Un pacto natural

Por Cristina Peri Rossi, escritora (EL MUNDO, 23/12/03):

La fotografía del palco del estadio blaugrana el día del partido entre el Barcelona y el Madrid fue completamente, reveladora: Carod-Rovira entonaba las estrofas de Els segadors al lado de Pasqual Maragall mientras un cariacontecido Jordi Pujol miraba hacia un vago horizonte, cargado de nubes.

Para quienes observamos la política catalana sin pasión (y como escribió atinadamente Eduardo Mendoza los catalanes no han sido apasionados ni siquiera en su poesía amorosa; Ausias March dijo, de la mujer amada: «Dona plein de seny», cuya traducción aproximada es: «Mujer llena de cordura», atributo poco romántico pero incuestionablemente pragmático) el parto natural -quiero decir, el pacto natural- era entre el PSC, ERC e ICV. ¿Por qué? Porque al menos teóricamente es un pacto de izquierdas.

Y este hecho tendría que tranquilizar a la opinión pública de España, que se siente vinculada a un proyecto de izquierda y no a uno de derecha. Los tres partidos que se han coaligado tienen ese vínculo, aunque no sea el único que tienen. La pregunta que pudo haber inquietado a los votantes y a los analistas políticos era si el vínculo nacionalista (ERC más CiU o PSC más CiU) podía ser más fuerte que el ideológico y se ha resuelto a favor de éste. Por fin, en Cataluña, tenemos un pacto de izquierdas, un Gobierno de izquierdas en la Generalitat y un Ayuntamiento dirigido por el PSC. Aún más: se han presentado una serie de medidas y de proyectos para gobernar que suponen un cambio en la política y en la Administración catalanas.

El pacto termina con 20 años de hegemonía de CiU y abre un porvenir en el que una de las regiones más ricas y avanzadas de España ha optado por un proyecto de izquierdas. Hay que agradecer a Jordi Pujol y a los dirigentes de CiU los servicios prestados, hacer cuentas y facturas de los no prestados e impulsar un programa de gobierno y de gestión nuevo, de izquierdas. No hay pretexto para no hacerlo: entre los tres partidos tienen mayoría. Las 500 medidas aprobadas tienen como objetivo dar un impulso importante de carácter económico y social a Cataluña y será el electorado quien, en años futuros, juzgará si se ha conseguido. En todo caso, como observaba oportunamente Francisco Umbral desde su columna, los catalanes siempre han sido buenos negociadores; están acostumbrados y les gusta analizar los pros y los contras de una situación o de un problema y son capaces de ver la oportunidad de ceder o de transar como forma de relación.

Carod y Maragall han hablado de una «izquierda plural» y todos podemos estar de acuerdo en ese concepto; desde la caída del muro de Berlín, la izquierda sólo puede ser plural. Es muy curioso que este pacto haya causado estupor, miedo y animosidades cuando el único futuro de la izquierda es la negociación: los gobiernos de mayoría absoluta han demostrado que se convierten rápidamente en gobiernos por decreto, con el insulto, la desconfianza y la enemistad aún en lo que concierne a los grandes temas que nos afectan a todos, más allá de nuestro voto.

Es verdad que para arañar algunos votos más el PSC ha tenido que acentuar su carácter nacionalista, como lo ha hecho ERC; en ambos casos, la víctima tenía que ser CiU, y eran las reglas del juego. Pero no olvidemos que para cualquiera de los tres partidos coaligados, lo más importante será gobernar Cataluña y pactar con el Gobierno central, sea cual sea.

Quinientas medidas son muchas medidas para poner en práctica; incluyen desde la creación de una eurorregión (más aparatosa en su denominación que en la práctica; si Maragall se pone pesado con este su proyecto predilecto alguien lo tendrá que llamar al orden, y esperemos que quien deba llamarlo al orden tenga el suficiente poder y respaldo como para hacerlo) hasta el aumento de los recursos de las universidades públicas, la mejora de la Seguridad Social y la red única de centros de enseñanza. Poco antes de retirarse, Jordi Pujol reconoció que hubo tongo en los centros concertados, cosa que todos los votantes sabíamos. La gran esperanza blanca (Pasqual Maragall) tendrá que aportar, fundamentalmente, fe y confianza en la Administración, algo que es difícil pactar o negociar: se obtiene con el trabajo, la erradicación del nepotismo y del abuso de la función pública. Pero Pasqual Maragall es un político experimentado. Me consta que sus propuestas más «escandalosas» de gobierno (como la autofinanciación) pasan por un requisito: que las próximas elecciones las gane Zapatero.Con un Gobierno central del PSOE, la coalición que gobierna Cataluña será menos beligerante, y tendrá que aparcar o disminuir su listón autonómico, que ha llegado ya a su máximo. Con un Gobierno central del PP, esa misma coalición podrá mostrarse muy reivindicativa, pero sin olvidar que se trata de una coalición bastante inestable: el superávit de votos que ha obtenido ERC puede volver en cualquier momento a CiU. El día después de las elecciones, dije que si ERC pactaba con CiU posiblemente perdía la mitad de sus votantes, pero que si pactaba con el PSC también los perdía.

La experiencia de Pasqual Maragall es una garantía para Cataluña y también para el Gobierno central. No sé si podemos decir lo mismo de Josep Lluís Carod-Rovira, que además de un hombre simpático, parece algo despistado: reclamar dos billones de pesetas no sólo es demagógicamente barato (a pesar de la cifra) sino una manera de acentuar la antipatía que las reivindicaciones catalanas suelen provocar en el resto del Estado. Carod tiene que aprender modales, en primer lugar. No se obtienen unos cuantos votos más y se convierte a un pequeño partido en árbitro de una situación para lanzar chanzas o creerse hombre de Estado; lamentablemente, el Estado siempre tiene demasiados hombres (y pocas mujeres). Jordi Pujol le podría haber enseñado algo acerca de eso. Hasta de los enemigos políticos podemos aprender muchas cosas. Pero es posible y deseable que el paso de los días y la necesidad de encarar los problemas reales de Cataluña le den ese seny del cual los catalanes han hecho una virtud nacionalista.

La alarma que sus declaraciones -y algunas de Pasqual Maragall- han creado en el Estado es exagerada. El nacionalismo catalán siempre ha sido moderado, y nada indica que después de Pujol deje de serlo. Y si a los integrantes de este pacto se les ocurriera, efectivamente, ser más radicales en sus objetivos autonómicos, habrá que recordarles, como ya hiciera algún dirigente socialista, que uno de los principios elementales de la izquierda es la solidaridad.En un momento histórico en el que los rasgos de identidad de la izquierda están en duda, en crisis, algunos principios tienen que mantenerse firmes, y uno de ellos ha sido, siempre, la solidaridad.Una Cataluña más rica debe ser el motor que impulse otras economías, que participe en el desarrollo de las menos favorecidas. Sería absurdo aprobar la asistencia económica a países en vías de desarrollo en el Tercer Mundo y no hacerlo con las regiones más pobres de España.

Unos días antes de firmar el pacto de gobierno llovió en Barcelona.Como cada vez que llueve, me quedé sin luz (y eso que vivo en un barrio de clase media alta) durante más de dos horas, sin contar con la persona que venía en el ascensor y resultó atrapada.Es tan sencillo como eso: las infraestructuras de una de las ciudades más bellas y más turísticas de Europa no funcionan bien.Una de las propuestas de la coalición de izquierdas es que los médicos de los ambulatorios dediquen 10 minutos (10) en lugar de seis a la atención de los pacientes. ¡10 minutos, señores! Todo un logro. En 10 minutos es posible que algunos médicos no se equivoquen, ausculten a sus pacientes y hasta consigan hacer diagnósticos correctos. ¿Resolverá la reforma del Estatuto estos problemas? ¿Servirá para que la especulación inmobiliaria se detenga y los precios de los pisos o de los alquileres sean razonables, en lugar de esta escalada delirante? Son realidades de Cataluña.No sé cuál es la relación que puede haber entre la creación de una eurorregión y el hecho de que Barcelona se inunda cuando llueve, haya pocos taxis y la luz se vaya, o que muchísimos ancianos carezcan de recursos y de atención adecuada a sus necesidades.

Es difícil que alguien me pueda convencer de que para solucionar éstos y otros problemas que tiene la región donde vivo sea necesario un cambio de Estatuto: como mujer que soy, empiezo por abajo, por las cosas cotidianas, pequeñas, de todos los días. Los hombres suelen soñarse grandes estadistas, mientras las mujeres limpiamos la casa, hacemos la compra y administramos los recursos económicos.Y no me gustaría que dentro de unos años esta coalición de izquierdas se refugiara en un problema de falta de autonomía para justificar alguna omisión. Hay necesidades concretas que satisfacer y problemas reales que atender. No siempre se trata de disponer de más dinero; muchas veces se trata de cómo distribuirlo y en qué gastarlo.

En todo caso, el futuro del gobierno de Cataluña no puede depender de quién gane las elecciones generales. Hay trabajo para hacer y lo mejor sería empezar enseguida.

La fotografía del palco del estadio del Barcelona es una fotografía de familia: la familia de la izquierda. Así tiene que ser comprendida y así tendrá que gobernar. Sin asustar a nadie, todo lo contrario: creando esperanza.