Un pacto de Estado

Todos los analistas y estudiosos de nuestro país, y una gran parte de los medios informativos más relevantes del extranjero, ponen de manifiesto la delicada situación en que se encuentra España tras los episodios acaecidos estos últimos días en varios países europeos.

El malestar y desasosiego de los ciudadanos va, por consiguiente, en aumento y la sociedad civil comienza a pensar que buena parte de lo esforzadamente alcanzado en estos últimos años puede desvanecerse en poco tiempo si no se toman las medidas políticas y económicas de carácter estructural que tarde o temprano será irremediable afrontar.

La clase política, hasta el momento, ofrece un penoso espectáculo, dando muestras, un día sí y otro también, de preocuparse más por sus inmediatos intereses electorales que por los de la nación en su conjunto. El Gobierno y el Partido Socialista, que han tardado demasiado en reconocer la gravedad de la crisis, andan dando vueltas y revueltas para no enfrentarse a la situación y poner en práctica las medidas que las graves circunstancias presentes exigen. Ensayan piruetas y pactos por doquier para prolongar la situación que les ha permitido aprobar unos presupuestos que, obviamente, no son los que el país necesita, mientras sus socios de coyuntura aprovechan para obtener prebendas y mejoras para sus respectivos territorios, de forma manifiestamente mendaz y abusiva. Parece como si la única obsesión del presidente del Gobierno fuera durar a cualquier precio y resistir hasta el final de la legislatura, a costa de lo que sea, esperando algún golpe de suerte que le salve del patíbulo.

El principal partido de la oposición aguarda con cierta pasividad el momento de ver pasar el cadáver de su adversario, sin querer arriesgarse demasiado, en la confianza de que el creciente deterioro del Gobierno le facilitará su llegada al poder. Mientras tanto, los catalanes a lo suyo.

Ante este panorama de desgobierno, como si de un barco a la deriva se tratara, cunde la irritación, la rabia y la impotencia de la mayoría de los ciudadanos que observan cómo la clase política se muestra incapaz de asumir su responsabilidad y dar muestras de un verdadero patriotismo.

La Jefatura del Estado, cumpliendo rigurosamente su papel, no se cansa de repetir la necesidad de un esfuerzo compartido y en el que son necesarios la colaboración tanto de la clase política y la propia sociedad civil, como de los empresarios y los trabajadores.
Teniendo en cuenta todas estas consideraciones, me atrevo hoy a proponer, desde estas páginas, lo que juzgo un camino de sensatez y una posible solución a nuestro maltrecho estado de cosas: la necesidad de concluir el Pacto de Estado que, en estos momentos, España necesita.

¿En qué podría consistir este Pacto de Estado que, insisto, España está reclamando con urgencia?

Para articular ese Pacto de Estado quien debería dar, a mi juicio, el primer paso en las presentes circunstancias, por extraño que pueda parecer, es, precisamente, el líder de la oposición, Mariano Rajoy. Él que ha sido continuamente marginado y despreciado durante la presente legislatura por el presidente Rodríguez Zapatero —que ha insistido en arrinconar y en aislar al PP de todas las grandes decisiones tomadas en estos últimos años— es quien podría mejor sacar al país del punto muerto en que se encuentra. He ahí, pues, la enorme oportunidad que tiene ante sí el señor Rajoy para mostrarse como el auténtico líder que el país necesita en estos momentos. Él debería y podría dar un paso al frente para ofrecer al Gobierno su total apoyo, siempre que éste estuviera dispuesto a tomar todas las medidas necesarias que España precisa y que, por otra parte, nos están reclamando clamorosamente desde el exterior. A cambio de su total disponibilidad, tendría derecho a exigir, como compensación, un compromiso público y firme del presidente del Gobierno de adelantar las elecciones generales al próximo mes de mayo, haciéndolas coincidir con las elecciones autonómicas y municipales, ahorrándonos, así, un tiempo precioso para dedicar todos nuestros esfuerzos a lo que verdaderamente importa.

De esta forma, tendríamos tiempo para poner en marcha en estos próximos meses, antes de las elecciones, el severo plan de ajustes sobre el que existe suficiente consenso en la doctrina, con el total respaldo de una mayoría abrumadora del Parlamento, enviando, así, una señal de firmeza y decisión a los mercados que sería recibida con alivio y entusiasmo por los propios españoles, como es natural, e inmediatamente, también, por el conjunto de nuestros socios y aliados europeos.
Si, por el contrario, el presidente Rodríguez Zapatero no acudiera a esta cita y rechazara el pacto, la buena fe y el prestigio del Partido Popular quedarían definitivamente consolidados, desmintiendo las falacias e intoxicaciones que hemos escuchado en boca de algunos dirigentes socialistas, con motivo de la reciente campaña electoral en Cataluña y que se dedican a propalar continuamente.

En esos seis meses, hasta la convocatoria de elecciones generales, tendríamos tiempo para abordar algunos de los más urgentes problemas que tiene el país en estos momentos. Inmediatamente después, los ciudadanos serían convocados a las urnas para decidir, con conocimiento de causa, quién debería gobernar en el futuro.
Lo único que no es factible y resulta de todo punto insoportable, es prolongar la agonía de un gobierno sin rumbo, internacionalmente desacreditado, que genera creciente desconfianza y que tan solo parece tener como única meta, resistir en su refugio a ver si escampa.

Si se analiza bien y desapasionadamente esta propuesta que ahora formulo, se verá que es buena para todos. Es buena, muy en primer lugar para el país y para el futuro de la Unión Europea que se encuentra fuertemente condicionada por la situación española. Es positiva para el Gobierno, al que se le da todo el apoyo y la munición necesarios para enfrentarse con garantía a la presente situación. Y resulta, por fin, ventajosa para el Partido Popular que crecería en imagen y valoración ante la opinión pública constituyéndose, sin lugar a dudas, en un responsable partido de gobierno para el inmediato futuro de nuestro país.

No estamos abocados a la catástrofe ni los caminos están cegados. Por el contrario, hay alternativas posibles. Se trata, como siempre, de hacer verdadera política, de desarrollar la política que el país reclama, dando la espalda a los ideólogos de las encuestas y a los que ponen por encima de los intereses de la Nación mezquinos intereses de partido.

Ignacio Camuñas Solís, presidente del Foro de la Sociedad Civil.