Un país sin rumbo

La España residual y desconcertada del 2011, a las puertas de unas elecciones generales, es un vaivén sin otro rumbo que las nieblas, donde ya ni las ideas están presentes en la trama de su telar político. El tejedor Zapatero ha equivocado los hilos, la trama y el colorido. El resultado final es ese caos impreciso de colores entremezclados, esa confusa policromía del desconcierto, como si la orquesta huyera de la batuta del director enloquecido. Hoy España como país es una paradoja en sí mismo. Gobiernan los peores y emigran los mejores, los costosamente educados en nuestras universidades, que hablan inglés (quizá por eso no son gobernantes), pero que la sociedad no atiende a sus talentos. A cambio, las pantallas de televisión incitan a la huida en Españoles en el mundo, aquellos que salieron a triunfar y quizá no regresarán ya a sus lares patrios; un desgarro psicológico y moral semejante al del exiliado. Recuerdo todavía el impacto, una tarde en Washington, cuando aquella muchacha de Pensilvania me preguntó en francés: «Tu es un depaysé?». Aquella reflexión se convirtió en la simiente de mi retorno definitivo a Barcelona. Me arrebató una nostalgia semejante a la de Tarradellas en Saint-Martin-le-Beau o a la de Rafael Alberti en el Trastevere romano.

Decía el general De Gaulle que no hay país sin ancêtres (raíces). Emigrar supone esa íntima ruptura con los cauces del alma, hábitat de tu cultura y tus raíces; como amanecer en medio del desierto habiendo crecido en los valles pirenaicos. La desnuda desolación frente al sugestivo verdor de las praderas y las vacas. Una brutal sensación de desarraigo que descubrí en mis habituales encuentros con exiliados en las postrimerías del franquismo: habían devorado 40 años de esperanza o, mejor decir, de inútil espera. Precisamente, lo que nunca perdió el viejo Tarradellas entre sus viñedos de Clos Mony y que le proporcionó un regreso triunfal en 1977. Lo que hoy siento no es nostalgia, sino rabia por el desaguisado de Zapatero en medio de un mar de mediocridad: ni era el hombre ni el momento, y por eso muchos erraron en el 2004 a la hora de votar en contra de sus propios intereses ciudadanos. Ahora bien, que el brutal asesinato en masa del 11 de marzo en Madrid se convirtiera, en virtud de una escandalosa manipulación -entre otros, de Rubalcaba-, en triunfo electoral en una España de bienestar sin precedentes indica que algo le sucedía a esta sociedad.

El 2004 es el punto de partida de un desenfoque monumental que ha venido a dar en un desconcierto caótico como el de hoy, a las puertas del 20 de noviembre, clave de una perspectiva de incógnitas. ¿Tan difícil es mantener la coherencia en este país de tantos pueblos distintos? ¿Tan incomprensible resulta el uso de la razón y de la lógica, por encima de las pasiones, los odios y las malditas ideas de confrontación, nuestros demonios en la historia? ¿Cómo se permite a los indocumentados gobernar la casa de los españoles, cuando los excelentes deben de reducirse al ostracismo? El 2008 fue la cristalización de otro error democrático. Si Zapatero no era el hombre en el 2004, ¿podría serlo con su ceguera absoluta en el 2008 ante una crisis evidente azotando nuestros predios? Solo el maldito doctrinarismo, esa pasión demagógica que corroe el sentido común, puede justificar un despropósito semejante. Cuanto ha sucedido después es pura consecuencia de ese desenfoque electoral, y ahora lo pagamos. Otro Obama de feria… Con líderes romos se va a la roca Tarpeya de los romanos ¿Se escondió el Cicerón de las Catilinarias? Los políticos jugaron tal vez al resultadismo, a la sociometría, y no a la verdad en mayúsculas, al discurso franco y abierto. Nuestro sistema probablemente ha equivocado ese modelo que produce mediocres políticos. Nunca entendí que en los partidos no triunfasen los mejores. El mal ejemplo de dos gobiernos de Zapatero es la evidencia de ese ADN perturbador de nuestra clase política. Solo así se comprende el desamor a políticos catalanes por demasiado racionales, demasiado lógicos, excesivamente pragmáticos ¿Resulta legítimo el lamento de tantos ciudadanos ante el triste espectáculo de cinco millones de parados, del 45% de los jóvenes sin trabajo? ¿Cabe mayor catástrofe? Sin embargo, ese dato ya se dio en 1996, al final del felipismo: la izquierda dilapida los recursos mientras la odiada derecha llena las cajas de dinero. Un ciclo tan penoso como testimonial. No ser consecuente con ello asombra, al igual que esos prejuicios a la hora de votar. Es decir, la experiencia, la prudencia, la reflexión, la lucidez, el sosiego, son grandes virtudes que debieran ser estimadas a la hora de gobernar.

España es un compuesto que no puede ignorar las partes que lo conforman, ni la razón de ser de nuestras diferencias. En consecuencia, algo habrá que hacer para enderezar el rumbo y ofrecer el gobierno a los mejores, habrá que rectificar la ley electoral y el actual sistema ademocrático de partidos para que lleguen al poder los que estén dotados y en mejores condiciones. Zapatero fue la prueba, ahora debería ser el portero que cierre la cancela.

Por Manuel Milián Mestre, exdiputado del PP.

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