó todas las comunidades religiosas recorriendo el país palmo a palmo, de lo que puede dar testimonio el diplomático José Antonio Bordallo, que era entonces embajador de España. En 1999 fue destinado ante las Comunidades Europeas. Trabajó incansablemente durante la etapa de redacción de la Constitución europea para intentar que en el Preámbulo del texto se mencionaran las raíces cristianas de Europa. Son muchos los recuerdos de aquella época en la que coincidimos en Bruselas siendo testigos de su actividad, visitando a presidentes y comisarios y a cuantos funcionarios pudieran colaborar al propósito que se había marcado. Su popularidad en los círculos de la Comisión y del Consejo fue muy grande por su simpatía, su competencia y también por su espíritu abierto y cordial y su constante voluntad de concordia, aunque él siempre añoraba el ejercicio de su condición sacerdotal y su aproximación a los fieles.

En diciembre de 2004, tras cinco años en Bruselas, fue nombrado nuncio en el Reino Unido y allí preparó, cuando comenzaban a aparecer los primero síntomas de su enfermedad, el viaje del Santo Padre a Londres, que ha marcado un camino en el diálogo interreligioso y la aproximación entre las confesiones cristianas.

A menudo hemos comentado con Faustino aquella visita que nos describió con gran detalle. Recordamos distintos episodios y en especial las palabras del Santo Padre en Westminster Hall cuando el Papa, al evocar la figura de Santo Tomás Moro, se pregunta ¿qué exigencias pueden imponer los gobiernos a los ciudadanos de manera responsable? Y ¿qué alcance pueden tener? ¿En nombre de qué autoridad pueden resolverse los dilemas morales? Estas cuestiones evidentemente conducen a la fundamentación ética de la vida civil. Y coincidíamos en que si los principios éticos que sostienen el proceso democrático no se rigen por nada más sólido que el mero consenso social, entonces ese proceso se presenta bien frágil. Ahí reside el verdadero desafío para la democracia.

Monseñor Faustino Sainz tuvo que adelantar su regreso a España antes de finalizar su misión debido a su enfermedad. En Madrid tuvimos ocasión de visitarle en muchas ocasiones y reunirnos con él. Le gustaba profundizar en ese terreno común para laicos y creyentes en el plano de la ética para colaborar juntos en la defensa del hombre, de la justicia y de la paz. Y era admirable escuchar su reflexión sobre puntos clave de la vida y de la muerte.

Hasta el último instante Faustino mantuvo su lucidez, su apertura de espíritu, su visión amplia y generosa, su preocupación por los demás. Fue siempre generoso, desprendido, profundamente humano y con una infinita confianza en el Dios misericordioso. Reconfortaba escucharle y ahora que gozará del descanso eterno sólo nos queda encomendarnos a él y pedirle su ayuda y su intercesión.

Con su muerte, España ha perdido una personalidad preclara y la Santa Sede, un excepcional hombre de Iglesia que aún hubiera podido asumir muy altas responsabilidades vaticanas.

Por Marcelino Oreja Aguirre, presidente de la Real Academia de Ciencias Morales y José Joaquín Puig de la Bellacasa, embajador de España.

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