Un país sin rumbo ante la amenaza terrorista

José María Marco es historiador (EL MUNDO, 22/01/05)

En 2005 el mundo se va a mover por lo esencial en dos direcciones. Una es la apertura de mercados, la intensificación de los intercambios y la profundización de la globalización, con importantes progresos en la superación de la pobreza y una nueva fase de crecimiento acelerado de la que ha quedado excluida la vieja Europa, ensimismada en su pereza y su falta de iniciativa. La otra es la guerra contra el terrorismo y la lucha por la extensión de la democracia en países, como los árabes musulmanes, que hasta ahora parecían excluidos de ella por naturaleza.

Me centraré en esta última. El año 2004 la puso en jaque. Tras los ataques del 11-M en Madrid y la caída de un aliado en la guerra contra el terrorismo, se había abierto la incógnita de hasta qué punto las democracias son vulnerables a las amenazas.Las elecciones australianas y luego las norteamericanas aclararon la cuestión. El electorado australiano, golpeado en el atentado de Bali, reafirmó su compromiso. La opinión norteamericana dio por cerrado el debate sobre la legitimidad de la liberación de Irak y abrió la puerta a la ofensiva. Se acabaron las dudas y los escrúpulos. Se tomó Faluya y se han intensificado los preparativos para la celebración de las elecciones.

Los afganos participaron masivamente en unas elecciones que han constituido un éxito gigantesco de la democracia. El fallecimiento de Arafat ha posibilitado una salida a la situación de podredumbre y terror que reina en los territorios palestinos. Sharon, con la construcción del muro y el plan de evacuación de los colonos de Gaza ha logrado vencer la segunda Intifada, frenar la amenaza terrorista y recomponer la situación política israelí. El plan de modernización del gran Oriente Próximo, patrocinado por Estados Unidos, seguirá siendo la guía de este intento propiamente revolucionario por traer a la modernidad a los países musulmanes desde Marruecos a Pakistán.

En Oriente, Tailandia ha plantado cara al terrorismo islámico que ha atacado a las provincias sureñas. En otro país y otro continente, el colombiano Alvaro Uribe también ha hecho frente al terrorismo y ha recuperado la iniciativa frente a las cesiones anteriores.

Después de las dudas, 2004 ha despejado la situación. Existe la convicción de que el terrorismo no es invencible. La lucha durará mucho tiempo. Es una guerra auténtica. Requiere la movilización entera de la sociedad, no sólo un conjunto de medidas legales y policiales. En el fondo de la disposición a no rendirse está la confianza en la universalidad de la democracia y la libertad.Se habrán cometido muchas equivocaciones, pero esa es la línea en Afganistán, ahora en Irak y luego en el gran Oriente Próximo.

El colapso del socialismo y la ofensiva terrorista han desencadenado una oleada de fondo que ha vuelto a poner la moral -la responsabilidad, los principios, el patriotismo, la relación entre la religión y la ética, los efectos sociales del comportamiento individual- en el centro mismo de la vida pública. La ilusión socialista, que permitía esquivar la responsabilidad individual, se desvaneció con la caída del Muro de Berlín.

El terrorismo, por su parte, no plantea sólo una amenaza física, de por sí muy grave. El efecto más temible del terrorismo es su capacidad para corromper los fundamentos morales de una sociedad entera. La importancia de la cuestión de los valores morales en las elecciones norteamericanas y la reaparición de la religión en la vida pública dan la medida de cuáles son los resortes necesarios para rechazar la tentación de ceder al terror y reivindicar la libertad.

¿Y los países europeos? Muchos colaboran en la gran coalición antiterrorista. No por casualidad, bastantes de ellos se acaban de incorporar a la Unión y tienen reciente el recuerdo del totalitarismo. Por su parte, la vieja Europa, los países alineados con el eje francoalemán, siguen dispuestos a no colaborar en la democratización de los países musulmanes. No creen en la universalidad de la democracia, no les interesa apoyarla, siguen enfrascados, como en la Guerra Fría antes de los 80, en el juego del equilibrio y la negociación con los regímenes corruptos y fallidos que han posibilitado o alentado el terror.

Ahora bien, incluso en estos países en los que buena parte de la opinión pública sigue perdida en el delirio antinorteamericano y antiglobalización, ha entrado en crisis el modelo cultural vigente hasta ahora. La brutalidad del antisemitismo en Francia, la dificultad para integrar a los inmigrantes musulmanes de segunda generación, el asesinato de Theo Van Gogh en Holanda, han puesto en crisis la construcción de una sociedad multicultural y posmoderna.La falta de valores morales en los que este proyecto se basaba no sirve para fundamentar la libertad. Más bien destruyen su posibilidad. La vieja Europa intentó un experimento ideológico, como ha tratado de hacer la respiración asistida a la socialdemocracia, y los dos intentos han fracasado. Seguirán boqueando mucho tiempo, impulsados por la burocracia, el elitismo y la inercia europea.Ahora nos convocan a votar una llamada Constitución Europea, que es el mejor símbolo de ese ensueño arcaico. La poca convicción de quienes la defienden, su incapacidad para popularizarla, indican hasta qué punto dan por perdida la batalla de la opinión pública, si esta se presentara de verdad.

En otras ocasiones en su historia, España se ha adelantado a las grandes tendencias europeas, y generaciones enteras han tenido que pagar con décadas de aislamiento, subdesarrollo e incultura, los extravíos de sus dirigentes y sus intelectuales. Ahora ocurre lo contrario. España no se ha adelantado a nada. Está empeñada en resucitar un experimento que el resto del mundo ha dado por cerrado o que ha entrado en crisis. La sensación de ir marcha atrás en el túnel del tiempo es aún más agobiante dada la velocidad de los cambios desde las elecciones de marzo.

El Gobierno del PP había desatendido la amenaza terrorista islámica y rehuyó la batalla en el frente cultural y moral, lo que acabó costándole las elecciones. Pero estaban claras las grandes líneas de lucha contra el terrorismo nacionalista en el interior y la voluntad de integrar España en el gran desafío de nuestro tiempo, que es la guerra contra el terrorismo islámico en el exterior.

El Gobierno socialista ha dinamitado esta posición en el exterior y en el interior. Le han bastado para ello nueve meses. No la ha sustituido nada, ninguna línea de acción, ninguna iniciativa, ninguna propuesta comprometida. A la retirada a traición de las tropas españolas de Irak siguió la genuflexión ante los intereses franceses en Europa y en el Mediterráneo, así como un supuesto diálogo de civilizaciones que es una llamada a la deserción, justamente en el momento en el que el conjunto de las civilizaciones se unen en contra del terrorismo y a favor de la libertad.

Al mismo tiempo, se reintroducen en el debate público español elementos de desintegración moral y nacional: se niega la existencia de la nación española, se gobierna con partidos que dialogan con los terroristas, se lanza una ofensiva laicista y anticlerical digna de los años 30 o los 70 del siglo pasado.

Los españoles deberíamos estar ahora trabajando por ser más libres, más ricos, más prósperos y más influyentes. Nos hemos metido en el túnel del tiempo a debatir los problemas ideológicos y sentimentales de una generación de progresistas fracasados.

En 2004 nos hemos dado de baja voluntariamente de todos los ejes de los debates mundiales, y empezamos el nuevo año discutiendo la realidad de España, de nuestro propio país. Somos un país fuera de órbita, sin rumbo, alucinado. Quienes se están esforzando por luchar contra el terrorismo y a favor de la democracia en 2005 no cuentan con nosotros.