Un Objetivo del Milenio para España

Cuando ya hemos recorrido dos tercios del camino que la ONU trazó en el año 2000 para alcanzar los Objetivos de Desarrollo del Milenio (ODM), su secretario general, Ban Ki-moon, ha exhortado a la comunidad internacional en la Cumbre celebrada en Nueva York a revitalizar los programas que debieran conducir a un alto grado de logros en el horizonte de 2015, tanto en el área del crecimiento económico (eliminación de la pobreza extrema), como en lo referido a un mayor bienestar (salud infantil y maternal, salubridad) y en definitiva al desarrollo (educación, gobernanza, igualdad de género y sostenibilidad ambiental).

En este contexto y en un país como España, líder mundial en turismo, es lógico interesarse por el rol de esta actividad como instrumento de los Objetivos del Milenio y del desarrollo en general. Admítase de entrada que el turismo ha desempeñado un importante papel en el crecimiento económico de las últimas décadas, tanto en países en vías de desarrollo como en economías maduras. Allí donde se han dado condiciones correctas (seguridad, salubridad e infraestructuras y servicios clave) se ha sabido encontrar recursos naturales, culturales y financieros suficientes para emprender actividades turísticas.

Desde los años 90, la promoción de los destinos ha usado ciertos calificativos, como turismo sostenible y turismo de calidad. Adicionalmente, la política turística ha subrayado que el desarrollo del turismo suponía una fuerte contribución al desarrollo (económico y social) de las regiones y países. ¿Hay que suponer entonces que esta actividad contribuye siempre al desarrollo? ¿Cómo se ha empleado el instrumento turismo en los programas de cooperación internacional para el desarrollo?

Al intentar responder a estas cuestiones sorprende de inmediato el evidente contraste entre la realidad y las pretensiones del turismo como instrumento de desarrollo. En primer lugar, y en el marco de los beneficios del turismo, el concepto de desarrollo se utiliza con imprecisión, ya que por supuesto, como cualquier otra actividad económica, el turismo genera empleo, renta y efectos secundarios que pueden ser positivos (aunque también puede generar polución, congestión, especulación y alienación de parte de la población). Pero esto es crecimiento. Nada garantiza que del turismo se derive una mejora de las instituciones y la gobernanza, o de la educación, la sanidad y las infraestructuras y servicios de la población residente. De hecho, hay abundantes ejemplos que ilustran la persistencia del subdesarrollo con turismo.

En segundo lugar, si se van a utilizar programas de turismo como instrumento de desarrollo, sorprende la ausencia de un marco operativo de buenas prácticas, códigos y estándares recomendados e indicadores que las agencias de desarrollo y sus colaboradores (empresas consultoras, expertos, ONG, administraciones públicas, sector privado) podrían haber establecido con el transcurso de los años. La ayuda al desarrollo mediante el turismo se fundamenta excesivamente en intuiciones o proyectos aislados, bien auditados financieramente cuando se trata de agencias de prestigio, pero cuyos resultados finales escapan frecuentemente de una evaluación real. Mucho se ha avanzado en política turística en la mejora de la competitividad de los destinos, pero falta, en cambio, un esfuerzo similar en lo que se espera del turismo a largo plazo: sostenibilidad y desarrollo.

Por último, llama la atención la relativa descoordinación entre las agencias que usan programas de turismo como instrumento de desarrollo. Incluso países que han accedido recientemente a la UE (o que podrán hacerlo en la próxima década) están usando fondos europeos o de organismos de las Naciones Unidas en este tipo de proyectos, ignorándose mutuamente con excesiva frecuencia. Ello puede deberse a las dos carencias señaladas y también a la creencia de que basta con potenciar los mecanismos de mercado, aun en ausencia de las instituciones adecuadas, para una política turística y una gobernanza del turismo congruentes con el desarrollo.

En este escenario, dos iniciativas recientes parecen demostrar que ha llegado la hora de actuar para que el turismo pueda realmente contribuir a los objetivos de desarrollo. La directora del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), Helen Clark, ha hecho notar en un interesante documento que los ODM no pueden convertirse en metas abstractas o meras aspiraciones… significan demasiado para la gobernanza global en las próximas décadas. Por su parte, Antonio Tajani, vicepresidente de la Comisión Europea, ha subrayado en su discurso ante los máximos dirigentes del turismo en Europa que el Tratado de Lisboa supone una «revolución en la política turística» y que el turismo debe jugar un papel motriz en la innovación y el desarrollo sostenible.

¿Cuál es entonces la dirección en que debiera avanzar una política turística europea y mundial que asuma plenamente programas de turismo como instrumento de desarrollo y supere las visiones cortoplacistas ahora predominantes? La tarea empieza, sin lugar a duda, por la creación de una comunidad de conocimiento en turismo que multiplique su potencialidad para convertirse en motor de desarrollo. La red de conocimiento resultante podría asumir la forma de un Codex Turismus, a semejanza del Codex Alimentarius, creado por la FAO y la OMS a partir de 1960 y que ha sido determinante en la mejora de la alimentación a nivel mundial. La Organización Mundial del Turismo (OMT) y sus 155 estados miembros podrían liderar esta acción, en la que España estaría bien posicionada por su doble condición de segunda potencia global en turismo y sede de la OMT.

Este Codex Turismus, con sus comisiones técnicas y políticas, posibilitaría definir eficientemente la hoja de ruta de interacciones entre el turismo y el desarrollo. Con metodologías de trabajo universales y flexibles, permitiendo su uso en diferentes marcos institucionales y niveles de desarrollo, la gobernanza del turismo dispondría de un cuerpo de conocimiento, actualizado constantemente, para optimizar los programas de turismo-desarrollo a partir de mejores prácticas, estándares voluntarios, normas e indicadores de los logros obtenidos. Así, una de las actividades más globalizadas del planeta, el turismo, podría contribuir a alcanzar objetivos de desarrollo congruentes con los enormes retos a que se enfrenta la comunidad internacional en las próximas décadas: el cambio climático, el bienestar económico y social más allá del mero crecimiento y un mayor flujo de conocimiento entre culturas y pueblos, clave para la disminución de amenazas a la seguridad, la paz y el desarrollo mismo.

Eduardo Fayos-Solà es profesor de Economía Aplicada en la Universidad de Valencia.