Un pacto del Botànic para Madrid

Un terremoto partía por la mitad la mañana del lunes. Pablo Iglesias abandonaba la vicepresidencia del Gobierno y se presentaba como candidato de Unidas Podemos para las elecciones anticipadas en la Comunidad de Madrid. Se esperaba una apuesta fuerte desde Unidas Podemos (un ministro, un dirigente del partido). Pero nadie podía esperar que un vicepresidente fuera a desembarcar en Madrid.

Lo hizo, y puso condiciones muy fuertes encima de la mesa. Ofrecía a Más Madrid concurrir en una lista conjunta definida por primarias.

Un espectro planea desde ese anuncio, y fue invocado por el propio Iglesias en su aparición televisiva por la noche: "La unidad de la izquierda".

No es debatible, sino un hecho sostenido por datos, que en la circunscripción única y proporcional de Madrid no penaliza concurrir por separado siempre que se sobrepase la barrera del 5%. Y que, así, la aparición de Más Madrid en 2019 no sólo no restó, sino que sumó votos al bloque.

Pero no se trata de una cuestión de datos, sino de emociones. Vivimos en un clima de retroceso, donde el ciclo constituyente de 2011 ha quedado claramente cerrado. Desde 2019, dos son las cuestiones principales: quién gobierna y si Vox será determinante en la vida política española. Sobre lo segundo, es evidente que sí.

Sobre lo primero, el gesto de Iglesias puede ser la representación más elocuente de las limitaciones de un Gobierno de coalición más aglutinado contra la amenaza de la extrema derecha que sobre la ampliación contundente de garantías sociales (vivienda, renta básica, SMI). Ahora, la batalla baja y se concentra en Madrid.

La oferta de Iglesias a Mónica García, pretendiendo marcar las condiciones pese a tratarse Unidas Podemos de una fuerza que entró por pocas décimas en la Asamblea (5,56%) y con menos de la mitad de votos que Más Madrid, corría el riesgo de pasarse de frenada y parecer como arrogante.

No han faltado las lecturas en clave de macho alfa que da un golpe en la mesa y a la hora de la verdad exige a las mujeres que se aparten.

Esto tiene poco sentido, considerando que Mónica García lleva diez años haciendo política en la Comunidad de Madrid y se ha ganado los galones con la Marea Blanca y el derribo de Javier Fernández-Lasquetty, con su papel dirigente en Más Madrid o su labor simultánea durante la pandemia como cabeza de la oposición a Isabel Díaz Ayuso y médico en la UCI del Hospital 12 de Octubre.

Pero hay algo incluso peor. Se ha dicho de muchas maneras. Vivimos en un interregno, en los años 20 del siglo XXI, en el Weimar contemporáneo. Estamos en un momento de tránsito, de inestabilidad, de imprevisibilidad.

La pandemia ha consumado esta sensación de estado de excepción permanente, de pseudonormalidad extendida. Vivimos, en una palabra, en la "civilización de la angustia".

Una buena pregunta sería si, en esta atmósfera, lo que los ciudadanos necesitan es el enésimo vuelco, golpe de efecto o jugada cortoplacista, o si más bien desean garantías de estabilidad.

Considero que lo último que desean los ciudadanos es vivir una serie de Netflix, extendiendo a la política la liquidez existencial que ya padecen en sus vidas.

La política madrileña no es el último episodio de una temporada trepidante, que empezara con la repetición electoral de las generales por el choque de trenes y la incapacidad de ponerse de acuerdo, y que finalizara ahora con un golpe de mano propio de un Frank Underwood.

Los ciudadanos quieren vivir en una comunidad estable y bien gobernada, con un liderazgo tranquilo, solvente y sólido.

Es esto lo que Más Madrid ha tratado de poner sobre la mesa en este año tan duro para Madrid, exigiendo desde el primer momento la contratación de rastreadores y el refuerzo de la atención primaria o proponiendo un plan efectivo de vacunación que habría evitado el desperdicio de vacunas y la baja eficiencia en el proceso.

Más Madrid presentó iniciativas para revertir la privatización de la sanidad pública y para la creación de una farmacéutica pública, de modo que nunca más los intereses privados de los mercados y los oligopolios secuestraran el suministro de vacunas, servicios o medicina.

Registró una ley para la creación de una agencia anticorrupción del sistema nacional de salud. Contribuyó a sacar a la luz los protocolos de la vergüenza por los que se dejó morir a ancianos en las residencias.

Destapó los 80 millones derrochados en el hospital IFEMA. Denunció la gestión del hospital-photocall Isabel Zendal, solicitando una inspección a la Consejería de Sanidad. También exploró en septiembre una mesa regional con el resto de partidos para proponer soluciones para Madrid.

Pero no sólo eso. No somos recién llegados. Llevamos dos años defendiendo un proyecto para Madrid y nadie puede ya dudar de que Más Madrid ofrece un proyecto bien diferenciado de los de otras fuerzas progresistas. Más Madrid puso en agenda la necesidad de invertir en salud mental en un mundo gobernado por la aceleración neoliberal, la angustia de la precariedad y la inestabilidad y el shock de la pandemia.

Más Madrid peleó la necesidad de una reestructuración verde de la economía desde la transición energética, caminando hacia la jornada de 32 horas y vertebrando la región mediante ayudas a pymes y fomento de un hub industrial verde en el sureste de la región.

Recogió las reivindicaciones del movimiento feminista en dirección a un cuestionamiento integral del modelo de economía de mercado neoliberal, reivindicando en un pacto de cuidados el derecho al tiempo y a la vida, políticas públicas de apoyo y redistribución del trabajo de cuidados, reducción de las jornadas laborales y garantía de condiciones para proyectos personales, de crianza y familiares.

Adquirió un conocimiento profundo de la región recorriendo sus pueblos, calles, colegios, centros de salud, AMPAS, asociaciones de vecinas, proponiendo un pacto regional contra la desigualdad y por el reequilibrio, y soluciones concretas para sus problemas específicos (Cañada real, Sierra Pobre, falta de servicios públicos en sur y este, Valdemín Gómez…).

Pasados el revuelo y la tensión de las primeras horas, la candidatura de Iglesias es en realidad una espléndida noticia. Tendrá un máximo efecto movilizador en el sector de la izquierda madrileña apelado por la propuesta de Unidas Podemos e Izquierda Unida, garantizando con holgura la superación del 5%.

Unido a la oferta para el votante socialista clásico del PSOE y a la de Más Madrid para un voto verde, feminista y madrileñista, ningún votante progresista quedará desatendido.

El PP ha tenido dos bastiones tradicionales en España, donde la crudeza de las políticas neoliberales y privatizadoras se ha entrelazado con la corrupción, el expolio de recursos públicos y el tejido de redes empresariales de intereses. Se trata de la Comunidad Valenciana y la Comunidad de Madrid.

En la primera, el PP pudo ser desalojado por la ofensiva de tres fuerzas que lograron un acuerdo de gobierno: PSOE, Podemos y Compromís.

La segunda debe replicar este movimiento. Tres ofertas diferenciadas que movilicen complementaria y máximamente al voto progresista y que se comprometan a entenderse si dan los números para gobernar.

Hay un electorado desencantado en Madrid que quiere no sólo acabar definitivamente con la corrupción, sino que anhela derechos, garantías, estabilidad, bienestar, orden, cuidados. En una palabra: ser una Comunidad.

Hace falta una fuerza política que lo ofrezca frenar el retroceso y reconstruir los lazos. En mayo, Madrid cambia sus últimos 25 años de historia y espera un pacto.

Clara Ramas San Miguel es diputada y portavoz adjunta de Más Madrid en la Asamblea de Madrid.

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