Un país normal

Las elecciones argentinas del domingo 25 de octubre fueron un cambio extraordinario, saludable, democrático, que marcará una huella en todo el panorama de América Latina. Parece exagerado analizarlas en esta forma, pero no lo es. Y aun si Daniel Scioli ganara en la jornada final, el cambio ya se habría producido. Hubo dos hechos nuevos fundamentales: el candidato del kirchnerismo fue obligado a pasar a la segunda vuelta, a pesar de contar con todo el apoyo oficial, con todas las complicidades imaginables, y el peronismo perdió en su bastión tradicional, la provincia de Buenos Aires. Desde España parece poca cosa y ha sido noticia secundaria, desplazada de la primera plana de los medios por el progreso grave, inquietante, de la propia crisis política española, que a veces da la impresión de un conflicto civil radical que vuelve en forma larvada. Pero la derrota electoral del peronismo, evidente, indiscutible, es buena noticia en España, en América, en todo el mundo democrático.

Un país normalAlgunas voces interesadas declaran que el triunfo de Macri sería un acercamiento a la derecha. Es un enfoque tramposo, que trata de ayudar a Scioli de cualquier manera, en momentos en que el problema político de Scioli consiste, precisamente, en desmarcarse a toda costa del kirchnerismo. En otras palabras, hay un Scioli de después de las elecciones del 25 que demuestra la magnitud del cambio que ya se produjo.

En los días finales de la campaña, el equipo de Mauricio Macri demostró que comprendía el tema de fondo con claridad. No se trataba de acercarse a la derecha o a la izquierda. Se trataba de salir de una situación anormal, prolongada a lo largo de años en forma enfermiza, excluyente, marcada por la más absoluta desconfianza frente a la libertad de expresión, a la de una democracia normal, moderna. Por eso Macri, con buena intuición, subrayó su intención de gobernar para todos los argentinos, sin excluir a nadie. Ahora da la impresión de que el electorado argentino comprendió bien el mensaje. Y si es así, Mauricio Macri debería ganar con claridad en la jornada del 22 de noviembre. Pero tengo una desconfianza sólida, confirmada a lo largo del tiempo, frente a cualquier clase de profecía política. En consecuencia, me abstengo y mantengo mi idea inicial: el cambio esencial ya se manifestó en el voto. La Argentina de hoy no es igual, felizmente, a la de los tiempos, que ahora parecen anacrónicos, remotos, de Cristina Fernández de Kirchner.

El fondo del asunto consiste, a mi juicio, en que el peronismo dividía al país en dos partes, formada una por los buenos argentinos, y otra por los malos, de derecha, de extrema izquierda, de lo que fuera. «No conozco más que dos partidos, el de los buenos y el de los malos ciudadanos», declaró en una oportunidad Maximiliano Robespierre. La consecuencia directa de esa visión fanática, divisoria, fue la creación del Comité de Salud Pública, que calificaba a los ciudadanos y mandaba a los malos a la guillotina. Los movimientos sectarios de América Latina han seguido esa aspiración original, aunque no hayan tenido siempre la fuerza suficiente como para suprimir a sus enemigos. Pensemos en los «gusanos» de Fidel Castro, en los traidores y apestados del presidente Maduro, en los malos argentinos del peronismo de hace ya muchas décadas. El error original de Salvador Allende, en Chile, quedó a la vista en una de sus primeras declaraciones como gobernante, cuando dijo, con notorio y peligroso simplismo, que no sería el presidente «de todos los chilenos». A partir de ahí, hubo un proceso dramático, de lógica implacable, en el que cada paso llevaba al fracaso. No podemos esquivar los desarrollos reales. «La inflación va a provocar la destrucción de la burguesía», le dijo un ministro de Allende al poeta Pablo Neruda. Fui testigo directo de ese curioso intercambio. «No», le contestó el poeta, con una especie de tranquila severidad, «la inflación nos va a destruir a nosotros».

El kirchnerismo había aprendido algunas cosas y prefería manipular las estadísticas con astucia simplona, pero la inflación estaba debajo de todo y produjo sus efectos. A mi me parece positivo y extraordinario, ahora, después de todo, que el sistema electoral argentino haya podido demostrar su eficacia. La voz de la calle, de la gente, de los argentinos de a pie, del campo y de la ciudad, se manifestó con claridad extraordinaria. Como si no creyera en la sensatez de las personas, en la orientación electoral perfectamente bien manifestada, en el obvio deseo de cambio, la presidenta de las madres de la Plaza de Mayo hizo declaraciones tajantes, grotescas, que sólo sirvieron para dejar en evidencia su mediocridad política. Yo, debido a mis más que probables deformaciones literarias, me acuerdo de algunos argentinos ilustres, y entre ellos de Jorge Luis Borges. Una de las primeras medidas del Gobierno de Juan Domingo Perón, en sus orígenes, consistió en trasladar a Borges desde la biblioteca pública, en la que trabajaba, leía y escribía a jornada completa, a un gallinero municipal. Fue un traslado simbólico, revelador, que muchos no entendieron y que muchos todavía no entienden. Demostraba que estos movimientos americanos fundacionales, que pretenden suprimir el pasado en nombre de una supuesta justicia distributiva, producen, de hecho, formas de injusticia generalizada y de anticultura. Encontré a Mauricio Macri una vez, hace cuatro o cinco años, en su calidad de alcalde de Buenos Aires, en un homenaje a Borges realizado en el antigua biblioteca municipal del barrio de Boedo. Decidí que Macri, con o sin derecho a voto de mi parte, puesto que no lo tengo en Argentina, era mi candidato. Hasta ahora no he cambiado de idea. En la política, la simetría es engañosa. Macri acerca a su país a la normalidad democrática. Y si Scioli ganara, al final, no podría ser el mismo de antes de las elecciones del domingo 25 de octubre. De manera que hay progreso, a pesar de todo, y gracias a unas elecciones libres.

Jorge Edwards, escritor.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *